Mest (Yermek Shinarbayev)

En el año 2007 la World Cinema Foundation, empresa auspiciada por el maestro Martin Scorsese con el encargo de restaurar una serie de joyas ocultas de la cinematografía mundial, culminó con éxito el proceso de renovación de una de las joyas del cine de la URSS emergida en los últimos coletazos de esta mítica denominación de origen. Más concretamente la misma se enmarca en los primeros vestigios de la nueva ola del cine de Kazajistán siendo realizada por un joven Yermek Shinarbayev, uno de los cerebros del séptimo arte de aquella geografía.

Se trata de Mest, una obra ciertamente hipnótica y terriblemente bella de la que emana ese espíritu contemplativo propio de la región del Asia Central que tan de mi gusto resulta. Sin duda esta es una de esas piezas desterradas de popularidad que merecen todos los agasajos que se os ocurran, puesto que la misma se eleva como una de las mejores películas producidas en la década de los ochenta, e igualmente quizás brota como la gran obra maestra del cine made in URSS forjado antes de la caída del muro de Berlín. Y el tito Martin, que para esto de recuperar obras del olvido es igual de genio que manejando la cámara, invirtió tiempo y esfuerzo para dejar en estado de perfecta revista a un film que ostenta en su poderío visual y en su sublime acabado formal uno de sus puntos fuertes.

Esta es la historia de una venganza. Trazada de un modo extraño, poco habitual en este tipo de tramas que hacen derivar su sentido hacia este cruel vestigio del alma. Con pausa, sin vísceras. Desde el espíritu más que desde la carne. Sin recurrir a la acción ni a artificiosos conatos de revancha. Despacito, con reflexión pero sin tratar de impartir ningún tipo de lección moral. Con un estilo claramente literario que descansa en un prólogo y en una serie de capítulos anunciados con unos llamativos títulos de crédito, segmentando de este modo cada uno de los episodios que desarrollarán la epopeya en habitaciones separadas, apoyándose para ello en jugosas elipsis empapadas con un virtuoso reflejo del paso del tiempo que pasará ante nuestros ojos como las hojas de musgo de un bosque. Haciendo uso para ello de un vestido visual impecable y magnético gracias a una fotografía muy contenida, de luminosidad pictórica y encuadres perfectos al más puro estilo de ese cine soviético que hacía reposar su receta en los silencios y en la observación de la vida desde la distancia en medio de unos planos medios que quitan el hipo captando la naturaleza del hábitat donde tiene lugar la acción con todo su esplendor. Optando por unas interpretaciones naturalistas exentas de histrionismo. Ascéticas y conmovedoras. Con un elenco de actores de rezuman un aroma no contaminado por escuelas ni trucos de interpretación. Logrando así un realismo estremecedor que impacta el corazón del espectador a pesar de que por la forma en que Shinarbayev moldea la escena es difícil empatizar con la frialdad que desprende la mirada de los diversos personajes que asoman su tez por pantalla.

Mest retrata una historia de venganza, señalando la misma como un personaje más de la sinopsis, si bien invisible y en ocasiones imperceptible. Se halla implícita en la atmósfera pero sin aflorar en el aire ni en los suelos en los que descansan los cansados pies de los actores. Esta es por tanto la historia de una obsesión. La venganza adquiere en este sentido una forma abstracta y amorfa. Una deformidad que acarrea la perdición de aquellos que besan su mano. Una sombra silenciosa que no aparece en primer plano pero cuyos efectos se muestran evidentes. Un pecado que castiga a sus inductores con una muerte lenta y agónica, con la carestía de felicidad y esperanza. Con un destino atroz y cruel donde será la justicia divina la encargada de dictar sentencia sin la ayuda de jueces de carne y hueso.

