Lo mejor de 2015 por… Nacho Villalba

nacho2015

Otro año más enfrascado en la inevitable lista de turno. ¡Cómo pasa el tiempo! Podría repetir grosso modo lo que ya dije en la introducción de mi lista del año anterior: más que un muestrario exhaustivo de las mejores películas estrenadas durante el 2015, esta lista no deja de ser un pequeño catálogo de sugerencias personales de alguien que no ha prestado excesiva atención a las grandes citas cinematográficas del año. Luego está el hecho de que, por las propias características de esta web, algunos títulos de alcance más popular o mayoritario estén lógicamente vetados. Conviene aclarar esto por si alguien se pregunta por la ausencia de tal o cuál películas (pienso, por ejemplo, en Mad Max: furia en la carretera o en El puente de los espías, grandes filmes que estarían entre mis preferidos del año). Sea como sea, la cuestión es seguir recomendando cositas sabrosas al tiempo que se hace balance de cómo evolucionan ciertos géneros, corrientes o autores.

En este sentido, de nuevo vuelvo a lo que dije tiempo atrás: el cine de terror sigue en plena forma (aparte de It follows y Tusk, que aparecen brevemente reseñadas más abajo, no está de más señalar otras obras valiosas como Babadook, Somos lo que somos u Oculus: el espejo del mal, todas ellas dignificando un género tan menospreciado), así como el cine documental (mención de honor a dos joyitas cinéfilas: Electric Bogaloo y Lost Soul: el viaje maldito de Richard Stanley a la isla del dr. Moreau) o el de animación, mientras de Europa llegan constantemente películas valiosas (Fuerza mayor, Calabria, Calvary) y autores consagrados como P.T. Anderson, Spielberg o Miller (todos ellos firmando algunas de sus mejores obras) se codean con jóvenes que vienen pisando fuerte (J.C. Chandor, Damien Chazelle o Dan Gilroy). En fin, otro año bastante completo y con ofertas para todos los gustos.

10 — ’71 (Yann Demange)

El debut del británico Yann Demange (curtido previamente en TV) impacta por su solidez formal, su complejidad narrativa y la verosimilitud con la que reconstruye el Belfast de 1971, con el conflicto del IRA en su máximo apogeo. Lejos de hacer cine político panfletario o aburridamente didáctico, crea un artefacto dramático de tensión constante sostenido en los hombros del extraordinario Jack O’Connell (que ya nos brindara otra interpretación para el recuerdo en la estupenda Convicto, película que no ha entrado en esta lista por bien poco), soldado británico atrapado en un pequeño infierno urbano del que intentará salir a toda costa. Revestida, pues, con los ropajes del cine de supervivencia más descarnado, ’71 no cede, no obstante, a lo fácil ni se deja seducir por el maniqueísmo político en su retrato de los distintos personajes que pueblan la cinta, más bien al contrario, incide en los diversos y complejos juegos de intereses que se traen entre manos británicos e irlandeses para trazar un mapa sombrío de la realidad político-social del momento. El resultado es una obra absorbente e intensa, dirigida con potencia e imaginación (ojo a determinadas soluciones de puesta en escena) por Demange, que ya en su primer trabajo demuestra ser un director con talento, arrojo y personalidad. Un tipo a seguir muy de cerca, en definitiva.

71-diez

9 — Calabria (Francesco Munzi)

