Philippe Garrel… a examen

Aunque la carrera de Garrel arrancase unos años después del nacimiento de la ‹Nouvelle vague›, habría que considerar al cineasta galo descendiente directo de un movimiento del que extrae constantes que se ven reflejadas en su cine incluso desde una primera etapa experimental que dejaría cintas como Le révélateur, La cicatriz interior o Les hautes solitudes, y daría paso a una segunda hornada de títulos con la que Garrel empezaría a ganar prestigio a nivel de crítica recibiendo galardones como el León de Plata por uno de sus pocos films en color hasta esa fecha, J’entends plus la guitare, y en especial el FIPRESCI en los European Film Awards y su segundo León de Plata ya más avanzada su carrera por Les amants réguliers.

De entre esas constantes, destaca en especial la concepción del arte cinematográfico como medio para explorar inquietudes propias que en el cine del autor de Salvaje inocencia se ve generalmente reflejado en personajes que encarnaran lo que vendría a ser su ‹alter ego› en pantalla, y que incluso en alguna ocasión como en la ya citada La cicatriz interior o Les baisers de secours tomarían forma en el rostro del propio cineasta. Además, esa visión tan particular de Garrel acerca de temas como el amor encuentra en su singular prisma un extraño poso que obtiene en cintas como El nacimiento del amor un claro ejemplo de lo que vendría a ser el cine del galo.

En ella, y como ya había ocurrido en anteriores cintas, el amor es presentado de un modo no idílico, quedando reforzada esta sensación en diálogos como el inicial, entre los personajes de Jean-Pierre Léaud y Lou Castel, donde el primero habla del encuentro casual (definiéndolo como algo que aconteció “tontamente”) entre la que sería su mujer y él e incluso de su no deseo durante los primeros compases de la relación, o ese otro donde Castel sostiene una charla con su amante (interpretada por Johanna Ter Steege) donde ella habla de la soledad acontecida tras la experiencia con Werner, su primer amor, una situación (la del amor en sí) en la que no quiere volver a caer.

Sus personajes quedan dotados de una voz que siempre recurre a los recuerdos y la memoria para evocar escenas pasadas en un presente que parecen vivir con incerteza: Paul (Castel) intenta volver a una relación con su mujer y sus dos hijos (uno que nacerá durante el transcurso del relato) mientras muestra unos sentimientos por Ulrika que ella no parece querer complementar debido a ese amor pasado y no terminan de aclararse en su cabeza, mientras por otro lado Marcus (Léaud), que sigue queriendo a su mujer, quedará abandonado y solo cuando esta le deje por otro hombre.

Ambos, artistas (el primero actor y el segundo escritor), ponen en escena tanto dislates amorosos (ese abandono al que parece proceder Paul dejando atrás mujer y hijos en un momento de la obra) como cuestionamientos sobre un proceso en el que nunca terminan de encontrar un lugar adecuado, y en el que ni siquiera las escenificaciones entorno a sus oficios (ya vistas anteriormente en el cine de Garrel) logran desentrañar unas sensaciones que bajo ese manto de crisis (en el caso de Marcus por el egoísmo imperante en su personalidad, en el de Paul por las dudas ante el abandono de una familia ya con hijos) no tienen ni un solo minuto de reposo.

Con un estilo formal muy personal, en el que destaca esa perfecta fotografía en blanco y negro, además de un montaje en el que las escenas se suelen suceder sin demasiados cortes (e, incluso, cuando los hay, Garrel retoma el plano anterior sin perder la continuidad), potenciando así unas interpretaciones que ofrecen momentos realmente intensos (como algún que otro soliloquio de los realizados por Léaud), El nacimiento del amor es un retrato crudo (aunque quizá aliviado en ese sentido por el curioso comportamiento de sus personales) y sin concesiones de una condición, la que dota de sentido al título del film, expuesta en su más amplio sentido.

La gradación de un tono y un discurso que nos lleva a una perspectiva ciertamente distinta, donde incluso las divagaciones en forma de diálogos parecen poseer más peso que los gestos y caricias, escenificando así el sentimiento mediante unas constantes que también parecen remitir a la ‹Nouvelle vague›, hace que El nacimiento del amor resulte en ocasiones un cine frío al que su estructura narrativa de cierta tendencia a anarquizarse a medida que ese discurso busca nuevas vertientes que explorar no ayuda precisamente, pero sin embargo encuentra en determinados fragmentos una extraña melancolía reforzada por las notas de una banda sonora a piano que despiertan las sensaciones de un cine ante el que no es fácil rendirse, pero desentraña emociones difíciles de encontrar en una temática que Garrel parece comprender desde la propia raíz.

Un comentario en «Philippe Garrel… a examen»

  1. Una maravilla de película, personajes crepusculares y a la deriva. La calles de París reflejan esa búsqueda de esperanza que los ayude a aliviar sus dolores. Excelente reseña Ruben y sin duda un homenaje más que merecido a este gran director.

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