Hoy… Los golfos (Carlos Saura)

Carlos Saura, quien a sus ochenta y cinco años cumplidos ha logrado alzarse con multitud de premios técnicos en Cannes, Berlín, San Sebastián, Moscú o Karlovy Vary, tiene el privilegio de ser uno de los pocos directores españoles en compaginar (y conseguir estrenar en salas) tanto ficción como documental. Carlos Saura, ese lince ibérico de la imagen y el sonido, que fragua a día de hoy dos proyectos para el futuro más próximo, culminó su primer largometraje hará ya más de seis décadas, en 1960, turbio periodo para el cine patrio dominado por una férrea censura unido a una extrema capitalización de los recursos hacia las grandes producciones estadounidenses rodadas en suelo español.

En este contexto se estrena Los golfos que, al tiempo que asienta los intereses temáticos de un imprescindible cineasta, reúne entre sus créditos a ciertos intelectuales sin los cuales la historia de nuestro cine hubiera sido muy distinta de la que fue. La ópera de prima de Saura fue coescrita por el propio director junto a Mario Camus, posterior realizador de títulos cumbre del realismo social como La colmena o Los santos inocentes, y producida por Pere Portabella, ensayista audiovisual y político catalanista, gracias a su fundamental aunque de predecible corta trayectoria Films 59, la cual haría historia al año siguiente al permitir rodar a Buñuel su Viridiana.

Los golfos funciona maravillosamente como radiografía de un estado generacional de ánimo. Es el retrato de una juventud española de mitad del siglo pasado, aquella que vive en los arrabales de la capital, aquella que, hurtos y atracos mediante, sobrevive sin esperanza alguna de medro remitiendo al «vive rápido muere joven» de los prófugos, aquella que a finales de los setenta saltaría de nuevo a la gran pantalla a través de ese costumbrismo radical que ha tomado el nombre de cine quinqui y que en Los golfos tiene plantada su semilla. La película presenta a un grupo de amigos a quienes la sociedad ha abandonado a sus propios impulsos, convirtiéndoles precisamente en golfos por necesidad. Los días pasan para ellos sin mayor pena ni gloria, y sus ansias y esfuerzos se depositan en Juan, presunto líder de la banda, a quien ayudan a contratar su primera corrida de toros profesional, aunque ello implique conseguir el dinero necesario para ello de forma ilícita. Este simplísimo cometido simplísimamente resuelto le sirve a Saura para construir un discurso acerca de la pérdida de la masculinidad. Para estos golfos, el ideal de hombría reposa en la victoria del torero, símbolo folclórico de lo masculino, de la dominación del animal alfa que es el toro. Estos golfos proyectan en su líder la masculinidad de la que carecen por ser unos parias sin dinero, de ahí que los pocos ahorros que consiguen son rápidamente gastados en vicios y mujeres, quienes por otra parte son retratadas como hembras lubricadas por los billetes. «Pareces alguien», le dice un compañero al torero cuando le ve vestido con el traje de luces. En efecto, todos ellos viven de una ilusión de triunfo destinada a descarrilar. El último plano de la película compone la patética e innoble muerte del toro a manos del torero caído en desgracia como símbolo de su descenso a los infiernos y, por ende, muerte de toda masculinidad. Juan sale desenfocado del plano y la cinta se cierra sobre la última exhalación del toro. Ahí queda el sino de estos golfos, en la agonía de una bestia.

El director hace uso de un estilo cercano al documental, testimoniando una realidad existente y palpable a través del naturalismo en las actuaciones y escenarios, vociferando el polémico discurso social de una juventud dejada de lado. La secuencia que muestra al grupo de amigos tomando el sol al borde de río, hablando sin decir nada, como suspendidos en un tiempo que no discurre, riendo y bebiendo, remite al neorrealismo de El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio, contemporáneo de Saura y a cuyas tertulias el cineasta aseguraba haber asistido con frecuencia. No es de extrañar que la corriente fílmica conocida como Nuevo Cine Español, de la cual Saura fue uno de sus máximos exponentes, tuviera claras referencias en otras expresiones artísticas, siendo la literatura una de ellas.

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