Lo mejor de 2017 por… Nacho Villalba

Otro año más que pasa, otro año copado (por suerte) de muy buen cine. No obstante, no he podido dar con esa película sobresaliente que me haya volado la cabeza, como sí ha sucedido en años anteriores. De hecho, los cinco primeros puestos de mi lista podrían ordenarse de cualquier otra forma según el momento: no tengo preferencia clara por ninguna ni falta que hace, la verdad. Cada vez me parece más complicado y absurdo eso de jerarquizar el cine que voy viendo o de poner a competir a unas con otras. Lo importante, creo, es que estén ahí, que su mera mención sirva para animar a quien lo lea a acercarse a una serie de películas que, por A o por B, considero valiosas. Como siempre, no puedo dejar de mencionar aquellos títulos que no he podido incluir en mi lista bien por falta de espacio (Verónica, Somnia, Llega de noche, Mimosas, La tortuga roja), bien porque su inclusión esté vetada por no cubrir la cuota necesaria de malditismo (Detroit, Déjame salir, Silencio, Día de patriotas). En fin, recomendadas quedan.

 

10 — La región salvaje (Amat Escalante)

Hipnótico y perturbador, el último trabajo del mexicano Amat Escalante supone una grata anomalía tanto dentro del panorama del cine latinoamericano como dentro del cine de terror, género al que el director se entrega con un ojo puesto en el Zulawski de La posesión y otro en el Lars Von Trier de Antichrist, aunque manteniendo, en todo momento, un tono marcadamente personal. Cuento malsano sobre sexo, muerte y el peso represivo de la sociedad, La región salvaje sumerge al espectador en un territorio inhóspito y peligroso dominado por una sensualidad mórbida, limpiamente provocadora. Pese a sus defectos, que los tiene, es de ese tipo de películas cuya extraña belleza te mantiene imantado a la pantalla desde el principio hasta el final, y eso es algo que siempre he valorado mucho.

 

9 — Lady Macbeth (William Oldroyd)

Fríamente expositiva, formalmente rigurosa y extraordinariamente interpretada por Florence Pugh, Lady Macbeth ofrece un retrato complejo y despiadado de una mujer levantada en armas contra el patriarcado. No es una película amable ni complaciente. Es la crónica de una toma de conciencia en un entorno hostil y de cómo la consecución de cierta libertad y autonomía conduce al descubrimiento del poder. Puede que el debut de Oldroyd se articule de un modo un tanto predecible (¿culpa de un título demasiado revelador?), pero toca teclas morales muy problemáticas y lo hace sin trampas ni recursos al sentimentalismo. Su fascinante heroína, monstruo nacido en un mundo de monstruos, nunca deja de resultar humana, y de ahí, en parte, el gran impacto que su historia causa en el espectador.

 

8 — Jim & Andy (Chris Smith)

Una de las películas más ricas y fascinantes del año. Chris Smith, autor de la chanante American Movie, nos permite acceder al trabajo de Jim Carrey durante el rodaje de Man on the Moon, una obra ya de por sí de una enorme complejidad y talento. Aquí no importa tanto si uno odia o idolatra al singular cómico americano, sino la posibilidad de asistir al compromiso total de un actor con su trabajo, lo que deriva en una reflexión desconcertante sobre la identidad, la impostura y la forma en la que nos percibimos ante los demás. Divertida, chocante e inesperadamente profunda, Jim & Andy funciona a varios niveles: como sentido homenaje a Kaufman/Carrey, como retrato mordaz de los entresijos del cine, como agridulce indagación en las motivaciones del éxito y los peligros del ego, y como inquietante visión del arte de la interpretación entendida casi como posesión demoníaca. ¿Se puede pedir más?

 

7 — El otro lado de la esperanza (Aki Kaurismäki)

Kaurismäki no falla. Alguno pudiera temer que el hecho de mirar con cierto optimismo al futuro (algo que quedó patente en Le Havre) hubiera ablandado la inteligencia del finlandés, pero sigue haciendo películas no sólo de una enorme humanidad, sino de una lucidez no exenta de amargura. El otro lado de la esperanza es su última gema, un retrato cálido, divertido y ocasionalmente doloroso sobre esta Europa cruel y mezquina que castiga a quien viene huyendo de la guerra. O mejor dicho: sobre la crueldad y mezquindad de las instituciones europeas, porque él sigue creyendo en la solidaridad del hombre de a pie. Una fábula tan hermosa y agridulce como el plano final que la clausura.

 

6 — The Meyerowitz Stories (New and Selected) (Noah Baumbach)

Baumbach vuelve a los temas que le son más afines (la familia, el arte, la inmadurez…) y pergeña el que quizás sea su trabajo más redondo hasta la fecha, un retrato de grupo lleno de recovecos, rencores y cuentas pendientes, pero en el que hay espacio también para el afecto, la melancolía y una generosa dosis de humanidad que a veces costaba detectar en obras previas del realizador. El reparto, con Adam Sandler a la cabeza, está en estado de gracia, y el guión es un prodigio de ritmo, hondura dramática y diálogos brillantes. A destacar, por otra parte, la habilidad de Baumbach para conservar su acidez sin rozar registros caricaturescos (algo difícil cuando se satiriza el mundillo artístico) y el inteligente trabajo de montaje, que evoluciona de cortes rápidos como arañazos para reflejar la desconexión afectiva de los protagonistas, a suaves fundidos a negro cuando estos empiezan a poner orden en su vida.