Con el estreno de Calabria se dijo bastante que estábamos ante la nueva Gomorra. Aunque no del todo cierto, es verdad que ambas comparten un mismo tono naturalista para describir el universo de la mafia italiana. Ahora bien, si la frialdad de Garrone alcanzaba sus mejores momentos de creatividad en la forma de plasmar la violencia (escenificada con prosaica y sorpresiva brusquedad, convirtiendo el territorio gangsteril napolitano en un microcosmos perpetuamente amenazado por la muerte), en Calabria se alcanzan las cimas más altas a través del intimismo, de las escenas dialogadas en interiores lóbregos sobre los que pesa el aroma de los que han ido muriendo a manos de los diferentes clanes mafiosos. Resulta fascinante la sobriedad tonal, el contraste entre el ámbito urbano y rural, los ritos mafiosos que realizan los personajes… La violencia, que la hay, rara vez aparece en primer plano. No hay un ánimo sensacionalista (ni el glamur cinematográfico de otras cintas criminales) en la forma en que rueda Munzi, sino más bien sutileza y una intensidad callada que acaba imprimiendo nervio al relato, cuyo desarrollo termina arribando a puertos casi de tragedia griega, donde la rabia incubada por los personajes en ese asfixiante clima de odio y sospecha estalla de forma tremendamente catártica (y humana) en su desenlace. Aunque algo arrítmica, es una de las películas sobre la mafia más realistas, complejas e interesantes que recuerdo.

8 — Silvered water – Syria Self-Portrait (Wiam Bedirxan, Ossama Mohammed)

Antes de que la crisis de los refugiados copara los noticiarios (dato curioso: la crisis persiste, pero a los medios ha dejado extrañamente de interesarles) se estrenaba de tapadillo este brutal documento (mejor que documental) visual y sonoro que ilustra la sangría que estaba padeciendo el pueblo sirio (y que sigue padeciendo, de hecho) a costa de radicales islamistas y fuerzas del gobierno de Assad. Su originalidad y valor reside en el uso que hace de un material anónimo y plural grabado (a menudo mediante dispositivos móviles) en pleno corazón de la batalla, por así decirlo. Este maremágnum de imágenes, que traduce el horror en toscas texturas de youtube, se convierte en el manifiesto más importante y desgarrador de la barbarie de este extraordinario conflicto que acaeció hace ya cinco años a la sombra incierta de las revueltas árabes (instrumentalizadas, según se ha ido sabiendo poco a poco, por fuerzas extranjeras occidentales con fines nada democráticos) y cuyo final se antoja terriblemente incierto. Si bien algunos han querido apreciar en el trabajo de Bedirxan y Mohammed la sombra del morbo sensacionalista, servidor cree que es precisamente la frontalidad de su mirada lo que hace de esta película una experiencia tan dura como imprescindible. No obstante, queda fuera de la ecuación el análisis político, que uno deberá completar buceando entre lo mucho que se ha publicado (a menudo, de forma interesada y partidista) al respecto, pues son numerosas las dudas que aún persisten en torno a esta guerra que, según apunta todo, no deja de ser otra agresión imperialista mal articulada que, si algo ha conseguido, es dar alas a uno de los grupos terroristas más virulentos y perturbadores de que hay noticia.

Syria Self Portrait-8

7 — Tusk (Kevin Smith)

Con el prestigio crítico ya muy deteriorado, Kevin Smith intentó reciclarse en autor de cine de terror extraño primero con la enloquecida Red State (inspirada en la matanza de Waco de 1993, en la que perdieron la vida decenas de miembros de la secta de los davidianos), que, pese a manejar ideas estimulantes, acababa derrumbándose víctima de sus propios excesos, y ahora continúa la senda con la superior (y aún más extraña) Tusk, donde reinventa, en cierto modo, tanto el cine de mad doctors como el de psicópatas, facturando un macabro y sórdido cuento de humor negro en el que la demencia alcanza cotas verdaderamente sublimes, acariciando una lírica netamente enferma coronada por un romanticismo zoófilo que sólo a alguien valiente y desprejuiciado como Smith se le podía ocurrir. Elegante, cáustica, sinuosa, reivindica el poder del relato oral en su primera mitad (con largos y brillantes diálogos que van revelando el misterio que centra la trama) para adentrarse de lleno en el horror (cómico) en la segunda, con unos efectos especiales que harían salivar de gusto al Brian Yuzna de Society. Una cima del terror heterodoxo que, aunque sólo sea por salirse de los lugares comunes a los que nos tiene acostumbrado el género, ya merece la pena ver.

