No se aceptan devoluciones (Eugenio Derbez)

El mujeriego a la par que bonachón Valentín, no deja de recordar aquellos días en que su padre trataba de eliminar cualquier atisbo de miedo en el cuerpo de quien todavía era un niño. Saltando a un acantilado o pasando la medianoche en un cementerio, el gran Johnny Bravo pretende que a su hijo no le asuste ni la mismísima mirada de un lobo. Y parece que lo acabó consiguiendo, aunque por el camino dejó bastantes lagunas en la educación de Valentín, que cada día goza de un buen momento con una mujer diferente. El caso es que al final llega una joven, que para más inri es estadounidense, y le entrega en brazos una preciosa niña que, como no, es su hija. Por desgracia, como reza el propio título de la película, No se aceptan devoluciones, así que el wey tendrá que hacerse cargo de ella.

El mexicano Eugenio Derbez dirige, co-escribe el guión y también es el actor principal de una película que ya desde el principio adivinamos lo que va a ser: una desenfadada comedia que por el camino irá dejando varias moralejas y segundas lecturas. A simple vista, es la típica película para toda la familia que combina todos los elementos: el hombre que reencuentra su vida, la mujer malvada, la pobre y marginada niña a la que le encantan las aventuras, el jefe egoísta pero enrollado y la típica docena de freaks que van completando personajes secundarios hasta dar sentido a la totalidad de la obra.

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Dos líneas que analizar por tanto: el nivel de risas y el poso que deja el conjunto de la película. Lo primero obviamente es algo básico en casi toda comedia. Aquí hay bastantes gags que hacen gracia, sobre todo porque usan el (fácil) recurso de tirar de personajes conocidos. Aun así, hay cosas ingeniosas con las que hasta servidor, poco dado al arte de la carcajada cuando está delante de un amasijo de píxeles, tiene que caer rendido y esbozar una sonrisa al darse cuenta de que lo que ha dicho tal o cual personaje ha tenido gracia. Aunque bien pensado, quizá también pueda ser debido a que, en estas latitudes, el acento mexicano resulta un tanto cómico. En cuanto al otro apartado, que reúne aquello que podemos extraer de la película, la verdad es que uno no puede ser benévolo, puesto que quitando las escenas graciosas el resto de la obra es una concatenación de situaciones repetidísimas hasta la saciedad. Hasta lo que parecen giros de guión no lo son, porque de tanto usarlos ya nos son tan familiares como las zapatillas de estar por casa.

Lo más reseñable de la película es, al fin y al cabo, su final. Sin ninguna intención de revelar lo más mínimo del argumento, por supuesto, hay que decir que se trata de un desenlace imprevisible, arriesgado, valiente, que a buen seguro no deja a ningún espectador indiferente. Un final que casi obliga a reinterpretar la cinta de principio a fin. Y aquí no hay trampas, realmente era algo que se podía adivinar con las numerosas pistas que nos van dejando a lo largo del metraje, pero el propio espectador piensa que, habiendo tirado de tópico hasta esas alturas, lo lógico es rematar la obra con un desenlace a base de cliché. Pues nada más lejos de la realidad. Bofetada en la cara.

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Acertado o desacertado, el mencionado final es el punto culminante de No se aceptan devoluciones, una película que, por otra parte, ha recaudado un verdadero pastizal allá donde se ha estrenado (unos 85.000.000 de dólares, 25.000.000 de espectadores y éxito rotundo en EEUU), algo que no hay que desdeñar si tenemos en cuenta de que es una película mexicana y rodada en su mayoría en español (aunque hay bastantes partes en inglés). Después de su visionado, esas cifras no extrañan tanto, porque estamos ante una comedia ligera y que resulta bastante agradable de ver, no nos plantea grandes desafíos, no requiere una especial atención y tampoco hay escenas demasiado incómodas… Hasta que llegamos al final, por supuesto.

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