La alternativa | El intruso – The Intruder (Roger Corman)

Roger Corman es conocido en el mundo cinematográfico por sus películas de terror, sobre todo las que se basaron en los cuentos de Edgar Allan Poe. Este director de culto se caracterizó, entre otros aspectos, por recrear sugestivas ambientaciones en sus historias.

Dentro de su amplia filmografía, emerge una estupenda rareza llamada El Intruso, una producción que en nada se relaciona con la característica corriente fantástica que impregnó Corman a sus piezas cinematográficas. En este caso, asistimos a una propuesta atrevida sobre una aguda realidad social: el racismo.

El Intruso podría postularse a una categorización de obra maestra del cine porque todos sus elementos funcionan a la perfección para conformar un producto audiovisual de gran calidad artística.

La película está tan bien hecha que desde sus créditos iniciales podemos detectar la fina construcción de una atmósfera envolvente. Allí aparece un tipo misterioso viajando en autobús por las zonas agrícolas del sur de Estado Unidos, en donde todo huele a segregación. Se trata de Adam Cramer, un representante de una organización racista, quien llega a la ciudad de Claxton para, en un inicio, sondear la opinión de sus habitantes blancos sobre la vigencia de una ley que permite la integración de los negros en la convivencia social. Todo es parte de su estrategia para influenciar en un sector de la población a que se resista y rechace la norma establecida. Su nivel de manipulación será de tal magnitud que derivará en consecuencias repudiables.

Este estupendo filme es merecedor de un análisis exhaustivo de su composición por la sólida confluencia de técnicas que tiene para estructurar mensajes. Empecemos con la escena inicial, Cramer llega a la ciudad destino y al bajar del bus se porta muy cortés con una mujer y su hija pequeña. En este momento, la cámara permanece con la perspectiva de la infante hacia él, es decir, en un estratégico contrapicado que acompañará al personaje en un corto caminar hasta que opte por parar y retirarse sus gafas, mostrando una imponente idea de poder, audacia y misterio.

El mismo efecto visual es repetido por Corman para ratificar su advertencia de inicio. Esta vez, la toma va dirigida a un Cramer que se muestra como es mientras emite un discurso político y racista a una multitud. La prepotencia y el odio están personificados y tienen el mismo enfoque. Será la gente, con su ignorancia o ingenuidad, la que los ubique sobre ellos y los asuma como guías de vida. La cámara quiere, entonces, representar el poder manipulador y la sumisión.

Si hablamos de tomas, es importante destacar también la composición fotográfica de la película. Su blanco y negro seco y bien definido va bien con el ambiente árido y áspero de las situaciones.

Un trabajo tan admirable debía estar sustentado en buenas actuaciones, en donde destaca, sobre todo, William Shatner (quien luego se haría famoso por su papel en la serie televisiva Star Trek). Sus facetas en este filme de hombre calculador, irónico y atormentado son magníficamente interpretadas. Su imponente presencia sostiene gran parte del peso artístico del filme. No podemos dejar de destacar también al resto de personajes, cada uno demostró estar preparado para introducirse en sus respectivos papeles.

Corman no desperdicia sus conocimientos de ambientación terrorífica para incluirlos en este filme. De esta manera, pinta un escenario pavoroso con las ambiguas intenciones de Adam Cramer en contra de la comunidad negra. Vemos esta presencia tétrica, por ejemplo, en el breve recorrido que hace el incitador en un taxi por el sector en donde habitan los afroamericanos. Aún no se sabe qué planea, pero una noche retornará al lugar, con miembros del ku klux klan, llevando una cruz gigante para incendiarla y así sembrar el miedo en la población. El ataque mortal a una iglesia del lugar será la constatación del terror instaurado.

La estremecedora banda sonora llega a ser sustancial para fijar el suspenso en la película. El subrayado musical surge en los instantes propicios para alertar de situaciones turbadoras.

El Intruso fue un filme arriesgado ya que fue producido a inicios de la década de 1960 y en una localidad sureña de Estados Unidos, es decir, en el momento y lugar en donde la discriminación racial derivaba en altos índices de violencia. Podría identificarse además como un proyecto político y de crítica social. Posee un sutil cuestionamiento a la manera de pensar de algunos americanos, que asumían ser ciudadanos conscientes al expresar su respeto a la ley de integración de los negros pero al mismo tiempo reconocían su desacuerdo con ella, como si la igualdad entre los hombres debería imponerse por una ley humana y no por convicción.

Otra de las fortalezas de la película es su guión. Su estructura permite componer un producto muy regular y atractivo. La secuencia argumental está planificada para alcanzar fines concretos, entre ellos, momentos de violencia y de emotividad que revelen la naturaleza de sus personajes. Los diálogos duros son parte esencial del mensaje que pretende construir el filme.

Más allá de ser un cinta que aborda una problemática social como el racismo, también se alza como un modelo de drama psicológico individual. El personaje de Cramer no es un tipo normal, pese a poseer un gran talento para la persuasión, teme ser cuestionado o descubierto en sus embustes porque tiene el complejo de no aceptar críticas hacia su dudosa moralidad. Corman dibujó así a un ser maquiavélico, tan fuerte como débil a la vez, a quien le será muy fácil llegar a la cumbre pero igual descender de ella. Su talante sobrio y calculador es sólo resultado de sus objetivos trazados y no de una personalidad férrea.

En la actualidad, El Intruso no es de las cintas más recordadas de Roger Corman, quien se encasilló en el género del terror. Allí puede estar la causa de que sus seguidores busquen o identifiquen más las películas de esta corriente. No obstante, el filme que hemos analizado bien podría ser considerado como el mejor del director estadounidense y es necesario rescatarlo porque su impacto artístico está intacto.

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