Paraíso (Mariana Chenillo)

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Estoy escribiendo esta opinión a 40 grados y al lado de un ventilador que parece una lavadora, por el diseño y el ruido que hace. Quería dejar constancia de este infernal detalle antes de entrar de lleno en Paraíso, sólo eso.

Cuando en una película alguien se mete con el físico de otro y éste se pone triste o sufre mucho por ello, me suelo preguntar por qué esto le afecta tanto. Una persona con la cabeza más o menos amueblada, es decir, con todo lo demás en su vida constante o céteris páribus, seguro que sabe en qué condiciones se encuentra, igual que es capaz de verlo en los demás, y no sólo eso, sino que debería, teóricamente, pasarse una afirmación tal por el forro de los coj… ¿Por qué les hace tan mal que alguien les falte? Más me llama la atención, incluso, que haga más daño, bajo esta misma premisa, cuando la crítica no se está haciendo directamente a la persona, sino que si se entera, es accidentalmente. Pero lo acepto.

Paraíso trata sobre una pareja de huesos anchos que se ha de mudar a la capital por motivos laborales. Los motivos laborales son del hombre, la mujer lo acompaña. Ambos están gordos, esa es su condición en Paraíso. De donde vienen, les avisan de lo que se pueden encontrar en su nuevo hogar, nada es bueno. Ella cree lo que le dicen, él no. Cuando llegan, el único problema que tienen deriva de que ella escucha a dos malnacidas —en la ficción— criticar su cuerpo y el de su marido sin saber que está presente… por obesos y eso. Ahora no parece tan feliz como al inicio de la cinta y quiere adelgazar, incitando a su señor esposo para que le acompañe en el proceso.

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Y ya está, luego viene todo lo demás: lo previsible. Pero como suele ocurrir, que algo sea previsible no significa que no pueda ser agradable de ver o, en cierto modo, honesto en su desarrollo. Eso lo sabe el 80% de la población, que también es un poco previsible, hasta en la forma de insultar a los demás a sus espaldas. Por tanto, que lo decida quien vaya a ver esta película, pero ya hemos consumido la mitad del metraje, y sigo teniendo hambre.

Adelgazar como una odisea, de eso no trata Paraíso, aunque lo parezca. Porque me dijeron que era una comedia, sino habría pensado que estaba ante un drama bastante bajonero. El de una mujer que, de repente, no se siente a gusto consigo misma. Asistimos a su descomposición personal y, como consecuencia, a su nueva composición. Y entonces suena Bon Iver y se acabaron Hombres G y Alaska, que sonaban antes… No sé qué ha pasado, aunque lo intuyo.

La importancia de los detalles y de lo que somos en realidad, sí, pero al final lo que se dice de nosotros no tiene la menor importancia, sobre todo si se hace para fastidiar o hacer reír. Eso se aprende de niños. ¿Sirve como excusa para crear una trama sólida? Pues hombre, si tu marido te quiere cuando eres más oronda, ¿por qué crees que te va a dejar de querer al darte cuenta repentinamente de que lo estás? Igual lo estoy simplificando, pero ya me dirán, igual tengo que preguntarle a las mujeres.

Pero mientras tanto, como no tengo ahora mismo a ninguna cerca, sólo puedo decir que Paraíso no me ha interesado, ni sus dilemas ni su problemática. Una persona que crea un problema y, al encontrar una solución, empeora el problema inventado; y nunca por cuestiones de salud, sólo de confianza. Pero en el cine casi siempre se intenta llegar a una conclusión satisfactoria, y aquí la mía es que ingresen a la protagonista en un psiquiátrico, porque yo no me la creo, pero no a la actriz, por supuesto, sino al personaje en sí mismo. Paraíso intenta ser honesta, ya lo he dicho, pero eso no la hace más creíble. A pesar de las buenas intenciones y de una buena dirección, algo melodramática y recargada hacia su segunda mitad. Gruesa en su intento de ser fina, pesada en su búsqueda de ligereza, más voluble que firme, pues procura ser profunda y se torna superficial. En definitiva, Paraíso es una comedia fofa y un drama blando, se queda a medias en todo, como una dieta mal llevada.

Por cierto, enflaqué 2 kilos al calor de esta crítica. Dejo constancia, porque para adelgazar —y engordar— hay que ser constante y perseverante. Hay que aprender a reírse de uno mismo.

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