 

5 — madre! (Darren Aronofsky)

Es sano que, cada año, se estrene al menos una de esas películas que polarizan a público y crítica y generan horas y horas de fructífero debate a la salida del cine (o en las redes sociales). La última obra de Darren Aronofsky, director cuyo talento reconozco pero por el que nunca he sentido especial predilección, consigue este año este objetivo con una facilidad pasmosa. ¿Cómo? Ideando una fábula oscura, claustrofóbica e hiperviolenta sobre, al parecer, el daño que estamos causando a la Naturaleza, representada por una Jennifer Lawrence de madre (sufriente) de todas las cosas, aunque yo prefiero verlo todo como una parábola muy inquietante y reveladora sobre la creación artística y la prostitución del arte. Es curioso, porque muchos tachan a esta cinta de obvia y redundante, cuando se abre a más de dos y de tres interpretaciones, a cada cual más sugerente. Lo que es innegable es la fuerza pesadillesca que Aronosfki logra imprimir al relato, especialmente en un tercer acto cuya radicalidad (visual y narrativa) golpea al espectador con inclemencia. Un trabajo demencial cuya valentía no me queda más que celebrar.

 

4 — Moonlight (Barry Jenkins)

No tenía muy claro qué esperar de esta película que vi ya algo tarde, cuando había pasado la resaca de los Oscar y de los comentarios entusiastas en twitter. Lo que sé es que no esperaba que me dejara tan tocado. Moonlight, pienso, es conmovedora por la sensibilidad sotto voce con que está labrada. Trata temas espinosos que son carne de telefilme (acoso escolar, racismo, homosexualidad), pero lo hace de un modo muy delicado, ilustrando la traumática gestación de una personalidad herida en un contexto marcado por la tensión, la violencia y la impostura con sumo tacto. Puede que sucumba a algún tropo visual algo sobreexplotado o que alguna situación nos suene un poco a déjà vu, pero su tercer acto (especialmente el encuentro en la cafetería) es de las cosas más hermosas que nos ha dado el cine de este año. Además de ofrecer un retrato verdaderamente complejo de lo que implica ser negro y gay en América sin caer en el tópico barato, Moonlight destaca por poner en imágenes una historia de amor de una tristeza infinita, precisamente porque no pudo existir.

 

3 — Manchester frente al mar (Kenneth Lonergan)

Kenneth Lonergan sigue haciendo dramas complejos e inquietantes sobre gente en crisis (moral, emocional, existencial), y siguen siendo tan imponentes, extraños y lúcidos como no hay prácticamente igual en el cine estadounidense contemporáneo. El territorio dramático que dispone el autor de Margaret es inhóspito: hay pie para la comedia y para el drama desolador, y, a veces, uno y otro se aproximan o directamente se mezclan de un modo perturbador. Que no se ceda margen a la catarsis sentimental ni a otras artimañas habituales del melodrama prototípico hollywoodiense sólo consigue remarcar la singularidad del trabajo de Lonergan, que, si bien en este caso no alcanza los niveles de fascinación y maestría total que mostró en su obra previa, sí logra firmar un película enormemente adulta, realista y sabiamente desesperanzada. Rara vez la pérdida, la culpa y lo que implica vivir con ambas, se había reflejado de un modo tan personal y penetrante.

 

2 — Stefan Zweig: Adiós a Europa (Maria Schrader)

Probablemente, la película de la que menos esperaba y, por ende, la que más gratamente me ha sorprendido de todas las que he visto este año. No es tanto un biopic al uso sobre el insigne escritor como un retrato ajustado de la experiencia del intelectual en el exilio, en el que se dirimen compromisos, esperanzas y decepciones de un modo sutil y emotivo. El temor a caer en el academicismo se salda con una narración de gran fluidez, en la que el debate político e intelectual se aproxima más a la senda civilizada del Rossellini de La toma de poder por parte de Luis XIV que al cine sobre grandes figuras de la historia que rápidamente se entrega a lo discursivo y lo solemne. Maria Schrader consigue, contra todo pronóstico, que lo liviano y lo profundo convivan en un mismo plano, encadenando pinceladas (unas con humor, otras con mayor peso dramático) que van poniendo de relieve una vida progresivamente ensombrecida por la guerra y la barbarie. Creo que es una cinta a la que no se le ha hecho excesivo caso, y sin embargo pocas me han dejado tan pensativo y me han parecido tan calladamente misteriosas, tan sutiles y completas como ésta, algo a lo que no es ajeno su exquisito trabajo de puesta en escena: el rigor formal de la secuencia de cierre, sin ir más lejos, es un ejemplo no sólo de economía expresiva traducida en pura brillantez, sino de pudor, elegancia y humanidad.

 

1 — Z. La ciudad perdida (James Gray)

James Gray ha hecho no tanto una película de aventuras, como una película sobre el significado de la aventura. En este sentido, está más cerca espiritualmente de Conrad que de los (dignísimos) folletines que inspiraron Indiana Jones. Porque nos habla de la fascinación de lo desconocido (fascinación que se troca obsesión, algo que la hermana con Herzog), y de cómo esa búsqueda de conocimiento, que por descontado implica exponerse a multitud de peligros, se convierte en el motor mismo de la existencia. Y así ha de ser. La película, de un clasicismo elegante que vira en fantasmagórico conforme se va aproximando al (bellísimo) desenlace, conserva la preocupación de su autor por el retrato de las relaciones paternofiliales tan caras a su cine, y suple la falta de acción no únicamente con talento para la atmósfera, sino con un verdadero compromiso con el tema que trata. No importa lo que nos pase, viene a decir el protagonista a su hijo cerca del final, sino la experiencia que hemos adquirido, los tesoros que han visto nuestros ojos, haber rozado lo imposible con los dedos de las manos… Es una película muy hermosa, muy profunda.

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