Obra 67 (David Sáinz)

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Uno de los aspectos más controvertidos a la hora de entrar a valorar una película es el de los giros de guión. ¿Son un recurso loable o una trampa? En muchas ocasiones hemos visto como películas que aparentemente ofrecían poco, se convierten en interesantes a raíz de un cambio radical en el nudo argumental. Otras, en cambio, abusan de esta técnica hasta tal punto que acaban haciendo perder al espectador el sentido de la orientación.

En el caso de Obra 67, dirigida y escrita por David Sáinz y enmarcada en la iniciativa #littlesecretfilm, es casi imposible evitar hacer mención a este giro argumental. Evitando por supuesto cualquier detalle que se pueda considerar spoiler, diremos que durante la primera hora es una comedia bastante ácida, con un evidente parecido a las historias de Alfonso Sánchez sobre “el Culebra” y “el Cabeza” de El mundo es nuestro, tanto por la caracterización de los personajes (solterones, pobretones, sin estudios y con el único objetivo de hacer algo de dinero fácil) y tras varios giros de guión se termina convirtiendo en un thriller bastante serio, tanto estética como argumentalmente.

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Lo cierto es que la parte cómica funciona bastante bien, la historia está planteada de manera muy acertada y evoluciona favorablemente en medio de varios diálogos con un punto de gracia vulgar pero eficaz. Aquí se nos presenta a dos jóvenes, Cristo y Juan “el Chispa”, que van a recoger a la cárcel a Juan “el Candela” (temible Dechent), padre del segundo y que se ha pasado los últimos veinte años en prisión por cometer centenares de atracos en diferentes chalets del país durante los 80 y principios de los 90. Durante este tramo se toca el tema de la (nula) reinserción social en el caso del expresidiario y de las escasas opciones de futuro para la juventud de hoy en día en el caso de la pareja protagonista. También hay un evidente guiño al proceso de creación de las películas mediante el personaje interpretado por Ricardo Mena, que aporta un carácter paródico sobre los directores de cine.

Sin embargo, pasado el ecuador de Obra 67 llega el mencionado cambio de registro tras un (o dos, según se mire) giro argumental que no satisfará a todo el mundo. Acertado o no, lo que es innegable es que el cambio de género puede resultar demasiado brusco para el espectador, más aún teniendo en cuenta que el carácter cómico desaparece casi por completo. En muchas ocasiones se ha conseguido aunar historias violentas con ramalazos cómicos (la escuela de los Tarantino o Ritchie), pero en este caso es muy complicado soltar siquiera una leve carcajada porque no hay ninguna frase o momento que invite a ello.

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Hay que remarcar que en este caso el argumento no es tramposo, revirado o deja lagunas sin resolver. Los pequeños detalles que pudieran dar pie a un agujero en el guión se van resolviendo conforme pasan los minutos. Todo está bien hilado y pasa lo que tiene que pasar, sin deferencias hacia los protagonistas. Además, la escena final deja el típico detalle de muchas películas de intriga, modificando el desenlace que previamente habíamos dado por sentenciado. Todo ello enmarcado bajo una dirección bastante eficiente, sin rezumar espectacularidad pero sin estorbar a la acción.

No se le puede negar a Obra 67 el haber arriesgado con esa radical variación en el argumento. Pero no serán pocos los que crean que hubiera sido mucho mejor el haber mantenido un tono cómico, por sutil y negrísimo que fuese, hasta el final de la obra. El paso de la mordacidad a la seriedad puede echar para atrás a mucha gente incluso en plena película, tanto por resultar inesperado como por la ejecución demasiado brusca. Eso sí, a buen seguro que no dejará a nadie indiferente.

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