Lo mejor de 2012 por… Cristina Ejarque

Me hubiese gustado usar la frase de «mi religión no me lo permite», pero nadie me hubiese creído, y aunque se me antoja como la tarea más complicada del mundo hacer una lista con lo mejor o lo peor en cualquier categoría, esta ha cogido forma de algún modo, pese a no tener nunca claro el orden exacto que estas películas han tomado en mi cabeza. Al menos puedo afirmar que son las que más me han impactado, que han tocado las fibras adecuadas como para poder citarlas de carrerilla (algo que no consigo habitualmente). Claro está que todas las películas destacables del año no pude exprimirlas, y tal vez carezca ya de sorpresas mi lista después del paso por aquí de los entendidos en materia, pero había espacio para una más y aquí se presenta. Llegamos a lo mejor del 2012.

Si no hubiese pasado por Sitges tal vez mi 2012 cinéfilo no tendría este cariz malsano y opresivo, pero es tan fácil destacar lo que nos perturba que todas estas películas son merecedoras de su privilegiada posición. La belleza es un grado y cada año hay directores que se convierten en fetiches. La fuerza de los malditos está entre los desconocidos y los que necesitaban una reivindicación a voz en grito. 2012 lo podré recordar como el año de las locas, locas y oscuras mentalidades de los cineastas que algún día brillarán, y todas esas mujeres (y un robot) que, de un modo u otro, soportan el peso de cada película citada en este lugar.

 

10 – Un amigo para Frank (Jake Schreier)

Aunque no sea el ejemplo perfecto de estancias níveas y pureza, sí hay un objeto blanco que sin expresión ni un tono de voz encandilante consigue dar presencia al perfecto amigo. La lógica aplastante es lo que tiene. Hablo de Robot, aunque Frank sea el verdadero objetivo. Una comedia sencilla y bastante transparente que localiza sentimentalismo sin la afanosa necesidad de salir corriendo y sabe tratar una enfermedad sin salpicarse de dramatismo. Además lo asumo, los robots son una de esas debilidades que no trato de ocultar, y un agraciado elenco donde se disfruta de Frank Langella en versión maestro, acompaña a este bicho blanquito e insobornable que te hará pasar un necesario buen rato. Un debut limpio y brillante el de este futuro sin lugar preciso de Jake Schreier donde se demuestra que tener un objetivo despierta la mente a cualquiera.

 

9 – Berberian Sound Studio (Peter Strickland)

No hay mayor placer que ver minimizado el trabajo de una película a un punto concreto de su elaboración. El sonido. Un fascinante subterráneo que te dirige a la maquinación y recreación del pavor a través de un cúmulo de objetos. A Peter Strickland no se le pudo ocurrir un mejor homenaje a uno de los subgéneros del terror más característicos, el ‹giallo›. Lo simplifica hacia las rasgaduras de una coliflor que alimenta ahogados gritos en el interior de una cabina de sonido. Lo magnifica ante la figura de un desconcertado operador de sonido que no consigue encajar en ese extraño estudio. Lo ilumina con sátiros tonos y da pie a la ensoñación para elevar el mito. Una película a la que en un primer momento se le exige más fuerza y con el tiempo se mantiene en uno de los puestos privilegiados del año. Porque bajando el sonido encontrarás exclamaciones vacuas que harán temblar cimientos.

 

8 – Sightseers (Ben Wheatley)

El amor es para asalvajados, y los protagonistas lo tienen claro. Está bien eso de descubrirse poco a poco, pero también es un puntazo cuando se pierden las formas y el amor se demuestra por encima de todo. Lo de aprender del otro y no cuestionar sus actos es algo vital para que la fogosidad dé rienda suelta, y la rabia contenida es mala para la salud. ¿Hablamos de comedias? A Ben Wheatley no le gustan las medias tintas y aquí va a por todas. Sus guionistas/protagonistas pusieron toda la carne al asador y lo que podría considerarse una ‹road movie›, es un descalabro total de intenciones ocultas y “britanismo”, porque a veces, cuanto más alto subes a la montaña, menos oxígeno llega al cerebro y más posibilidades hay de liarla… a lo salvaje, como lo hace el amor de estos dos especímenes.

 

7 – Tenemos que hablar de Kevin (Lynne Ramsay)

He visto muchas películas que muestran el pavor de la maternidad, pero ninguno en el que una madre, una Tilda Wilson que con su gesto de tensión y pérdida hace que la película gane enteros, sepa con sólo mirar a su bebé que el sufrimiento va a ser una constante en su vida. Sabe jugar con ese elemento hostil al que siempre se llena de amor, esa incomprensión ante lo que una madre sospecha de lo que ha salido de sus entrañas y no puede gritar para que no la confundan con una indeseable, todo retratado con un estilo muy personal por parte de su directora, Lynne Ramsay, que sabe plasmar la irracionalidad en este film. Hay una bofetada literal en esta película que recibe su protagonista, que en realidad sentimos todos en la boca del estómago, es fría y dura, fuera de un contexto que debemos conocer poco a poco, y marca la sutileza de Tenemos que hablar de Kevin, porque el infierno nunca queda demasiado lejos.

