Mujo (Akio Jissoji)

Mujo

El cine japonés sigue siendo uno de esos oasis a los que acudimos todos los amantes del cine subterráneo. Y parece que la fuente de maestría que emana del mismo continúa fluyendo de manera inagotable. Y es que Mujo, película ganadora del Leopardo de Oro en el Festival de Locarno celebrado en 1970, se alza como otra de esas obras maestras de efectos inolvidables para todo aquel que ose a contemplar por primera vez la que es por méritos propios una pieza esencial del cine de autor de todos los tiempos. Me resulta difícil expresar los sentimientos que he experimentado al culminar esta obra maestra del cine. Sin duda, Mujo es una película osada y por tanto incómoda. Un repaso superficial a su contorno implicaría focalizar su trama exclusivamente en el incesto. Porque Mujo centra su tejido argumental en la relación pasional, obscena e incestuosa que nacerá entre el joven y misterioso Masao y la bella y sumisa Yuri, hermana del susodicho personaje.

Vista bajo este cariz la cinta resulta totalmente escandalosa. De hecho, Mujo despertó una enorme polémica en todos los países en los que se exhibió en esos tempranos años setenta. Y es que aunque el incesto fue una temática bastante recurrente en el cine japonés realizado bajo los designios conceptuales de la Nueva Ola, el mismo siempre adoptaba una deriva poética y trascendental huyendo por tanto de toda muestra explícita de contacto sexual entre los pecaminosos amantes. Sin embargo, Mujo opta por todo lo contrario. El incesto es mostrado de forma clara y manifiesta mediante una serie de escenas de alto voltaje erótico que proyectarán toda la pasión sexual irradiada por el roce desenfrenado de los cuerpos sudorosos y desnudos de los amantes mientras ejecutan el coito en diversos lugares y posturas. Pero limitar el significado del film estrictamente al entorno sexual sería injusto. Porque la cinta encierra un complejo y heterodoxo mensaje en su seno. Complejo en el sentido del excelso simbolismo del que hace gala Akio Jissoji. Así, la cinta desprende intrincados mensajes místico/religiosos que igualmente lanzan una afilada crítica contra esa sociedad japonesa anclada en las tradiciones budistas que obstaculizan la puesta en práctica de esos deseos e instintos más básicos en aras del cumplimiento de los convencionalismos aceptados.

Mujo

La cinta se manifiesta en este sentido como absolutamente rompedora. Rompedora al retratar ese choque entre la tradición representada por esos padres de los protagonistas pertenecientes a una próspera familia de comerciantes a la que se opondrá ese sátiro Masao que rechazará continuar con la tradición mercantilista de su estirpe para abrazar la meditación que le ofrece el budismo como medio de escape a la rutina que supone un trabajo vacío desde el punto de vista espiritual. Pero también tajante en la línea de etiquetar a la religión budista como un hogar que da cobijo tanto a monjes que han decidido enclaustrarse para evitar dar rienda suelta a sus impulsos sexuales, como a jóvenes nihilistas para los que el infierno será un enclave mucho más atractivo que ese cielo budista pintado por sus profetas como un lugar aburrido y ocioso frente al complejo bosquejo efectuado de ese infierno que ostenta todos los elementos necesarios para conseguir la felicidad que proporciona la satisfacción de los deseos terrenales. Punto filosofal éste magníficamente trazado por Jissoji en una majestuosa tertulia conversada entre el rebelde Masao y su amigo monje Ogino.

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Y es que uno de los puntos más hipnóticos y fascinantes del film es sin duda su concepción visual. Porque Jissoji mutó en una especie de Alain Resnais oriental para construir una cinta montada en base a planos de talante operístico donde la cámara se desplaza continuamente para empapar de misterio los terrenos por donde se mueve el argumento. Esta es por tanto una película que escupe todo elemento que huele a clasicismo para abrazar la vanguardia más radical e iconoclasta. Así, la cámara adopta la forma de un péndulo que se mueve de izquierda a derecha sin permanecer en ningún momento estático. De este modo, se desliza de arriba a abajo y de atrás hacia adelante, adornando con un envoltorio subyugante las escenas más emocionantes y surrealistas del film. Además de la referencia clara de Resnais, Jissoji igualmente adopta la visión cinematográfica de Ingmar Bergman, captando primerísimos planos de los rostros de los actores tanto de frente como en perpendicular emulando los famosos planos de caras característicos del maestro sueco. Por tanto el novato cineasta nipón, empleará un lenguaje cinematográfico tremendamente osado apostando por complejas angulaciones, planos cenitales de vértigo, tomas de cámara filmadas a ras de suelo que evocan a ese primerizo Orson Welles de Ciudadano Kane así como inquietantes imágenes de corte impresionista que no tienen ningún tipo de desperdicio. Incluso las escenas eróticas irradian modernidad con esos torsos desnudos y sudorosos ejecutando la cópula sin ningún tipo de sábanas, escenas que lejos de presentarse como obscenas serán coreografiadas con un gusto y elegancia portentosa. Ese movimiento continuo de las imágenes consigue inspirar una vertiente trascendental. Y es que la vida, como la cámara, siempre se muestra en movimiento. Existen pocos espacios vacíos y estáticos. Nacemos, crecemos y morimos. Y mientras estas necesidades tienen lugar, igualmente vivimos experiencias que moldean nuestro carácter hacia uno u otro sentido. La vida es efímera, tal como lo plasman esos travellings mesiánicos diseñados por Jissoji y su equipo. Nada es eterno, ni siquiera el pecado.

