Nicolas Winding Refn… a examen (II)

El ser humano se ha sentido atraído por la violencia desde el principio de sus orígenes. Desde la Biblia hasta en los telediarios nuestra distraída atención se concentra cuando algún episodio violento explota en nuestro alrededor. El mundo del cine no ha sido ajeno a esta extraña e inquietante fascinación existente en nuestra psique. Así las primarias obras de D.W. Griffith estimularon la impostura de una sociedad americana que criticaba con saña la extrema representación de la violencia vertida por el cineasta norteamericano en sus películas filmadas en los años diez. Una sociedad que aparentaba ser un adalid de la decencia y de la paz, pero que en silencio maquinaba oculta en los despachos de políticos y medios de influencia las barbaries del odio racial, la explotación de las clases oprimidas y el ejercicio de la violencia tanto en las fronteras nacionales como en las internacionales.

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Esta querencia sentida por nuestros semejantes ha tratado de ser explotada por el mundo del arte en una doble vertiente. La frívola y fútil construida únicamente para obtener un beneficio comercial a partir de la exposición de la degradación moral y perversa del ser humano. Y por contra la artística y filosofal, ideada para tratar de avivar ciertos giros de conciencia a raíz de mostrar la cara oculta y degradada de esos conatos de furia y crueldad que conducen a los personajes que se sitúan en sus alrededores en una escalada de perdición de dimensiones homéricas.

Sin duda Nicolas Winding Refn se alza como uno de esos autores que mejor ha sabido combinar las dos vertientes expuestas en el párrafo anterior, asentándose como uno de esos cineastas de referencia cuyos proyectos se antojan más que interesantes. Del cine de Refn me gusta su capacidad para generar opiniones enfrentadas. Ello denota que nos encontramos ante un autor que disfruta con la polémica y para el que los convencionalismos se sitúan por tanto al margen de toda regla. Vanidoso, narcisista, pedante y egocéntrico como pocos, igualmente su mirada ostenta una provocadora visión de la sociedad de nuestro tiempo. Un retrato que molesta. Y es que a nadie le gusta que le planten delante de sus narices sus propias amoralidades y perversiones, además con un envoltorio que resulta hipnótico y fascinante por la belleza que desprenden unas imágenes de talante muy desagradable filmadas con el gusto exquisito de un Luchino Visconti envenenado por el influjo de lo efímeramente bello.

En este sentido, el cine de Refn explota la poética del caos y la decadencia que asoma en nuestro entorno, arañando con sus afiladas uñas ese trasfondo dantesco inspirado en las cloacas existentes en las aparentemente ordenadas y organizadas sociedades occidentales. Lo que me hipnotiza de su cine es su capacidad para generar atmósferas oníricas, casi irreales, a través de situaciones realistas y en cierto sentido materialistas. Así los hábitats configurados por Refn suelen adoptar paisajes espectrales donde resulta complicado discernir si estamos asistiendo a la representación de una pesadilla de la que podemos escapar o si por el contrario el espectáculo exhibido constituye una radiografía de los tormentos que afloran en nuestro día a día desde una perspectiva puramente objetiva.

Esta dicotomía se observa esencial en el arte de Refn. La vida y la muerte, el orden y la anarquía, la soledad y el amor, los tormentos y las esperanzas… la épica de la esquizofrenia que contagia a una sociedad totalmente polarizada es sin duda el principal sustrato que ha permitido al cine de este fantástico autor alcanzar cotas únicas. Este hecho quizás sea la principal causa de que el cine del danés suscite esas reacciones tan variopintas y heterodoxas. Porque el arte de Nicolas Winding Refn huye del aplauso fácil y de la amabilidad. Y esto es el punto que faculta que la legión de seguidores y detractores que ostenta el cineasta europeo se halle más que justificada. Qué necesario resulta la existencia de cineastas como Refn para la supervivencia de esto que tanto amamos que denominamos cine.

Creo que no existe mejor ejemplo para exponer el universo creado por Nicolas Winding Refn que visualizar uno de sus mejores y más tempranos trabajos cinematográficos. Y es que para un servidor Bleeder constituye el mejor compendio de las obsesiones y nocivos ambientes pintados por el autor de Pusher. Ya desde su apertura, Refn trata de buscar el impacto a través de la imagen. Así unos títulos de crédito diseñados intencionadamente con un fondo rojo oscuro como la sangre que corre por nuestras venas y adornados por una perturbadora melodía de tonalidad infernal, darán paso a continuación a una escena radicalmente opuesta en la que con el acompañamiento de una estridente composición de rock psicodélico (diferente para cada uno de los personajes fotografiados), la cámara de Refn presentará a los personajes que protagonizarán su propuesta.

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Comenzando por el friki Lenny (interpretado por el siempre hipnótico Mads Mikkelsen) un joven que trabaja como dependiente —totalmente obsesionado por el cine— en un decrépito videoclub de barrio que cuenta en su estantería con todo tipo de cintas desde las más comerciales a las más clásicas albergando asimismo a esos cineastas de culto olvidados por el gran público. Un establecimiento regido por otro friki de fábrica que esconde en su trastienda todo un mercado negro de películas porno. A continuación aparecerá en pantalla Leo (Kim Bodnia), un treintañero sin oficio ni beneficio cuya vida familiar sufrirá un revés para el que no parece estar preparado cuando su mujer Louise —siguiente personaje que aparecerá en pantalla— le anuncia que están esperando a su primer hijo. Seguidamente aparecerá Louis —hermano de Louise y por tanto cuñado de Leo— otro personaje marginal, violento y racista quien se gana la vida como matón de poca monta encargado de la seguridad de decaídos tugurios. Finalmente irrumpirá en pantalla la bella Lea, una joven desorientada que ha terminado con sus huesos como camarera de la cafetería situada en frente del videoclub donde trabaja Lenny, (videoclub que será el punto de reunión de este grupo de marginados), y que acabará despertando el interés de un Lenny para el que la vida parece únicamente reducida a devorar películas sin descanso, dejando al margen cualquier otro aliciente existencial.

