La alternativa | Bob, Carol, Ted y Alice (Paul Mazursky)

Bob, Carol, Ted y Alice arranca con una secuencia filmada en helicóptero y sin diálogos que revela la llegada del matrimonio formado por Bob y Carol a un campamento hippie situado en las montañas de California con el propósito de pasar un fin de semana distendido y absorber experiencias que puedan servir como material para el documental que está preparando Bob acerca del universo de las terapias de grupo. Allí el matrimonio será testigo de las recetas encomendadas por los gurús de turno: abrir la mente y el cuerpo al mundo, ser sincero con uno mismo, no poner verjas ni al sexo, ni al tiempo, ni a los instintos primarios como único medio para alcanzar la plenitud como persona. Seducido por estos principios e ideales, Bob confesará a su esposa que ha tenido una aventura con una joven rubia, punto que será compartido con sus amigos íntimos Ted y Alice, quienes se escandalizarán ante la espontaneidad con la que Carol ha aceptado esta traición, hecho que llevará a éstos últimos a replantearse su relación conyugal.

Sin llegar a concretar los buenos augurios que se esperaban de él tras su aclamado debut en el largometraje (puesto de manifiesto con la cinta protagonista de esta reseña), si que es cierto que la filmografía de Paul Mazursky amanece como un referente que permite, ante todo, describir la trayectoria de buena parte de la nueva hornada de cineastas surgidos en los heterodoxos años sesenta en el cine estadounidense en el sentido de etiquetar a esa generación que arrancó en el séptimo arte con nuevos bríos y esperanzas de demoler los cimientos clásicos que lo habían sustentado desde prácticamente sus inicios y, que tras desplegar todo su talento a lo largo de los setenta y principios de los ochenta, acabarían desembocando en las orillas del olvido y los trabajos alimenticios elaborados con más pena que gloria para gusto de los magnates del Hollywood más comercial de los ochenta. De esta maldición se librarían nombres como Robert Altman, Brian De Palma, Martin Scorsese, Francis Ford Coppola o William Friedkin y en menor medida John Frankenheimer, Hal Ashby y Peter Bogdanovich, aunque estos últimos terminaron fagocitados por diferentes causas.

Mazursky dio en el clavo con su primer film (rodado en un ya lejano 1969) en el cual se atisban ciertos ecos, hilvanados con algo de sátira y parodia, de los sucesos acontecidos en Europa un año antes, en Mayo del 68. Y es que Bob, Carol, Ted y Alice se asoma como un producto de su tiempo, víctima por ello de un leve regusto arcaico que quizás haya quitado algo de encanto a la envoltura formal y conceptual que construye su espina dorsal. En este sentido, no se debe caer en el error de catalogar a este interesante filme como una comedia absurda fundada en los alrededores del libertinaje y especialmente en el intercambio de parejas, motivo por el cual está incluida en la sección La alternativa de nuestra web como respuesta al estreno este fin de semana en carteleras españolas de El intercambio de Ignacio Nacho. Pues Mazursky fue un punto más allá de la intención de tejer una parodia surrealista que se mofara de las incongruencias y desatinos que saldrán a la luz dentro de un matrimonio que trata de seguir a rajatabla los dictados del movimiento hippie más por moda que por convicción, compuesto por ese cineasta bastante modernillo llamado Bob (Robert Culp) y su alucinada y siempre complaciente esposa Carol (Natalie Wood en uno de sus últimos papeles relevantes). Tampoco se siente que fuera la ambición del autor de Harry y tonto indagar en los dilemas que surgirán de la relación de amistad que unirá a los ya mencionados Bob y Carol con los más conservadores y puritanos Ted (con un joven y sorprendente Elliott Gould) y Alice (Dyan Cannon), pareja que retrata a esos matrimonios carcas que se creen poseedores de la salvaguardia moral de la sociedad media americana.

Una vez vista la película queda cierto regusto amargo, algo motivado por su reivindicación del término medio en todos los sentidos. Ya que ésta no es una comedia al uso, pero tampoco un drama social, y sin embargo en ciertos segmentos del film sentiremos que estamos asistiendo a un relato generacional muy áspero y triste (y por tanto dramático), mientras que en otros visitaremos algunas situaciones de enredo y absurdo muy en la línea de la característica comedia americana de finales de los sesenta; esa comedia solemne que se tomaba demasiado en serio a sí misma y que por consiguiente no suele hacer explotar la carcajada del espectador de manera natural y sencilla.

Por ello, en el debe de Bob, Carol, Ted y Alice emerge esa indefinición que no trae consigo buenos resultados en el global del film. Si bien en su haber también se vislumbran varios destellos que elevan su calificación, entre los que podemos enumerar por ejemplo su pertinente radiografía de una sociedad estadounidense sumergida en la amoralidad de las falsas apariencias haciendo creer al vecino que se integra en los márgenes del ciudadano respetable, pero que finalmente pecará sin remedio ante la primera oportunidad que se presente siendo más viciosa e hipócrita que quienes quiebran las reglas sin importar el que dirán. Asimismo otro punto fascinante que contiene esta pieza de cine sesentero es su afán por burlarse de los convencionalismos de uno y otro lado. Ningún grupo sale bien parado, puesto que Mazursky se ríe tanto de los estrictos cumplidores como de aquellos que acaban convirtiéndose en una parodia por simpatizar con la ideología de moda, más por evocar los tiempos de rebeldía de su juventud que por fe en la doctrina. Así, Bob y Carol serán representados como un matrimonio pijo-progre que se agarrará como un clavo ardiendo a esos vientos de libertinaje, espiritualidad, terapias de grupo limpiadoras de aura y otros cantos de sirena que simplemente afloran como un disfraz que tapa los complejos de aquellos que tienen miedo a traspasar la frontera que separa la niñez de la edad adulta. Bob y Carol son dos niños grandes e inmaduros que no conocen la mentira, que se cuentan sus infidelidades mutuas, que asisten a fiestas adolescentes para beber y emporrarse con cierto aire trágico. Y su contrapunto, Ted y Alice, será su vínculo con el mundo adulto y con la responsabilidad mal entendida, descubriéndose que no todo es oro lo que reluce puesto que existen muchas aristas y cadenas invisibles incluso dentro de los trajes más pulcros e inmaculados.

Y es que Bob, Carol, Ted y Alice se destapa como una comedia trágica. Una pantomima sin gracia y muy transparente que dibuja esos complejos y mentiras que vertebran la estabilidad de toda sociedad moderna. Una farsa protagonizada por esos hippies que contribuyeron a la decadencia del movimiento en años posteriores transformándose en esos matrimonios sin sustancia e insípidos que daban más importancia a su puesto en el escalafón social que al amor sin barreras. Puesto que una de las moralejas que desentraña el film es que la sinceridad tan solo trae consigo infelicidad y malos tragos, ya que vivimos dentro de un colectivo hipócrita que ha convertido la mentira en su principal arma de relación. Nos mentimos a nosotros mismos para alcanzar nuestros objetivos: para creer que somos felices, para conseguir el voto de nuestros electores, para pensar que nuestro matrimonio o trabajo marcha bien, para aguantar las presiones sociales que nos atenazan en nuestro día a día. Un mundo aparente y falso que será reseñado en una inolvidable secuencia musical con la que culmina el film (adornada por los acordes del What The World Needs Now Is Love de Jackie DeShannon) en la que un grupo de personas de diferente raza, origen y condición se mirarán a los ojos de frente sin apartar la vista. Un guiño muy de la época que pone la guinda a un pastel tan ácido como perturbador.

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