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He de reseñar que la mejor forma de disfrutar de esta Mujo es sin duda desde el total desconocimiento de su argumento. Su misterio intrínseco derivado del hecho de narrar un tema tabú en occidente como es la relación sexual entre hermanos no hace más que agrandar el secreto que rodea a esta cinta oculta del cine japonés que versa sobre un tema en principio nada agradable de contemplar. Su puesta en escena de tonalidad religiosa a la vez que agitadora de conciencias no será lastre para hacer fluir una epopeya perfectamente engarzada por una serie de pequeños episodios coherentes entre sí.

En este sentido, la cinta narra a modo de cuento moral la historia de los hermanos Masao y Yuri, dos vástagos pertenecientes a una floreciente familia de empresarios. Sin embargo algo parece perturbar la mente del pequeño Masao. Por un lado, muestra una total oposición a que su hermana contraiga matrimonio. Por otro igualmente rechazará los ofrecimientos de su padre de continuar con el negocio familiar. Y es que la lectura de los libros sagrados y de la iconografía religiosa budista han hechizado por completo la torturada mente del joven. Igualmente conoceremos a Iwashita, un joven estudiante que trabaja para la familia de los hermanos cuidando del jardín de la residencia familiar, que secretamente está enamorado de Yuri. Pero Yuti también ejercerá su poder de enamoramiento sobre Ogino, un monje que habita el monasterio budista cercano al hogar familiar que fue antiguo compañero de instituto de Masao. Ogino, optó por aislarse del mundo y de sus pasiones no correspondidas refugiándose en la religión, si bien le hubiera gustado satisfacer las mismas. Por contra, su amigo Masao se resiste a ser un simple empresario, sintiéndose atraído por la mística religiosa. Pero Masao empleará la religión en un sentido divergente al de su amigo Ogino. Puesto que la religión será el instrumento que le permitirá satisfacer sus más ocultos deseos, tomando como esclava sexual a su hermana Yuri, así como con toda una serie de personajes que cruzarán su camino con el de el pecaminoso Masao.

Así, de la relación entre Masao y Yuri nacerá un hijo ilegítimo que será ocultado con el matrimonio de conveniencia que se concertará entre la joven y su empleado Iwashita. Pero el descubrimiento del pecado por parte de Ogino y del propio Iwashita desatará una maldición que terminará con el suicidio del estudiante, la llegada de Masao a casa del maestro escultor Mori con el fin de aprender el oficio de orfebre y ayudar al viejo profesor en la construcción de la estatua de la Diosa de la misericordia Kannon encargada por Ogino. Hecho que volverá a desatar una tormenta de pasiones en el momento en que Masao adopta como amante a la joven esposa del escultor.

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No me quiero explayar mucho más acerca de la derrota que tomarán los acontecimientos. Simplemente animo a todo aquel que quiera descubrirlo a que vea sin ningún tipo de prejuicios esta absoluta joya del cine de todos los tiempos. Para finalizar la reseña no me quiero olvidar de dos escenas que se hallan insertas de forma insoslayable en mi memoria. En primer lugar la escena que anticipa el primer contacto sexual entre los hermanos. Jissoji filma los preliminares de la misma a través de la ejecución de un juego ancestral de máscaras disfrutado por los hermanos. La cámara perseguirá a ambos entre los angostos recovecos y habitáculos del hogar familiar. El juego de niños fotografiado por el cineasta japonés de una manera cortante y visceral culminará en una pasión desenfrenada en el momento en que Masao jale de los hombros a su hermana con intenciones pecaminosas. El pecado ha sido cumplido. La vida de ambos personajes ha sido por tanto condenada a una existencia fugaz y perniciosa para todos aquellos que topen su destino con ambos individuos. En segundo lugar hay una escena que sencillamente me tiene fascinado. En el tramo final de la cinta, una vez que Masao es culpado por el hijo del maestro Mori del fallecimiento de su padre producido justo en el momento en que ha sido culminada la obra de la diosa Kannon, Jissoji rompe el trazo lineal de su obra para incluir una escena de connotaciones oníricas e irreales. Masao aterrizará en un mundo idealizado fuera de los contornos terrenales y conscientes. Allí se topará con una vieja con la que excavará un hoyo en la arena de una playa. Del boquete surgirá un enorme pez cuyo vientre contiene unas piedras que representan a las personas que alternaron vivencias con Masao. Las piedras serán expulsadas del vientre del pez, a la vez que Masao y su enigmática amiga trasladan al mismo por un luminoso sendero. No sé que coño quiso decirnos con esta espectacular escena Jissoji. Quizás que el pecado termina emergiendo de las profundidades de la tierra condenando nuestra existencia. Quizás que todos nuestros actos tienen consecuencias imposibles de enterrar. O quizás alguna otra cosa. Únicamente soy consciente que esta escena, en su confusión, resultará totalmente inolvidable, del mismo modo que todo el paquete que conforme esta obra maestra oculta del cine que es Mujo. No se la pierdan, porque seguro que esta es una cinta que no resultará indiferente.

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