Paolo Taviani y Vittorio Taviani… a examen (II)

Con cerca de 90 años a sus espaldas y una carrera de lo más coherente y fiel a sus ideas, los Hermanos Taviani siguen en la cresta de la ola tras más de 50 años de trabajo. Un cine honesto centrado en plasmar las invariantes obsesiones de esta singular pareja de hermanos que se han mantenido firmes frente a los múltiples cambios acontecidos durante el transcurso de su existencia. Y es que son claras sus influencias vertidas tanto en sus primeros trabajos (I sovversivi o Bajo el signo del escorpión) como en sus películas más populares (Padre, Padrone, Kaos y La noche de San Lorenzo) y en sus últimas perlas tituladas César debe morir y Maravilloso Boccaccio. Su obsesión por la literatura clásica (especialmente por los escritos de León Tolstói a quien los Taviani adaptaron libremente en varias oportunidades), su instinto revolucionario de ideología marxista, su pasión por desgranar los avatares de los desplazados del sistema, su toque someramente neorrealista derivado de su pasión por Roberto Rossellini cuyas últimas obras producidas para la televisión guardan un para nada escondido mimetismo con las películas de los hermanos y un cierto halo trascendente próximo al imaginario cristiano son las señas de identidad del séptimo arte ideado por dos directores que a lo largo de los años han conservado un ordenado estilo de trabajo consistente en respetar la mirada de cada uno de sus componentes sin contaminación por parte del otro miembro del equipo.

En este sentido para mí es un placer rescatar una obra que absorbe a la perfección y sin ningún tipo de fisuras la ideología de Paolo Taviani y Vittorio Taviani. Y es que No estoy solo (extraña y nada trabajada traducción al español del original San Michele aveva un gallo) constituye un compendio sólido y fascinante de los ingredientes propios de estos hermanos cineastas más que bien avenidos. En primer lugar nos encontramos con una obra primogénita, realizada a principios de los años setenta, que constató el asentamiento de los Taviani como esos referentes de un nuevo cine de autor europeo huérfano de nombres capaces de liderar un movimiento continuador del arte moldeado por los grandes autores brotados en los cincuenta y fundamentalmente en la década de los sesenta. Quizás No estoy solo puede ser considerada como la primera obra de madurez de los Taviani, si bien no muy aclamada a nivel popular, pues el éxito no ha sido nunca uno de los sucesos inherentes al cine de los hermanos.

En segundo lugar aparecerán por primera vez una serie de signos que serían frecuentes en los posteriores filmes de los cineastas: adaptación libre del relato corto de Tolstói Divino y humano; puesta en escena minimalista con abundancia del plano fijo general de gusto paisajista que trata de llamar la atención acerca de la belleza de los campos y escenarios naturales donde tiene lugar la acción; explotación de una trama tiznada de elementos revolucionarios que intentan concienciar al público acerca de la necesidad de romper con el poder regido por la aristocracia y esas clases dominantes que atenazan la libertad del pueblo llano así como de la imposibilidad de alcanzar esta utopía debido a la mezquindad y egoísmo que empapa la condición humana; un sano antojo de radiografiar todo esto con una puesta en escena ligada al realismo de trincheras sin emplear por tanto ningún tipo de artificio o efecto impostado para distraer la atención del espectador; y finalmente la utilización de unas hermosas alegorías de tintes religiosos que muestran el martirio en el que cae una de esas mentes ingenuas e idealistas que chocarán de bruces con la triste realidad del ser humano, esta es, la ambición sin límites y el individualismo presentes como formas de relación en detrimento de la solidaridad y el sacrificio por el colectivo.

