La plaza (Antonio Cuesta)

La madre viuda, la tía, las seis hermanas con sus maridos, el mozo de espadas, el apoderado y el resto de familiares acuden a la habitación del hotel donde descansa el joven Luis Valiente. Todos menos él, esperan ansiosos la corrida de toros que supondrá su alternativa.

Antonio Cuesta es ya un director conocido en esta sección por Angélica, su anterior cortometraje. Allí se arrancaba con un melodrama centrado en la actriz protagonista, rodeada de varias personas tan compasivas como ajenas a su descontento, con una fotografía en blanco y negro que modulaba su estilo clásico, sumado a los ecos del terror que asomaban en alguna secuencia. El director elige el color en este nuevo trabajo que transcurre en la actualidad, una gama que va desde el rojo de la sangre que se mezcla con el albero de la plaza hasta el amarillo y dorados de un sol que ilumina todos los espacios. La comedia tonifica esta breve historia que identifica al cineasta desde el guión, con esa visión sobre un protagonista que trata de mantener su identidad y principios frente a un grupo de personas que funcionan como oponentes contra su equilibrio. En La plaza Selu Nieto otorga la voz y gestualidad contenidas a su personaje, con la misma medida de intensidad del corto, más atento a crear situaciones divertidas antes que cómicas, a pesar de bordear un humor más hilarante. Esa extrañeza ante lo que sucede a su alrededor, con la que los contempla el actor y nos sitúa como espectadores, atentos a las tradiciones ancestrales absurdas, con lucidez. El metraje se estructura en tres partes diferenciadas. La primera, después de los títulos de crédito iniciales nos sitúa mediante una alternancia dinámica de primeros planos del protagonista y contraplanos medios del conjunto de personajes que lo increpan, con un buen uso del corte y ritmo de las intervenciones. Transcurre por una segunda parte onírica que no desentona, salvo por el uso de ‹flous› y filtros, para dar paso a la conclusión realista, en la plaza, antes de salir al ruedo. Con esta trama que se acerca más al drama sobre el valor y la cobardía que abordaban films clásicos de los años cincuenta, centrados en el toreo, como fueron Tarde de toros o Los clarines del miedo.

En una coyuntura reciente, que resulta osada para realizar un trabajo centrado en la tauromaquia como argumento para hablar sobre la identidad, madurez, amor, sexo, familia e incluso en la crueldad del mundo de los toros en sí, el tercer cortometraje de Antonio Cuesta es una muestra muy apreciable que recurre a la observación, sutileza, picardía en algún caso y respeto sin caer en soluciones fáciles ni chabacanas. Un pequeño film que acredita además esa enorme plantilla de profesionales andaluces que despuntaron, sobre todo desde mitad de los años noventa, en la cinematografía y medios audiovisuales, ejemplificados por el veterano secundario Sebastián Haro en el papel del padrino.

Podéis ver el cortometraje completo aquí.

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