Margarethe von Trotta… a examen

Rosenstrasse

Tras ocho años sin llevar una película a la gran pantalla, Margarethe Von Trotta volvió al panorama cinematográfico alemán en una fecha tan significativa como 2003 (recordemos que es el año en el que se estrenó Good Bye Lenin!, de Wolfgang Becker) con La calle de las rosas. La directora, otrora actriz a finales de los 60 y los 70, comenzó a escribir y más tarde a filmar sus obras como parte del Nuevo Cine Alemán, y hasta 1995 tuvo una carrera regular. Tras realizar en aquel año La promesa, y hasta el filme que nos ocupa, se dedicó a la televisión. Pero algo empezó a pasar en Alemania a comienzos del nuevo siglo, ya que además de la importantísima repercusión internacional de la película de Becker, 2003 también fue el año en el que estrenaron trabajos algunos autores que ya estaban afianzando un cierto prestigio, como Christian Petzold (Wolfsburg), Hans-Christian Schmid (Lichter Distant lights—) o Leander Haussman (Herr Lehmann); así como las óperas primas de Christoph Hochhäusler (Milchwald), Maren Ade (Los árboles no dejan ver el bosque) o Marco Kreuzpaintner (Ganz und gar), muchos de ellos pertenecientes a los movimientos conocidos como la Escuela de Berlín y el Joven Cine Alemán del siglo XXI.

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Von Trotta reapareció en este panorama, pero no para adaptarse a las tendencias estéticas y argumentales imperantes (caracterizadas por la inmediatez, la transición y el interés por el sujeto individual); al contrario, permanece aferrada a las constantes (no muy alejadas de lo que precisamente rechazan estos nuevos directores) del cine que había estado realizando desde finales de los 70. Desde que co-dirigiera con su marido Volker Schlöndorff El honor perdido de Katharina Blum (1975), se apreció su predilección por historias no solo sobre mujeres y las relaciones que surgen entre ellas, sino que también están contadas desde una óptica femenina. Miembro de la conocida como “primera generación” de directoras alemanas, Von Trotta fue además una de las firmantes del Manifiesto de las trabajadoras de cine, en 1979. La calle de las rosas, que se presentó en el Festival de Venecia, donde recibió un premio para Katja Riemann, actriz fetiche de la directora junto a Barbara Sukowa (protagonistas ambas de su último filme que llega ahora a los cines españoles, El mundo abandonado), continúa esa tendencia de analiza la situación y el papel activo de la mujer en diversas épocas.

A pesar de sus trabajos reivindicativos, a Von Trotta no le interesa etiquetar sus relatos, que podrían aplicarse a cualquier género, pero en los que al mismo tiempo invierte los roles. En La calle de las rosas, Hannah (Maria Schrader), una chica neoyorkina de origen alemán, busca en el pasado de su madre (que al fin y al cabo también es el suyo), una manera de entender su presente, el cual se ha derrumbado tras la muerte de su padre. Tratar de comprender los eventos pretéritos desde una perspectiva actual es algo muy propio del Nuevo Cine Alemán. Hannah se encontrará con la historia de unas mujeres arias que, durante el nazismo, organizaron protestas frente a la cárcel donde tenían encerrados a sus maridos judíos hasta que les deportaran, en Rosenstrasse, Berlín, entre ella Lena (Riemann). De forma parecida a como ya había tratado desde Italia el tema de las viudas de víctimas de la mafia en Il lungo silenzio (1993), en este caso Von Trotta se traslada a la capital alemana para enfrentar su moderno aspecto actual con las ruinas de la guerra.

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El pasado personal se une con el colectivo de un país herido, sobre el que la directora ofrece un nuevo enfoque a través de esas mujeres que tienen que adaptarse a las exigencias de un mundo de hombres, de los que dependen. Deben mostrarse duras frente a ellos, pero también someterse a sus deseos para obtener lo que quieren, como algo socialmente aceptado. Si su cine no es del todo subversivo, los personajes que le interesan a Von Trotta sí son fieles a sus ideas hasta las últimas consecuencias. Con un interés casi periodístico, aborda los viajes de ida y vuelta (tanto literales como emocionales) que realizan dichos personajes, desde algún lugar de “acogida” al de origen (o viceversa), para reflexionar sobre los errores y quizás evitar volver a cometerlos.

Del mismo modo que los encuentros de Hannah con una Lena ya anciana dejan en evidencia el choque de generaciones, consecuencia del desconocimiento, parece que Von Trotta se aísla del contexto en el que surge su película, queriendo rescatar los últimos vestigios de un modelo de cine que ya estaba muy superado. Efectivamente, se podría decir que La calle de las rosas es una película algo trasnochada, porque realmente se siente hija de otro tiempo. Pero aún así, es un trabajo sobrio que resulta emotivo y cercano gracias al buen oficio de una directora competente y de sus actrices.

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