Jacqueline Argentine (Bernardo Britto)

En el cine cada día se inventan algo para que podamos decir: esto es maravilloso. Así, ilusionados y todo. Entre sus maravillas están los falsos documentales —fidelizamos la palabra ‹mockumentary›— y la explotación de las conspiranoias —esta palabra queda perfecta siempre—. Así que cuando estas dos vías se mezclan decimos: esto es más que muy maravilloso.

Jacqueline Argentine comienza con un anzuelo que es difícil no picar: una joven se pone en contacto con un director de cine porque tiene información muy potente que pone en peligro su vida y quiere transmitirla. Esta situación nos remite al aún latente tema de Edward Snowden, y por qué no decirlo, al documental Citizenfour con furtivos encuentros lejos de los puntos calientes. Y hasta aquí toda referencia conocida.

Porque por muy emocionante que sea reconstruir una historia de agentes de la CIA planeando «temas ilegales» aquí hay mucho de metacine, aprendizajes vacuos y personajes pasados de vueltas que, con un toque cándido y veloz con el que se pescará algo más que simples peces.

El director pronto pasa a un segundo plano físico y adopta la postura de narrador, y como tal es capaz de arrojar una idea que se le pasa por la cabeza o simplemente explicar con excesivas palabras algo que estamos viendo con nuestros propios ojos, hasta que interactúa, pregunta, en este recién adquirido nuevo término que como cineasta está desarrollando.

Un pequeño equipo sin experiencia pero que da «confianza» y Jacqueline Dumont, la gran estrella, una joven francesa que tiene poco de convencional y como tal complica esa pregunta que cada documental sobre un personaje concreto hace: ¿Quién es esa chica? ¿qué nos quiere contar? Suerte con eso.

Tal y como avanza Jacqueline Argentine piensas más en el maletín de Pulp Fiction (¡¿qué había ahí dentro?!), pero al mismo tiempo despunta con fragmentos francamente hilarantes dentro de la más absoluta normalidad. Todo queda magnificado y las dudas crecen al tiempo que el director comienza a hacerse preguntas a sí mismo y no tantas a la señorita Dumont, que con su expresión parece relatar más que con palabras. Hay momentos en los que se enfanga en esa normalidad curiosa pero siempre encuentra el modo de romper, con algún descubrimiento no controlado, y volver a comenzar a racionalizar el aire. El humo puede ser muy emocionante, ¿o es que nadie piensa a veces en el perro que sale en un capítulo de Los Simpson y mueve los ojos a un lado y otro demostrando que es malo? Yo al ver a la amiga íntima de Jacqueline, sí.

Fresca y voluble, la historia lleva un crescendo donde perder el interés por el anzuelo es lo de menos, descubriendo verdaderos significados vitales, mientras contemplas a un tiempo esa producción decadente, un equipo que interactúa con el personaje principal, se divierte u opina, un productor exigiendo consistencia, un director retomando el verdadero contenido de la historia: ¿nos interesaba lo que ella tenía que contar o lo que él iba a deducir de todo ello?

Porque además de Jacqueline no podemos olvidar Argentine, ese sitio que está lejos, que incluye a tanto personaje pintoresco, que encierra el verdadero camino por el que nos lleva todo esto. Un viaje a ninguna parte del que se vuelve con nuevas preguntas. Parece caótico pero está muy claro, Snowden nos da igual, el proceso de convertirlo en una película es mucho más enriquecedor. Bernardo Britto aprovecha la irracional pasión de muchos por las conspiranoias que van desde lo político a lo «tsunámico» para divertirse, para homenajearse, para comprometernos con la nada, que a su vez, siempre tiene demasiado que decir por todo lo que parece ocultar, aunque en el fondo sepamos que detrás hay más «nada».

Un apunte: Ha sido muy duro concentrar toda mi atención en una película en la que el narrador no calla, nunca, hasta el punto de descubrir que sus exacerbadas reflexiones nos ofrecen un non stop coger-aire-es-para-prepúberes-sincapacidadparadiscurrirsinoxígenoenelcerebro. De verdad, agotada.

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