Love Letter – Koibumi (Kinuyo Tanaka)

Kinuyo Yanaka fue quizás la primera gran estrella del cine japonés emergida en una década, la de los treinta, en la que empezaron a forjarse los mandamientos del profundo melodrama clásico nipón de la mano de maestros de la talla de Yasujiro Ozu, Kenji Mizoguchi, Mikio Naruse o del que fuera esposo de la actriz durante el escaso lapso de dos años, Hiroshi Shimizu. Bautizada como la gran dama del cine silente japonés la leyenda de Tanaka se encuentra inexorablemente ligada a los trabajos que realizó junto al sensei del cine oriental Kenji Mizoguchi, maestro con el que trabajó durante un período que abarcó 14 años en títulos de oro del séptimo arte como La vida de Oharu, Cuentos de la luna pálida de agosto, La señorita Oyu, Amor en llamas o Mujeres en la noche. Más allá de la popularidad que Tanaka ostenta en su país natal como actriz (trabajó para todos y cada uno de los mejores y más legendarios cineastas japoneses de la época, desde los anteriormente mencionados pasando por Heinosuke Gosho, Akira Kurosawa, Kon Ichicawa o Keisuke Kinoshita, por resaltar algunos nombres), la importancia de la misma estriba en el hecho de que Tanaka se atrevió a romper un tabú existente desde los más recónditos orígenes del cine nipón, siendo pues la primera mujer que osó a dar el paso a la dirección de películas en la tradicional y machista sociedad japonesa de los años cincuenta. Por tanto, Tanaka es igualmente un símbolo de la liberación de la mujer oriental del yugo conyugal pionera en romper los rígidos obstáculos existentes en el cosmos cultural japonés (una especie de Ida Lupino del país del Sol Naciente), siendo éste un hecho no demasiado conocido ni reivindicado en nuestras sociedades occidentales.

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Ya convertida en una luminaria incontestable en el Japón de posguerra, la vida de la actriz dio un giro existencial a finales de la década de los cuarenta por mediación de un viaje en el que recorrió la Costa este de los EEUU con el cual se aproximó al mundillo de Hollywood gracias a los contactos que tuvo con estrellas estadounidenses como Bette Davis. Tanaka mantuvo entrevistas con buena parte de las leyendas del cine de oro estadounidense, tomando conciencia de las diferencias culturales que aún existían, pese a los incipientes movimientos de apertura, entre el país de las barras y estrellas y su Japón natal. Su retorno a Japón fue un suceso traumático, puesto que la visión del mundo de Tanaka había cambiado radicalmente tras su breve estancia en los Estados Unidos. Mucho más caprichosa y egocéntrica, fueron famosos sus choques con algunos de los maestros del cine japonés a la hora de plantear la construcción de los personajes que interpretó Tanaka tras su regreso. Se había convertido en una directora de cine sin aún haber experimentado las sensaciones de vivir bajo el anonimato que marca el hecho de estar detrás de las cámaras.

De este modo, la diva debutó en la dirección de cine de verdad en el año 1953 gracias a un melodrama edificado a la medida de los grandes cineastas de aquellas tierras titulado Love Letter (Koibumi)Para su ópera prima, Tanaka contó con la colaboración inestimable de otro grande del cine como Keisuke Kinoshita, el cual escribió el maravilloso guión de la cinta para su ídolo, además de con la presencia en los roles principales de dos de los mejores actores de la época, ambos habituales del cine de Mikio Naruse, como Masayuki Mori y Yoshiko Kuga. Con estos mimbres, Kinuyo Tanaka logró construir un melodrama áspero de una potencia visual sin par en el que resulta fácilmente detectable la influencia a la hora de proyectar la puesta en escena y la atmósfera deprimente del mejor Mikio Naruse así como la garra animal de su mentor Kenji Mizoguchi.

La cinta narra una complicada historia romántica que lejos de dejarse llevar por caminos almibarados elegirá rumbos más torcidos y subyugantes, combinando eficazmente una desesperada historia de amor imposible con trazos que sirven para denunciar los turbadores efectos que la Guerra y la posterior ocupación estadounidense provocaron en una población japonesa avergonzada por su derrota y por la destrucción de sus ancestrales usos y costumbres en favor de la modernidad occidental. Así, la cinta arranca con una escena particularmente cómica en la que observaremos a un joven comercial, llamado Hiroshi Mayumi, despedirse de su fugaz novia con destino a su hogar situado en los destartalados suburbios de un Tokio demolido por los bombardeos aliados. Una vez en casa conoceremos al hermano de Hiroshi, un veterano de guerra de la marina imperial japonesa llamado Reikichi, que a pesar de su excelente curriculum malvive ejerciendo labores de amo de casa en el apartamento de su hermano.

