Libéranos (Federica Di Giacomo)

Cada vez que me topo con la Iglesia, recuerdo ese mal trago que nos hizo pasar un sacerdote durante un funeral. Tal y como subió esos dos escalones que separaban al pastor del pueblo, él llegó al cielo juzgando y nosotros caímos en el infierno sufriendo. Incluso el presente cuerpo fue víctima del dedo acusador, una persona que murió sin saber su nombre, y que fue ejemplo para el osado representante de Dios como pecado en la Tierra, como irresponsable e incapaz ser humano que en el regazo del señor volvería a ser respetable. Así, sin saber, todos éramos hijos del infierno y seguramente ni volviendo a nacer solucionaríamos aquello. Eso sí, un mal que solo afectaba a los que entramos a esa pequeña capilla de pueblo para mostrar nuestros respetos a la persona fallecida.

Nos tocó la moral, mucho, y desde entonces no hay ficción que mejore la realidad.

Pues con la realidad y con la Iglesia hemos topado de nuevo. Y aún así estoy que todavía no me lo puedo creer. Federica Di Giacomo se atreve a acercarnos las novedosas metodologías eclesiásticas para terminar con ese diablillo que te crece de dentro. No estoy hablando de un mal al nivel de Daniel el travieso, en realidad lo que encontramos en Libéranos (Liberami, el documental que se llevó el premio a Mejor película en la sección Orizzonti de Venecia en 2016) es un impactante proceso de tormento y diversión casi involuntaria que reflexiona sobre las necesidades del hombre y los conceptos del mal, desde la comodidad del observador, desde la complejidad de la rutina que viven los poseídos y los exorcistas.

El padre Cataldo es el mesías para estos casos, y punto de peregrinaje en Palermo de toda alma perdida que necesita un exorcismo, que se podría traducir en un consejo o un consuelo, por parte de un personaje importante que deje cerca su oreja para escuchar. Porque la vida ha evolucionado, los medios también, pero el concepto de posesión es el mismo.

La realizadora sigue de cerca tanto al padre Cataldo como a algunos de sus fieles seguidores, viendo una evolución en sus problemas. El del religioso es la saturación de trabajo —en esto se basa en parte el documental, la creciente necesidad de exorcismos en Italia— que le lleva a crear colas para atender a feligreses, hacer misas conjuntas donde las plegarias deben llegar a su propio ritmo a cada poseído o adaptarse a nuevas tecnologías, charlando directamente, móvil en mano, con un Asmodeus cualquiera para quien tiene un ataque urgente fuera de horario laboral.

Dentro de la comicidad con la que se tinta esta realidad, nos topamos con la gente que ha acudido a la salvación de la Iglesia en pleno siglo XXI. Aunque parezca tontería remarcar el momento, no queda otra que recordar que antaño cualquier mal desconocido provenía del diablo y de la debilidad del hombre que permitía que ese mal se anclara en sus entrañas. Un ataque epiléptico, un defecto físico, una tristeza insinuosa… todo culpa del mismo, todo tratado a base de rezos y crucifijos. Ahora, con todo tipo de avances, tras el médico y el psicólogo uno puede aferrarse a la fe para dar nombre a lo que nadie atina a diagnosticar. Y es curioso ver cómo en algunos parece un papel rutinario gritar y retorcerse ante el agua bendita, y para otros una respuesta que marcar en su piel a fuego para justificar una vida torcida.

El peso que asume Cataldo (en apariencia un tipo afable y comprensivo) es el pago que hace en vida para recibir su propia salvación una vez la muerte llegue, algo que choca con la predisposición de los afectados a mostrar su sufrimiento. Teniendo en cuenta que esto surge de una cámara que se acerca a una acción que simplemente está sucediendo, cuesta superar la creencia de estar viendo una representación teatral, un alarde de exhibicionismo o una inquisitoria necesidad de encontrar a alguien que les haga caso. Es muy triste pensar en gente bien vestida, maquillada y alimentada pasando de mano en mano, de salvador en salvador por toda Italia para que ese estado que les domina desaparezca. Pero cuánto bien hace un buen montaje. Federica Di Giacomo consigue con el montaje de escenas que ese caos sea animado, intrigante y disparatado. Son las sensaciones a las que nos enfrentamos los desconocedores de ese peculiar sufrimiento, del que mira por casualidad y se encuentra con que lo masivo también ha afectado a la religión católica, esa que desde nuestro barrio parece cada día más muerta, y que sigue moviéndose en las creencias más elementales ahora mismo, hoy.

En este instante alguien, en alguna parte del mundo, debe estar en alguna misa sacando sus males a flote. Y unos cuantos rezarán y asentirán al ver sus desvaríos o desmayos. Pensarás que están todos locos y enfervorizados por lo que otros les han dicho que deben creer. Pero si la reflexión llega justo después de ver Libéranos, la perspectiva de la locura se vuelve propia y el hecho en sí interesante. Porque el documental, lejos de acercarnos al entendimiento, nos muestra a seres normales que se sienten únicos, y que en compañía de otros seres únicos encuentran algo de tranquilidad. Los nuevos superhéroes llevan alzacuellos y misales, y pronto tendrán su propia señal lumínica para rociar sin contemplaciones agua y sal a paredes y a malditos.

Hay una escena donde el padre Cataldo se aleja de la cámara y en el camino se para unos segundos y mira a su izquierda, concentrado, para continuar después con sus pasos. Un modo digno de remarcar que Di Giacomo es una casi perfecta retratista de un estado creciente, el de la perdición cotidiana, sin infundir miedo ni esperanza. Un acto transparente que manipulamos con nuestras cavilaciones. Lo mejor de los documentales.

Puedes ver Libéranos en Filmin en el siguiente enlace:

https://www.filmin.es/pelicula/liberanos

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