No estoy solo se articula a través de cuatro sencillos escenarios que vertebrarán el todo del film. Ambientada en la Italia de finales del siglo XIX, narra la historia de un pobre desgraciado llamado Giulio Maneri. Un descendiente de una acaudalada familia aristocrática que decidió, tras realizar diversos estudios de matemáticas y filosofía, abandonar la comodidad que le proporcionaba su estirpe para encabezar un movimiento revolucionario de tendencias anarquistas con el fin de acabar con el orden establecido tratando de conseguir que los explotados campesinos puedan zafarse de los tributos y cadenas impuestas por los terratenientes. Pero en medio de una revuelta sita en el pueblo de uno de sus correligionarios, el grupo de Maneri acabará con la vida del alcalde de la villa, siendo éste apresado por el ejército y condenado a ser fusilado. Sin embargo un indulto político maquinado por la monarquía impedirá la ejecución de Maneri a cambio de ser trasladado de por vida a una prisión en régimen de aislamiento. La soledad y clausura que ello conlleva, obligará al anarquista a tejer todo tipo de estrategias para evitar caer en la locura, incitando a éste a reflexionar acerca de las trabas e impedimentos de su utópico propósito revolucionario. Pasados diez años de su confinamiento, nuestro héroe será trasladado en un barco a otra penitenciaria. En el transcurso del viaje conocerá a otros reos tildados de subversivos. Unos prisioneros con distintas motivaciones que Maneri. Así, éste comprobará que el mundo ha cambiado. Los diez años de aislamiento han permitido la ascensión de unos nuevos revolucionarios más sectarios. Más dogmáticos e individualistas y menos soñadores y románticos. Menos ligados a la utopía y más manejados por sus propios intereses personales. La revolución es pues una ensoñación solo posible en la mente de aquellos que aún creen que otro mundo es posible, si bien este mundo jamás podrá ser visto por los ojos terrenales de quienes se empeñan en cambiar las cosas. Unas cosas que cambian solo de nombre, no de ejecución. El eterno castigo que maldice a la humanidad.

Con unos mimbres muy humildes y minimalistas que permiten hilar una película de puro cine de autor europeo, No estoy solo se eleva como una de las cumbres de la filmografía de los hermanos Taviani. Me hechiza su estructura. Una estructura sencilla que huye de falsas pretensiones de autor. De este modo, la cinta únicamente se localiza en cuatro escenarios: el pueblo donde tiene lugar la insurrección fallida, el trayecto en carruaje de Maneri desde el pueblo hacia la cárcel donde será encerrado, la celda de clausura que servirá para establecer unos maravillosos soliloquios dialogados por el protagonista cargados de filosofía y verdad y finalmente el barco que trasladará a este extraño personaje hacia un viaje a ninguna parte en compañía de sus bisoños colegas que no correligionarios. En este sentido, la película se destapa como una bella fábula trascendente empapada de influjo cristiano. No es para nada soterrado el paralelismo que se establecerá entre Maneri y la figura de Jesucristo, un punto ya tocado por los Taviani en cintas posteriores como El sol también sale de noche, Good morning Babilonia Allonsanfan, todas ellas obras en las que se mezclaba con mucho tino la lucha revolucionaria con la estampa de Jesucristo en su enfoque libertario.

En el caso que nos ocupa Maneri será retratado como un Mesías cuyas doctrinas anarquistas serán rechazadas por el pueblo, hecho que le conducirá a padecer un auténtico vía crucis convertido en calvario, pero también una resurrección (el perdón de ese Poncio Pilatos del gobierno italiano lo provocará) y una posterior crucifixión cuando sea consciente que su Dios (el pueblo) le ha abandonado para abrazar posiciones congénitas al sindicalismo de clase con un sentido meramente interesado e individualista, para nada sugestionado en buscar la transformación radical de la sociedad. Las escenas del traslado de Maneri en carro hacia su presidio acompañado por una guardia pretoriana fueron tomadas como una especie de vía crucis por los Taviani mostrando el castigo psicológico en el que caerá el protagonista. Asimismo las escenas del aislamiento en la celda sin más compañía que sí mismo parecen revertir en una travesía por el desierto donde la tentación del diablo aparecerá bajo la forma de la locura. Para terminar el viaje, el capítulo ubicado en el barco será la crucifixión final que sufrirá en sus carnes un viejo anarquista cuyo objetivo libertario ha perdido todo su sentido en manos de una juventud displicente poco motivada por la revolución. Una mocedad, que los Taviani enlazan sin rubor con los jóvenes italianos de los setenta post mayo del 68, que alberga pocos hilos de esperanza para los ojos de esa generación de marxistas idealistas (como los Taviani) que vieron como su mundo se derrumbaba vencido por la desidia y la desfachatez que acabó conquistando el mundo occidental. Un occidente frívolo, superficial, lastrado por la ambición, por el destello cegador del dinero, por el éxito a cualquier precio, por el individualismo y el odio, por ridiculizar al vecino y compañero, por las ansias de poder, por el sexo y los instintos menos reflexivos. Unos vicios tan presentes en la actualidad que impiden cualquier conato de fe en nuestro futuro.

Todo ello quedó plasmado en No estoy solo, una película que duele ver. Pues los Taviani lanzaron esa mirada visionaria y fatal con la sabiduría que otorga el conocimiento de la sustancia de la que estamos compuestos. Y su profecía, pasados cuarenta y cinco años desde su producción, se ha cumplido sin ningún tipo de quebranto. Y esto da miedo, mucho.

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