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Reikichi es un hombre que posee un carácter melancólico y taciturno, a diferencia del temperamento extrovertido y optimista de Hiroshi, al que le gusta la soledad que parece haber perdido la esperanza de encontrar el amor, quizás motivado este hecho por la sospecha de su hermano de la existencia de un tortuoso acontecimiento sucedido en el pasado de Reikichi. Sin embargo, el encierro voluntario de Reikichi se desvanecerá en el momento en el que se encuentra con un antiguo compañero de guerra que igualmente sobrevive como escribidor de cartas enviadas por las analfabetas prostitutas japonesas a sus amantes estadounidenses tras el abandono por parte de los mismos del territorio ocupado nipón. Los conocimientos de inglés y francés de Reikichi le convertirán en un candidato ideal para acompañar a su amigo en las labores de redacción de estas impostadas epístolas lanzadas con el único objetivo de obtener por parte de las prostitutas el dinero necesario de sus antiguos amantes para así complementar con estos ingresos su miserable existencia. La vergüenza de haber mantenido relaciones carnales con extranjeros, convertirá a estas inocentes mujeres en una lanzadera de odio por parte de la vencida población tokiota, para la cual el simple acto de haber vendido su cuerpo a las fuerzas de ocupación resultará un maniobra de indignidad que transformará a estas desdichadas mujeres en auténticas apestadas.

Sin embargo, la tranquila y rutinaria existencia de Reikichi se alterará el día que acude a su tienda una misteriosa mujer que se hace llamar Mitchy. La voz de esta cliente sonará muy familiar para el aburrido redactor de misivas a cuya memoria retornará su pasado más virginal. Y es que bajo el nombre de Mitchy se esconde el rostro de la mujer de la que Reikichi se halla profundamente enamorado, la joven Michiko (Yoshiko Kuga), el amor de la infancia de Reikichi que por distintos avatares del destino tuvo que abandonar a su amor debido a las ambiciosas ansias de dinero de su madrastra, la cual junto a la intermediación de su padre, concertó el matrimonio de conveniencia de su hijastra con el terrateniente del lugar el mismo día en que Reikichi partía hacia el frente. Sin embargo, ese mismo día Michiko envió una carta a Reikichi para informarle de su separación obligada así como el profundo amor que ninguna unión impostada rompería a pesar de los deprimentes efectos de la separación.

El trauma del pasado chocará de frente bajo la más cruda realidad para Reikichi, ya que su idealización de la virginal y tierna Michiko por la cual renunció al amor carnal para cimentar su existencia en el más profundo amor platónico, se destruirá en el momento en el que el veterano de guerra descubre que Michiko se prostituyó durante la Guerra con un soldado americano para poder sobrevivir a la miseria tras la muerte de su marido. La carta que destruyó los mecanismos de amar de Reikichi (la que le envió su enamorada Yoshiko confesándole su amor incondicional), destruirá igualmente los únicos esbozos de esperanza del torturado Reikichi, que humillará e insultará a Michiko sin atender a las explicaciones emanadas de la boca de la pobre Michiko. Dentro de la machista mente de Reikichi no cabe ninguna excusa. Le dará igual que a Yoshiko no le quedara más opción que vender su cuerpo para obtener la única comida que llevarse a la boca, ya que ante esta ultrajante situación la muerte es la única salida. Esa muerte que Reikichi eludió rindiéndose a la superioridad militar estadounidense… No obstante, parece que la sociedad japonesa si que admite la deshonra masculina de la rendición ante el enemigo, pero no consiente bajo ningún concepto esa misma rendición efectuada por el lado femenino de la sociedad. Sin embargo, el enérgico y racional Hiroshi, un joven que mira hacia el futuro con los ojos de la modernidad occidental, tratará de hacer entrar en razón a su hermano Reikichi para que éste perdone el pecado cometido por Michiko como último acto de redención con el que alcanzar la añorada felicidad de su fraternal pariente.