6 — El gran vuelo (Carolina Astudillo Muñoz)

Espectral, fantasmal. Así es el debut en la dirección de Carolina Astudillo Muñoz, y tiene todo el sentido del mundo. En un país que teme hacer cuentas con su pasado (y a nadie se le escapan los motivos), éste se nos aparece con una textura especialmente triste y tenebrosa, como un espíritu doliente que surge de la oscuridad suplicando ser recordado. El lírico y delicado ejercicio de memoria que lleva a cabo Astudillo recupera la figura de Clara Pueyo Jornet, militante del PCE, y, a través de ella y de su experiencia vital, analiza el papel de la mujer en plena contienda bélica y, también, su rol dentro de la lucha política ejercida dentro del propio partido, introduciendo la importancia de la cuestión de género en esos tiempos convulsos. Alejada de maniqueísmos, El gran vuelo invita a reflexionar sobre el pasado y sobre aquellos que participaron en configurar el mundo en el que vivimos hoy, y lo hace con mano diestra y tempo sosegado, en un estilo genuinamente libre y poético que hace que uno acabe atrapado en la espesa telaraña audiovisual que teje su autora. Que todo ello cristalice en una de las películas más hermosas de la temporada es mérito del talento narrativo de Astudillo, de quien esperamos en un futuro trabajos tanto o más bellos y significativos que éste.

el gran vuelo-seis

5 — It follows (David Robert Mitchell)

Dentro de la buena cosecha de cine de terror que nos ha dejado el 2015, una cinta en concreto ha destacado sobre las demás. It follows, con sus largos planos generales, sus lentas panorámicas y sus desolados escenarios de los suburbios residenciales americanos, consiguió recuperar una forma añeja, hipnótica casi, de filmar el miedo. Si bien su inteligente y ambivalente (dejémoslo ahí de momento) lectura sexual aporta el toque de distinción a su discurso (soterradamente satírico para unos, reaccionario y conservador para otros), lo que realmente me fascina de la película de David Robert Mitchell es su capacidad para definir atmósferas enrarecidas en las que el Mal (la Muerte) se infiltra con la sigilosa suavidad de un virus; de hecho, que dicho Mal adquiera los modos de propagación de una enfermedad (venérea) es otro de los grandes logros de la cinta, que en un nivel más psicoanalítico también parece hablarnos de la pérdida de la inocencia y de lo que implica dejar atrás la adolescencia para abrazar la madurez. Elegante, abstracta, misteriosa y a menudo sobrecogedora, It follows se mira en el espejo de Carpenter o del cine que produjera Val Lewton para la RKO y nos regala algunos de los mejores escalofríos del año. De culto instantáneo.

4 — La profesora de parvulario (Nadav Lapid)

Como Calvary (que aparece reseñada justo debajo), otra película que habla de la crisis de valores de nuestra sociedad y de esa deriva de banalidad a la que parecemos cada vez más abocados es esta pequeña gema israelí de cuidada y fascinante factura visual (su estilo árido e hipnótico, además de amplificar el impacto de su discurso, crea un clima de tensión y desconcierto muy agradecido), una cinta que, imbuida de un pesimismo a prueba de bombas, se apropia de un hecho improbable (un niño de cinco años resulta ser un superdotado para la poesía) para hablar de la difícil supervivencia del arte en el seno de una sociedad cuya sensibilidad se adivina cada vez más abotagada. Articulada en torno a la mirada de la profesora del título (uno de los personajes más problemáticos e interesantes de la temporada), la cinta de Lapid pone el dedo en la llaga no pocas veces y despliega una lucidez terrible a la hora de plasmar la incapacidad de la protagonista para salvaguardar y alentar el arte y la creatividad del pequeño, mientras comprueba cómo el entorno constriñe y anula a quien intenta dar vía libre, por medio del arte, a su generoso mundo interior. Que dicha protagonista cruce la línea de lo moralmente correcto (y revele, de paso, su propia miseria interior) en su cruzada contra la superficialidad imperante, no es más que la coda pesimista  que se permite su autor para contarnos lo mal que pintan las cosas. Cine sabiamente subversivo que invita a la reflexión.

la profesora de parvulario-cuatro

3 — Calvary (John Michael McDonagh)

