Parábola del retorno (Juan Soto)

El olvido es como la muerte, se afirma en un momento de este mediometraje cargado de memoria, de recuerdos; es decir, de vida. Porque su loable propósito, más allá de dar cuenta de una realidad terrible que, sólo ahora, parece estar llegando a una posible conclusión, es rescatar del olvido a aquellos que la Historia, en uno de sus muchos callejones dominados por la violencia y el ejercicio oscuro de la política, condenó a una muerte despreciable y cruel, representados en la voz callada (las palabras sobreimpresas en la pantalla, nunca pronunciadas) de Wilson Mario Taborda Cardona, chófer del líder presidencial Bernardo Jaramillo Ossa, del partido Unión Patriótica, posteriormente asesinado, como Taborda, por grupos paramilitares. En torno a 3500 (otras fuentes apuntan a 5000) militantes del susodicho partido fueron asesinados por estos grupos, por fuerzas de seguridad del estado y por narcotraficantes, en esa guerra sucia y encarnizada que el gobierno colombiano libró contra las FARC. Ahora, en pleno proceso de paz entre ambos contendientes, el director Juan Soto imagina el regreso del hijo pródigo Taborda al hogar, a su Medellín natal. En uno de esos giros dulces que sólo hace posible la imaginación, su destino no fue, no es, la tortura y la muerte, sino el exilio, igualmente doloroso, pero que permite, al menos, la posibilidad del retorno, del reencuentro con aquellos que quisimos y que nos quisieron y a los que forzosamente tuvimos que dejar atrás.

Parábola del retorno

«Lo que podía haber sido es una abstracción que queda como perpetua posibilidad solo en un mundo de especulación». La cita, extraída de un poema de T.S. Eliot recitado durante el transcurso de la película, alude directamente a la estrategia especulativa que guía la narración, así como al diálogo que se establece entre el pasado irredimible, el presente convulso e inaprensible y el futuro que a ambos contiene en su incertidumbre, pero también en su esperanza. Soto se apoya igualmente en otro poema, “Parábola del Retorno”, de Porfirio Barba Jacob, para incidir en el dolor de lo perdido y en la difícil asunción de una realidad que ya no es la que recordábamos, cuando nuestra vida repentinamente se interrumpió. Queda claro que la búsqueda del autor colombiano se adscribe al contenido humano arrebatado, a la inmersión en la memoria ajena de un individuo (Taborda) cuyo perfil se evoca a través de anécdotas y recuerdos de todo tipo: tiernos, trascendentes, vergonzosos, divertidos… Sucesos vividos y traídos ahora, a nuestro tiempo actual, por la presencia fantasmática de un hipotético Taborda exiliado, sin rostro y sin voz real, siguiendo la línea (la parábola) que le devuelve al lugar del que fue expulsado.

Que la cinta adquiera a veces cierta textura irreal, casi espectral, no es por tanto gratuito. Nos está hablando un fantasma. Pero lo que Soto consigue es que su imagen, la anchura de su vida previa a su desaparición, adquiera la consistencia y gravedad necesarias como para que su memoria perviva aún hoy, como eco de la de aquellos represaliados y exterminados por las fuerzas de un gobierno particularmente implacable y vengativo. En cualquier caso, todo esto, explicaciones políticas, información, contexto, está fuera de los intereses del director. Esta película podría contar la misma historia de otra forma, siguiendo el cauce ortodoxo del documental o reportaje político, pero su autor prefiere el homenaje íntimo, el hechizo audiovisual que se deriva de un dispositivo narrativo que en todo caso se puede cuestionar: ¿la espontaneidad de sus imágenes (las que graba con confeso amateurismo el propio e imaginario Taborda en su trayecto de Londres a Bogotá) no llega a enmascarar cierta impotencia expresiva?

Parábola del retorno

Es fácil asumir que no había forma más pudorosa de articular la idea que guía la obra que la que ha afrontado Soto: dar rostro actual, o incluso voz, a un desaparecido por el terrorismo de estado se antojaba algo excesivamente temerario, así que la vía tan callada que emplea la película para hacernos llegar al personaje (al tiempo que fantasea con darle una segunda oportunidad para reencontrarse con la tierra y la gente que dejó atrás) parece la adecuada. Y, sin embargo, uno acaba sintiendo que podía haberse llegado más lejos, que la película se queda corta y realiza solo a medias su trabajo, pese al innegable interés de lo contado. Quizás porque su aspiración, de tan modesta (aunque valiente), no le permite trascender mucho más allá del recuerdo de las víctimas de aquel tiempo turbulento. Siendo así, no se puede negar que, cuando entran en juego las imágenes de archivo de la familia de Taborda, la película emociona y perturba. El objetivo se ha cumplido: el fantasma del protagonista ha llegado a casa, y su recuerdo (que es el de todos los miembros de la Unión Patriótica exterminados por el brazo ejecutor del gobierno) es difícil que deje de acompañarnos. Parábola del retorno, con su discurrir mudo sobre aleatorias imágenes de tránsito (de gentes tan anónimas como el propio Taborda), acaba sumiendo al espectador en una tristeza densa, palpable. Y ese poso de tristeza no sólo advierte de lo que hubo y puede volver a haber (da igual dónde: las formas de la violencia se replican en cualquier tiempo y lugar), sino que restaura y honra la memoria de uno de los muchos que sufrieron en sus carnes aquellos años de salvaje represión.

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