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Del resumen de la sinopsis de la cinta se desprende que Tanaka trazó una historia dominada por la depresión existente en el Japón de posguerra inspirada en el mito del perdedor con un contenido poético sublime. Esta no es una película apta para todos los públicos. Su ritmo lento, tedioso, alejado de los melodramas más vigorosos de Naruse o Mizoguchi, convierten a la cinta en un alimento de difícil digestión para aquellos espectadores que no estén acostumbrados a visualizar cine filosofal. Para los que sí estén habituados a él, la película es una auténtica perla de la que emana una atmósfera triste y patética al nivel de las grandes obras del cine trascendental. La puesta en escena llevada a cabo por Tanaka es sin duda fascinante, de manera que no se siente en ningún momento que estemos ante la primera obra de la cineasta. Los encuadres eternos de la cineasta japonesa, tal como los ha definido el crítico Miguel Marías, se hacen sentir en las mejores secuencias de la cinta, siendo especialmente hipnóticos la elipsis insertada en la estación de ferrocarril en el momento en el que las miradas de Reikichi y Michiko se encuentran por primera vez después de años de ausencia (increíble la forma con la que Tanaka introduce esta elipsis, dejando que el humo del ferrocarril envuelva a los protagonistas para dar paso a continuación a una bucólica escena vivida en la infancia de los mismos, sencillamente magistral y escalofriante la planificación de esta secuencia). O asimismo, el paseo de atmósfera made in Mikio Naruse, representado por los protagonistas del film en un bello travelling planificado de manera sumamente inteligente por Tanaka para lanzar una ácida crítica al machismo imperante en la sociedad japonesa exhibiendo para ello el carácter altivo y prepotente de Reikichi que en lugar de esperar a su amor para caminar junto a ella, siempre avanza unos pasos por delante de la misma, la cual a su vez exhibe una posición sumisa y obediente, recorriendo el mismo trayecto que su amado con la cabeza mirando al suelo. Pura poesía cinematográfica.

Igualmente bello es el recurso de dar el protagonismo a un escribidor de cartas, una profesión eminentemente romántica y crepuscular que remarca el cosmos dramático que emana del film, ocupación que también fue empleada por Manuel Mur Oti en su maravillosa Cielo negro (esa obra maestra del cine español de posguerra) o por Walter Salles en su multipremiada Estación central de Brasil, otra cinta que retrataba las miserias de la realidad existencial con una poesía melancólica cautivadora. Sin duda, la labor de Reikichi como redactor de epístolas demuestra la falsedad de un personaje que no dudará en edulcorar sus cartas para provocar la pena de sus receptores norteamericanos, pero que al contrario, será incapaz de comprender las motivaciones existenciales de las prostitutas cuando las crudas circunstancias choquen delante de su cara.

Love Letter

Así pues, Kinuyo Tanaka debutó en la dirección de películas con una obra profunda, no exenta de cierta polémica por el retrato áspero que llevó a cabo la cineasta nipona de las funestas consecuencias que la ocupación estadounidense ocasionó a cierta parte (femenina) de la población civil, en la que del mismo modo se lanza una inspirada crítica a los arcaicos cimientos machistas que soportaron la estructura fundacional de la sociedad japonesa durante gran parte del desarrollo del siglo XX, siendo un punto ciertamente hipnótico de la cinta el hecho de que a diferencia de los intensos melodramas japoneses dirigidos por cineastas masculinos que captaban la moraleja insertada en los mismos mayoritariamente desde una mirada profundamente femenina gracias al hecho de otorgar el protagonismo absoluto de estas películas a estupendas actrices, el debut de Tanaka se caracterizó por todo lo contrario, puesto que Love letter es uno de esos pocos melodramas nipones en el que los protagonistas principales son hombres, rezagando pues Tanaka a las mujeres a un plano accesorio en la trama descrita (aspecto este que me parece ciertamente intrépido por parte de la cineasta oriental, quizás una manera de anunciar a los espectadores japoneses que una mujer podía perfectamente diseñar una historia amarga y oscura desde una perspectiva rabiosamente varonil). Por consiguiente, Love letter resultará una estupenda carta de presentación para quien desee adentrarse en el enigmático universo de una cineasta de estirpe como fue Kinuyo Tanaka.

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