Puede que en algunos momentos el cine de John Michael McDonagh parezca demasiado sombrío, cínico y desencantado, pero es innegable que tras su humor negrísimo y corrosivo se esconde un verdadero humanista, alguien preocupado por la compleja naturaleza humana y por la zozobra moral en la que parece sumido el individuo contemporáneo. Es decir, alguien que es consciente de que la realidad no es blanca o negra, que el gris (con todos sus matices) lo impregna todo. Valiéndose de un pequeño catálogo de personajes anclados en un pequeño pueblo irlandés (que, a la sazón, constituye una escala reducida del propio mundo, aun con la singular idiosincrasia religiosa que define el lugar), McDonagh reflexiona, con humor ácido y a veces brutal, pero también con exquisita sensibilidad y gran capacidad de penetración psicológica, sobre conceptos tales como la culpa, la venganza y el perdón, al tiempo que radiografía algunos de los males de nuestro tiempo (la resaca del capitalismo como síntoma de la pérdida de valores de la sociedad occidental) y constata que ese pesimismo existencial que orbita sobre su obra (ya presente en El irlandés, por ejemplo) es simplemente un baño de realismo (con agua helada) detrás del cual subyace un verdadero sentimiento de piedad, comprensión y esperanza hacia el ser humano y su devenir en estos tiempos furiosos y difíciles. En fin, una de las obras más ricas y complejas del año, firmada por uno de los autores morales más destacados del panorama actual.

2 — Puro vicio (Paul Thomas Anderson)

Acostumbrado a afrontar retos de diversa índole, P.T. Anderson carga ahora con la responsabilidad de adaptar al cine la (dicen, porque servidor aún no la ha leído) inadaptable novela de Thomas Pynchon, Vicio propio (traducida en nuestro país en su salto a la pantalla como Puro vicio, que a cachondos no nos gana nadie). El resultado, fascinante o insufrible dependiendo de la óptica con que se mire, no deja, en cualquier caso, a nadie indiferente. Con su narración laberíntica y su catálogo de bichos raros, Anderson se vale de los códigos del noir para destapar (entre otras cosas) la corrupción del sueño hippy en la California de los años 70. Sátira mordaz, intriga criminal y drama punzante y certero (la película, en sus mejores momentos, transmite unas cargas de hondura y melancolía realmente notables), Anderson pone a prueba al espectador con su narrativa intrincada y su capacidad para ilustrar los entresijos de una sociedad en clara decadencia que queda al descubierto ante la perpleja mirada del detective que tan bien interpreta Joaquin Phoenix, atrapado casi sin querer en una alucinada espiral de secretos y mentiras que termina, crepuscular y amargamente, en ese sitio donde se pudren los sueños que una vez pudimos albergar. Una película extraña, grande y desafiante.

1 — La canción del mar (Tomm Moore)

Quizás no sea la mejor película del año, pero sí es sin duda la que me ha proporcionado la experiencia estética más intensa y placentera de todas. Moore, fiel a su propio y singular estilo (donde laten ecos del arte medieval, el impresionismo o el cine de Michel Ocelot), expande los logros de su anterior El libro de Kells y factura otra exquisita fábula animada meticulosamente diseñada y orquestada, auténtico torrente de creatividad, sencillez narrativa y juego sublime de líneas y colores que engolosinan la mirada y arrastran al espectador a un universo irreal y soñado tan consistente como los que solía imaginar Miyazaki, claro referente espiritual de esta obra que, aparte de constituir en sí misma un deleite visual constante, reivindica el poder de la magia y de las leyendas (y la importancia de salvaguardarlas del olvido) en el seno de una sociedad que ha ido enterrando progresivamente sus mitos. Una alternativa animada al modelo Pixar que, partiendo de la tradición (en este caso, el folclore irlandés), acaba construyendo un edificante y nada baboso discurso en torno a la necesidad de aceptar el dolor. Todo, por supuesto, envuelto en verdadera poesía animada, a ratos de un poder sensorial sencillamente hipnótico.

 La canción del mar-uno

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *