Lo mejor de 2018 por… Rubén Collazos

Con el estéril y sempiterno debate todavía coleando sobre las nominaciones de los Oscar y cómo es posible que los films elegidos para llevarse el máximo galardón no pongan de relieve el estado actual de la cinematografía —ya no solamente a nivel mundial—, quienes ven más allá de un montón de académicos dándose palmaditas en la espalda y reivindicando su ranciedad por enésima vez, han vuelto a tener difícil elaborar tops de lo mejor del año, debiendo tomar incluso decisiones no siempre gratas. Buena muestra de ello son, por ejemplo, los listados vertidos en este pequeño sitio, donde es difícil —aunque siempre haya ciertos títulos que generen consenso— encontrar tops semejantes entre ellos, tanto por la variedad que por suerte atesoran quienes por aquí escriben, como por esa cantidad de grandes obras que continúan demostrando el buen estado del séptimo arte estos últimos años.

Es por ello que la selección siempre es atrayente ya que supone reivindicar obras que no han hecho tanto ruido como otras en temporada de premios —que servidor, personalmente, aborrece—, aunque del mismo modo supone una verdadera lástima los nombres y títulos que quedan fuera: en el caso de quien esto escribe, magníficos cineastas como David Robert Mitchell, Lee Chang-dong, Isaki Lacuesta, Alba Rohrwacher o Pawel Pawlikowski, así como películas que han logrado sorprender, entre los que se pueden contar la magnífica The Rider, un film tan reivindicable como Gorrión rojo surgido, curiosamente, de las entrañas de Hollywood, la ópera prima de John Carroll Lynch en ese brillante homenaje al (desafortunadamente) difunto Harry Dean Stanton que es Lucky y lo nuevo de Jim Hosking, una espléndida comedia como es An Evening With Beverly Luff Linn.

Dicho lo cual, vamos allá con otra pequeña selección en la que, además de filias, se cuelan esas obras sobre las que la atención ha sido, por decirlo suavemente, discreta.

 

10 — Ava (Sadaf Foroughi)

Pocas veces un debut resulta tan fresco y repleto de ideas, y es que de una de esas cinematografías (la iraní) cuyos alegatos han llegado desde miradas azuzadoras e incluso clandestinas —ahí está Jafar Panahi, cuyos últimos films ponen de relieve una realidad que ha tenido que ampararse en nuevas formas para continuar brotando—, es lo que logra Sadaf Foroughi, realizando un retrato adolescente donde, como no podía ser de otro modo, el contexto media como elemento represivo; motivo este, a través del cual la cineasta despliega un trabajo formal sobresaliente, apoyándose en la distancia focal y construyendo un discurso que incluso sabe hallar la ironía necesaria, en ocasiones, en sus afilados diálogos. Con Ava nos encontramos, en definitiva, ante una de esas películas sorprendentes, sí, pero en especial con un talento que puede dar que hablar en años venideros.

 

9 — A estación violenta (Anxos Fazáns)

El retrato generacional se ha impuesto de un tiempo a esta parte como el modo idóneo para reflejar inquietudes y cuestiones emparentadas con la dirección que ha ido tomando, precisamente, esa generación a representar. Un hecho que no siempre es bien recibido al encontrar ambientes y entornos propios que pueden no llegar a establecer el vínculo adecuado con el espectador. Adaptando una novela de Manuel Jabois, y con nombres como el de Ángel Santos, autor de Las altas presiones, otorgando forma al texto, surgía A estación violenta, un film cuya pulsión no se detiene únicamente en la estampa de una época, y acierta plenamente en un aparato formal que comprende los cuerpos —e incluso desnudos— desde una fisicidad desatada que remarca, precisamente, una deriva emocional a la que la gallega llega recurriendo a algo más que la ya universal nostalgia.

 

8 — The Witch in the Window (Andy Mitton)

Los festivales suelen ser el lugar ideal para encontrar esos pequeños títulos que terminan rebasando la propia expectativa. Ese podría ser el caso de Andy Mitton —presente con su film en Terror Molins—, que debuta en solitario con uno de esos ejercicios donde el género no es sino el perfecto disparador para llegar a parajes dramáticos en los que concretar el horror como una forma de exponer lo emocional y trasladarlo al marco donde cobre la mayor de las razones. En The Witch in the Window no sólo se logra eso con una sensibilidad fuera de lo común, además Mitton traza uno de esos ejercicios donde la tensión supura absurdo, algo tan corriente en un género habituado a moverse por encima del alambre, pero que en el film que nos ocupa no es sino la mayor de las virtudes. Contiene, además, una de las secuencias más divertidamente inquietantes (por extraño que suene) de los últimos años.

 

7 — Dogman (Matteo Garrone)

Mi particular idilio con Matteo Garrone se prolonga inesperadamente en un film para el que no caben alabanzas. En él, el cineasta italiano demuestra no sólo haber depurado con una exquisitez digna de elogio un aparato formal que, incluso en ese marcado hiperrealismo, sorprende, sino también haber otorgado forma al discurso donde el individuo continúa en busca de una aceptación social que aquí cobra sentido, especialmente, en el personaje protagonista, volviendo en su último acto a una dislocación de la realidad que no es sino el paradigma del universo de su autor. Mención aparte merece la interpretación de un Marcello Fonte capaz de desbordar ternura, pero también de sostener su personaje con un temple fuera de lo común.