 

6 – The lords of Salem (Rob Zombie)

Hay un momento de pura pleitesía en el que suena como una atronadora música de fin del mundo una canción de The Velvet Underground junto a la grande y rubia Nico. Al reconocerla más de uno no podrá sacarla de su cabeza. Rob Zombie sabe que las brujas de Salem son un clásico que respetar y como tal se aferra a la madurez para crear un ambiente puro de brujería y plasmarlo en terreno conocido, el musical. Para todos aquellos decepcionados por descubrir que la brujería tiene poco de vertiginosa, olvidan los bordados con que decora Zombie The lords of Salem, sin faltar a su Sheri Moon ni sus escenas de creatividad terrorífica que tan bien maneja. Pura estética.

 

5 – Antiviral (Brandon Cronenberg)

Aquí la blancura y la asepsia juega con los dobles sentidos. Algunos hablan de los inicios del padre como el ejemplo claro que ha seguido Brandon Cronenberg, pero cuando sufrimos la congestión que va ganando poco a poco un espectacular Caleb Landry Jones, en un ambiente que crea el vacío para angustiar, vemos que la inspiración hay que saber tratarla para que funcione. El blanco aterra y la simple idea de aceptar la enfermedad como una salvación que te acerca a lo que más deseas, el tráfico de gérmenes como una moda, la suciedad con que se somete a la humanidad en esta distopía, es tan estremecedora como pesada, supurante, silenciosa, un horror estético e irracional que impacta y atrae como un premio a nuestro rechazo. Porque la sangre fluye con más densidad sobre estancias impersonales y nos seduce a un nivel que esta película sabe explotar sin límites.

 

4 – Excision (Richard Bates Jr.)

Excision es brutal y Pauline nos enamora. Estamos así de enfermos. Nos encontramos ante un canto a la feminidad descompasado y sin afinar. Sucio y desesperado, extraño y acusador. Tenemos a la psicópata en ciernes del siglo XXI en la película con el final más plausible de todo un festival de terror. Mi apuesta. Un trabajo a dos tiempos, con la Pauline indeseable, que juzga el mundo bajo su curiosidad ilimitada y la Pauline diosa, que en sueños destruye el mundo embutida en ropas indecentes dentro de videoclips arte y ensayo de tonos radicales. La irreverencia llegó con una película donde la fantasía propone el abandono de los términos sociales y la sangre es un ritual. Se dice que las mujeres son el yang, la oscuridad, la cueva, la parte complicada de la naturaleza y Pauline lo define sin sutileza alguna, con una progresión hacia la locura que crea un divertimento malsano. Una película inadvertida para conocer el lado oscuro. La odiarás, pero es una genialidad.

 

3 – Casa de tolerancia (Bertrand Bonello)

La carne es muy visual, al verla puedes imaginar su tacto, su temperatura. Un cuerpo puede describir la historia de toda una vida, y sus formas se pierden hasta su total decadencia. Bertrand Bonello sabe retratar a los hombres perdidos, la fortuita búsqueda de uno mismo que nunca encuentra respuesta, y ha trasladado el fin de una época, de un estilo de vida hasta los cuerpos de unas prostitutas en una casa de tolerancia a finales del siglo XIX. Son sus bastas telas con las que visten el lugar, las finas sedas con las que cubren sus camas, las gruesas puertas con las que ocultan los infernales deseos de sus clientes. La ingratitud de una deuda que nunca termina. Son los detalles que conforman un final anunciado, una tristeza impertérrita en unas mujeres que portan máscaras cada día a modo de pleitesía. Entrar en esta casa es un reto donde la carne, por encima de todo, habla por sí sola para contarnos con sus marcas cual es su esencia. Dulcificar su presencia es sólo un maquillaje que se borra frotando con agua, pero lo que oculta quedará inalterable para siempre.

 

2 – En la casa (François Ozon)

Cuando el cambio de roles se hace patente, llega el triunfo de François Ozon. Cada película que veo de este director la comparo con uno de mis primeros acercamientos a su mundo de oscuridad, humanidad y sexualidad, Gotas de agua sobre piedras calientes (aunque sea Fassbinder aquí más protagonista . Siempre busco la ventana cerrada en cada una de ellas, y siempre está ahí, en alguna escena, el momento en que todos están atrapados y no encuentran una salida digna para su traumática situación. El trauma es una exageración que me permito a estas alturas. Ozon aquí ha madurado sus ideas, en una película donde todos nos convertimos en los voyeurs, nos sentimos como el profesor aleccionado. Fresca e inconformista, el juego al que somete a sus protagonistas se acerca al estudio de cobayas ante la transgresión de la intimidad, una obra donde la sencillez se disipa sin ser conscientes para aventurarnos en un punto donde el estilo literario es sólo una base cuando la vida de otros es más emocionante que vivir. Al estilo garrapata.

 

1 – Alps (Giorgios Lanthimos)

Manos firmes para otra descabellada aventura de Giorgios Lanthimos. La enfermiza esencia del ser humano, ese progresivo inútil que adora la autodestrucción, va más lejos en un juego de apariencias que va desgranando poco a poco el director en Alps. El estilo del griego no parece desprenderse junto a un grupo de siervos de la muerte que transforman negocio en ayuda y pervierten la esencia hasta desnortar la realidad y convertirla en una especie de clamor. Vamos, yo le grité a la pantalla en plena enajenación. Hay un momento confuso en que te das cuenta que la inutilidad forma parte también de tu vida, y confiesas la admiración por otro tipo que con sus rarezas e irónicos movimientos de la historia te han cautivado. Buscando una necesaria expiación de nuestros pecados dignificamos una posición privilegiada (hoy) a una película que, aunque no es Canino (digno achaque de perfección) es la primera que este año consiguió levantarme de una silla para decir “injusticia” cuando nadie podía replicar mi protesta.

 

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