En este sentido el film se abre con una escena fechada en el pasado. En la Corea medieval, donde un Rey despiadado observará como su hijo será derrotado en justa lucha por un pequeño campesino. Avergonzado de la falta de valor de su vástago, encargará a su mejor guerrero la tutoría en el arte de la guerra del príncipe con el fin de convertirlo en un invencible guerrero con la condición de que si no es logrado el objetivo el soldado al que se le ha confiado esta responsabilidad será ejecutado. La violencia conquista el ambiente y el propósito alcanzado. Pues la cámara presentará al otrora príncipe convertido en un sanguinario regente al que no le ha quedado ni un ápice de ternura en su rostro. De tal modo que el cruento mandatario se deshará de su mejor amigo, un sensible poeta que decidirá abandonar la compañía de su antiguo compañero al observar la barbarie en su espíritu.

Acto seguido Yermek Shinarbayev situará la acción en la Corea de mediados del siglo XX con una escena bucólica y en principio pacífica: la de unos niños aprendiendo su lección diaria en la escuela de la mano de un profesor aparentemente apacible. Sin embargo, sin que medie casi palabra, el maestro acabará con la vida de una pequeña alumna en un arrebato innato e irracional. Los padres de la niña clamarán venganza. Así el progenitor de la pequeña viajará hacia China en busca del fugado maestro, quien según las malas lenguas se encuentra laborando en las minas situadas en la frontera con Corea. Y lo localizará, pero la cobardía que empapa los actos del padre lo impedirán ajusticiar a sangre fría al asesino de su niña, retornando con la cabeza gacha y retraído a su hogar. Pero su objetivo no habrá culminado. Pues aunque su mano sea incapaz de ejecutar el crimen, el padre contraerá matrimonio con una concubina muda con el fin de tener un hijo que sea capaz de liquidar a su presa.

Así nacerá un pequeño cuyo destino está marcado desde su primer llanto. Un chico pacífico, amable, amante de los brazos de su madre, inteligente, con alma de poeta… Pero tiznado por su fatal sino. Entrenado para odiar a un sujeto que no conoce. Al asesino de una hermana cuyos ojos no pudo contemplar. Y el criminal regresará al pueblo casado con una extraña mujer y fanfarroneándose de su suerte al enterarse de la muerte de su perseguidor. Pero desconocedor de la minúscula presencia de un chaval cuya inerte mirada esconde la locura de la venganza llevada hasta las últimas consecuencias. Pero la mente del vengador no es la de un sicario, sino la de un poeta contagiado por el veneno del arte y la literatura. Hecho que castigará su deambular por el mundo con diversas desgracias y desdichas. Las que acompaña a esa venganza ciega tan absurda como vacía.

Mest amanece como un trabajo extremadamente complejo y experimental llevado a cabo con gran maestría por Yermek Shinarbayev. Una obra que no cae en ningún momento en la desidia ni en el aburrimiento, manifestando su carácter de cine de autor extremo, resultando así encantadora. Empleando un lenguaje literario muy atrevido e innovador. Concibiendo un acabado tan hermoso como aterrador. Esbozando un trayecto homérico, al más puro estilo de las tragedias griegas escritas por Homero o Virgilio, con un sentido psicológico que hechiza por su milimétrica disección de las fauces de la venganza y sus consecuencias. Una operación en la que la sangre no hace apto de irrupción, inquietando al público merced al dibujo de una geometría metafísica y trascendente que impregna con una fuerza inexpugnable el talante del film.

Como hemos comentado desde el punto de vista técnico la película es un prodigio. Gracias a un montaje preciso y elíptico inundado con una fotografía de lujo que riega con su influjo cada uno de los rincones de la escena. En este sentido para nada tiene que envidiar el envoltorio visual de Mest al ideado por los grandes autores del cine soviético como Tarkovsky, Klimov o Shepitko. A este paraíso ocular se une un pequeño homenaje rendido por Shinarbayev hacia la población coreana que vivió en el extremo oriente ruso que fueron confinados a campos de concentración por el Régimen estalinista, convirtiendo de este modo al protagonista del film en una especie de espectro inmerso en un calvario similar al que padeció la diáspora coreana en la URSS administrada por Stalin. Puesto que el odio que brota de la venganza solo puede traer perdición a aquellos marcados por su fuego. Un odio, tanto político como seminal, que fue radiografiado con un enfoque poético insuperable por Yermek Shinarbayev en esta obra maestra del cine kazajo etiquetado con bandera soviética.

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