Tomando como eje argumental los avatares que sufrirán este grupo de estrafalarios y excesivos personajes, Nicolas Winding Refn supo tejer un complejo collage que detalla con pelos y señales la enfermedad existente en una sociedad administrada por el ejercicio de la violencia más extrema. Una violencia que será empleada como un mecanismo de control y autoridad con respecto a la parte más débil de nuestro entorno; en contra de los inmigrantes; en contra de esas amas de casa que soportan todo tipo de vejaciones atemorizadas por unos crueles demiurgos verdugos de sí mismos; en contra de la bondad y la solidaridad… Todo un cuadro nihilista y perturbador que Refn supo pintar con una sutil belleza capaz de narcotizar al espectador adentrándole sin que éste sea consciente en una espiral de violencia y degradación disfrazada con un vestido muy seductor y atractivo.

En este sentido, Bleeder se destapa como una poema extremo alrededor de la degeneración de la condición humana. Un ser humano peligroso para el que la simple torcedura del evento más simple de la vida cotidiana desencadenará un estallido de violencia y pecado sin posibilidad de control. Y es que Bleeder nos advierte del engranaje autodestructivo y demoledor del que estamos hechos los seres humanos. Un engranaje obrado desde el odio y los tambores de guerra. Porque como expone Refn, el ser humano parece no haber nacido para vivir en paz. Al contrario. Necesita de la agitación y el sonido de las balas para poder respirar a gusto. Preferimos los turbios lodazales que los tranquilos lagos. La oscuridad se muestra más atrayente que esa luminosa luz que ampara la convivencia pacífica. La crueldad y observar el sufrimiento ajeno nos excita y enamora. La decencia y la defensa de los más débiles nos repele y repulsa. El ser humano es dual puesto que su comportamiento se basa en su incapacidad de concreción.

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Esa dicotomía, que vertebra el cine de Refn, brotará de forma espontánea en esta obra mayor del autor de Bronson. La agitación coetánea a nuestro sino fue reflejada de forma magistral por Refn merced a su apuesta por dotar el montaje de Bleeder con un disfraz enfermizo y mórbido. Así, el color rojo estará presente en cada rincón de Bleeder; en la sangre que salpica el rostro de los protagonistas y cuyas gotas dejarán huella en los suelos y paredes de los escenarios donde la violencia estallará con toda su hambre destructora; en las luces que alumbran garitos con olor a perdición morbosa; pero también color rojo en la camiseta de un Leo demoníaco que será conquistado por ese ambiente feroz e iracundo desplegado a su alrededor; rojo en los asientos de unas solitarias salas de cine que anuncian la muerte del séptimo arte; rojo en los coches que contaminan con su hedor los cielos de Copenhague….

Una agitación que asimismo se siente en la puesta en escena que fundamenta la concepción iconoclasta de Bleeder. Puesto que Refn abandonó cualquier conato de clasicismo a la hora de configurar sus encuadres, optando por contra siempre por la deformación de la imagen a través de complejos planos en los que la cámara siempre se muestra nerviosa en continuo movimiento. La cámara de Refn no para quieta en ningún momento, circulando desasosegada y angustiada por los diferentes escenarios que conforman la obra. En este sentido, Refn desplegó todo su arsenal visual introduciendo una óptica que abarca picados de vértigo, primerísimos planos colmados de sangre y hedor a alcantarilla, travellings filmados a la velocidad de la luz, delicados zooms , zigzagueantes movimientos de cámara, escenas tomadas cámara al hombro con objeto de inspirar un fascinante realismo documental a ciertos rincones orillados en el sentido más espeluznante del film…

Pero toda esta careta visual que podría hacer pensar que nos hallamos ante una obra rodada por un niño pijo que desea llamar la atención de sus mayores así como la de la intelectualidad más desfasada y deprimente, no resulta para nada baladí. Y es que este arriesgado envite, que podría ser catalogado de pretencioso, acabará derivando hacia una vertiente necesaria y por ello coherente. Puesto que con su recargada puesta en escena, Bleeder asomará como una obra maestra del arte versado alrededor de los funestos parajes que cobijan a la violencia contemporánea. Porque Refn logró alcanzar sus objetivos con Bleeder. Unos objetivos que no eran otros que los de fascinarnos con la belleza de la violencia representada con unos vértices sutilmente preciosistas y sublimes. Unos contornos que saben crear cierta sensación de fascinación al espectador. A un público que pasados unos días tras el visionado del film será consciente de que esa atractiva forma de representación de la violencia no era más que una metáfora que nos advierte del carácter achacoso y degenerado de un ser humano totalmente conquistado por la violencia que convive con él. Una violencia que se ha convertido en un vecino simpático y divertido. Pero que realmente se alza como un monstruo que arrastrará nuestra existencia hacia un camino impregnado de infecciones y maldad si es que no conseguimos darnos cuenta, antes de que la enfermedad pudra nuestro cuerpo, de que debemos extirpar ese cancerígeno tumor empapado de crueldad.

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