Jaco Van Dormael… a examen

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Leí hace tiempo que Jaco Van Dormael (diría que fue él) escribía sus ideas en papeles sueltos o rollos de papel que se encontraba por la casa en función de cómo le venían, los pegaba después en la puerta de su nevera (que debe ser gigante) y a partir de ahí desarrollaba sus historias y guiones y los ordenaba. Esto explicaría por qué pasa(ba) tanto tiempo entre película y película, y esto también explicaría la propia estructura de las mismas, a veces. Como soy fiel a los directores que me gustan, yo mismo estoy improvisando esta introducción sin mirar ninguna fuente que la corrobore… y más tarde igual vaya a por algo a la nevera.

Toto, el héroe, una rareza de lo más normal en su filmografía, es además su primer largometraje. En él fue acompañado musicalmente por su hermano, Pierre Van Dormael, quien seguiría acompañándolo hasta su fallecimiento, en 2008, a los 56 años, dejando como trabajo póstumo la memorable banda sonora de Las vidas posibles de Mr. Nobody, de la que cada cierto tiempo me viene la melodía que yo en su momento titulé Undercover (Weddings Scene), sin saber si es el título correcto, pero que para quien lo quiera saber, es la música que se escucha cuando un Nobody niño divaga sobre lo que significa no elegir y que todo siga siendo posible.

Como en Toto, el héroe, donde imaginar lo vuelve todo factible, todo verosímil. El destino, los recuerdos, el amor o la niñez, que cobran otro sentido desde la imaginación y las suposiciones. Desde las ideas luego vistas en Mr. Nobody sobre las memorias en la infancia y nuestro nacimiento, sobre cómo asimilamos todo eso siendo niños; desde las ideas luego vistas sobre Dios y sus huevazos o caprichos en El nuevo nuevo testamento. Pero sobre todo desde el universo Van Dormael, en este caso apenas sin pulir, puro y elocuente; todas sus virtudes, voz en off, recursos visuales, toda su imaginería y su sentido del humor (algo) raruno. Si fuese estadounidense ya le apodarían visionario… Porque parece hablarte siempre del fracaso de la vida (o la amargura) y de lo apasionante que puede ser vivirla (o pensarla), pero de un modo nada trascendente, siempre estimulante y muchas veces hasta emocionante o cómico.

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Y por eso el nivel de implicación del espectador es máximo. También por el amor por el detalle, por los detalles del amor, por lo trágico de la pérdida, por la vitalidad de cada evocación, por lo humano de la muerte, por lo contento que uno monta en bicicleta, a la sombra o bajo el sol, por una flor falsa y duradera, por las flores de una falda, por el color de ese vestido, por la culpa y la aflicción, por los sueños y promesas, por las oportunidades, por los arrepentimientos, porque no somos nadie, porque ella se irá como ha venido, o, simple y llanamente, por la magia del cine. Pero, sobre todo, porque nunca dejaremos de ser niños.

P.D. 1: Me ha venido a la mente mientras visionaba Toto, el héroe. Resulta que hace más de 6 años tuve a bien escoger entre ver Toto, el héroe o la canadiense Léolo. Elegí Léolo, y hasta más de un lustro después no quise ver Toto, manteniendo a ambas en mi mente frente a frente. ¿Y si hubiese visto la primera en lugar de la segunda entonces? Quizás mi vida habría sido diferente, o quizás habría sido todo igual pero habría visto otra clase de dolor y desengaño, algo más optimista; (casi) el mismo cuento, pero diferente estética… Y extrañas asociaciones cinéfilas.

P.D. 2: Interesante que Toto encuentre en su vecino a Alfred. Un nombre sin el otro no pueden vivir dentro del cine.

¡Boum! Estaba detrás de la puerta.

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