 

6 — A ciambra (Jonas Carpignano)

La “otra” Italia sigue otorgando obras que funcionan más allá del espejo de una realidad alejada de aquello que mayormente conocemos del país transalpino —véase su inabarcable cultura y todo el turismo que atrae como ejemplo—, y en A ciambra recorre caminos que, además de nutrirse de un contexto tan particular como desfavorable, nos llevan a la ‹coming of age› de la mano de uno de esos ejercicios naturalistas —de hecho, sus personajes no son sino individuos partícipes de su propia existencia; o dicho de otro modo, no son actores— que no renuncian, sin embargo, a la estética, e incluso sabe contener momentos de un certero realismo mágico en el que proyectar una parábola cuyos caminos parecen forjados de antemano, pero no está de más transitar de la mano de un nombre que dará que hablar.

 

5 — Thelma (Joachim Trier)

Resulta de lo más curioso que un film como Thelma, una de las cumbres del, por otro lado, laureado cineasta noruego Joachim Trier, haya terminado pasando tan de puntillas después de la buena recepción obtenida en Sitges. Cierto es que las fechas de estreno nunca terminan de beneficiar a ciertos films, pero tan cierto como que ha parecido pasar en un discretísimo segundo plano uno de los ejercicios de género que nos han traído las salas este 2018, en el que Trier demuestra (una vez más) su inusitada sensibilidad, logrando incluso sobrepasar barreras como la de un discurso un pelín predispuesto, ante todo haciendo gala de la inmensa capacidad del autor por moldear esos huecos que nos ponen a las puertas del fin de la adolescencia, otorgándoles una mirada de lo más valiosa.

 

4 — El reverendo (Paul Schrader)

A estas alturas, nadie descubrirá a un autor como Paul Schrader; más allá de sus laureados libretos escritos para un gigante como Martin Scorsese, también hallamos títulos imprescindibles como Blue CollarAflicciónEl placer de los extraños. Un creador que, si bien no había dejado muestras del talento que atesora en los últimos años, vuelve en El reverendo con la que es, posiblemente, una de sus obras más redondas. La corrosiva visión de Schrader resurge en un film en cuyo formalismo reposan los cimientos de un relato que maneja a la perfección los tiempos, culminando además en uno de los mejores clímax de los últimos tiempos —ya no por lo que propone, sino por cómo lo propone—. Si, además, Ethan Hawke vuelve a exponer un talento interpretativo que sólo parecen haber podido explotar ciertos directores, encontramos, sin lugar a dudas, uno de los títulos del año.

 

3 — El hilo invisible (Paul Thomas Anderson)

Después de ver lo último de uno de los cineastas imprescindibles de su generación, uno no sabe exactamente con qué quedarse: si con el poder y la capacidad de sugestión de unas imágenes medidas al milímetro, si con la fascinación que desprende el refinamiento de un autor mastodóntico, que parece escapar a juicios de cualquier tipo, o si con la complejidad que otorga una historia cocida a fuego lento, pero ante todo manejada con un exquisito temple. En efecto, puede resultar absurdo admirar en el punto que nos ocupa las cualidades de un cine que lleva años mostrando excelencia en no pocos de sus pasajes, pero al fin y al cabo resulta inevitable llegar a esa conclusión, como también lo resulta quedar prendado por estampas que se antojan atemporales y únicas.

 

2 — Mandy (Panos Cosmatos)

Si con Beyond the Black Rainbow el hijo del célebre George Pan Cosmatos demostraba tener un talento fuera de toda duda, su reunión con uno de esos intérpretes que rezuman carisma y abrazan la locura como pocos en un relato de venganza, no podía sino resultar en su consagración. En Mandy, el italiano muestra la sublimación de un aparato formal que nos lleva al enfrentamiento entre la imagen quimérica y el misticismo más puro. Porque el film que nos ocupa, más allá de funcionar como reflejo de etapas y géneros pretéritos —que Cosmatos muda con una pericia poco habitual—, y de concretar su intención de rendirse a la ya icónica figura de Nicolas Cage en un vendaval de caos y pura alienación, logra que su representación (y no sólo visual) hable por sí sola tejiendo uno de esos mosaicos que continúa dialogando con la obra de Panos Cosmatos —no pocos planos lo atestiguan—, forjando un cine que incluso parece trascender la propia imagen.

 

1 — The Florida Project (Sean Baker)

Pocas veces el encuentro con un cineasta al que hasta entonces no conocía, me ha provocado un efecto tan positivo. Y es que tras verla, The Florida Project es una de esas películas a las que volver vez tras otra. Uno no sabe bien si por el magnetismo que desprende un elenco en estado de gracia —no me cansaré de recordar la especial química entre alguien que apenas había tenido contacto con el medio, Bria Vinaite, y un actor consagrado como Willem Dafoe; por no hablar de lo que se antoja, a todas luces, el nacimiento de una estrella, Brooklynn Prince—, si debido a la forma en que el de Nueva Jersey maneja un tema complejo, evitando caer en el sensacionalismo más burdo, o si por todos esos pasajes en los que sumergirse dentro de ese pequeño microcosmos no es sino abrazar la felicidad absoluta. Sea como sea, The Florida Project siempre será uno de esos lugares a los que volver en momentos de flaqueza, tanto para vaciarse emocionalmente, como para dibujar en el rostro una de esas sonrisas que no tienen precio.

 

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