Le nouveau (Rudi Rosenberg)

La sección de Nuevos Directores, en cuyo concurso se estrenan obras inéditas de autores noveles de todo el mundo, es ya un clásico del Zinemaldia. La temática que parece estar imponiéndose en ella este año es la aproximación al mundo adolescente. Tras la adversa inauguración con el pesimista tremendismo de la austriaca One of Us, el primer título a rescatar de la presente edición ha sido uno que precisamente abandera lo contrario: una mirada tierna y desprejuiciada hacia esa complicada franja de edad fronteriza entre la niñez y la pubertad, tantas veces olvidada.

El punto de partida de Le nouveau, debut en la dirección de largometrajes del otrora actor Rudi Rosenberg, no difiere mucho del de tantísimos productos de consumo global. Si hace pocos días hablábamos de cómo Yo, él y Raquel había conseguido desde su condición de película-fórmula insuflar un carisma a sus esquemas más allá de la misma, el trabajo de Rosenberg es un ejemplo de cómo lograr seducir al espectador con la única arma de la honestidad en un tratamiento que no traspasa en ningún momento la barrera de lo formalmente convencional —ni lo necesita—, pero que sin embargo sabe jugar con sus limitaciones y lograr el tono adecuado para conseguir un magnetismo apabullante.

Su protagonista es Benoît, un chico de catorce años que abandona el campo para instalarse en París y debe con ello empezar de cero en la escuela. Esto significa trabar nuevas amistades y, de la mano de una idealizada compañera sueca, descubrir también el primer amor. Nada extraordinario, más allá de la natural comicidad en el acercamiento: era demasiado fácil retratar a los personajes como los niños que ya no son, tanto como caer en el recurso de subrayar su tormento ante los primeros desengaños. Algunas secuencias de Le nouveau incluyen borracheras con cerveza sin alcohol, paseos con hermanas para buscar dar celos o sonoros fracasos en las elecciones escolares. Todo ello está mostrado de manera liviana, aportando además una sanísima vuelta de tuerca freak al género. Pero, ante todo, es una historia de aceptación personal: la crónica del momento en el que descubres que tu sitio no está entre los populares de la clase sino al lado de un desastroso compañero de aventuras con un póster del primer Torrente en su habitación, un soberbio empollón y una chica que lleva su minusvalía con autosuficiencia. El tratamiento de este último personaje es maravilloso, al integrarlo en la trama sin atisbo de compasión o señalamiento. Aun cuando se parte de estereotipos, los clichés quedan aquí aniquilados y se huye de la lección moral.

No hay en Le nouveau una exaltación de la amistad que no se produzca a través de sus puntuales guiños: esa improbable versión colectiva de When Love Takes Over después de la consumación de la decepción amorosa o la primera fiesta bajo la batuta musical del fracasado tío de Benoît son buenos ejemplos de cómo lo funcional se puede convertir en maravilloso gracias al valor de una mirada que comprende a sus personajes. El debut de Rosenberg es un carismático y universal canto a la diferencia, sin rastro de oscuridad, que suma puntos para salir por la puerta grande de San Sebastián.

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