Hoy… Traficantes de opio – Divine (Max Ophüls)

Max Ophüls es sin duda uno de los referentes ineludibles a la hora de abordar cualquier estudio alrededor de las grandes figuras que marcaron el sino de la historia del séptimo arte. Alemán de nacimiento, el autor de obras tan contundentes como Lola Montes fue un auténtico nómada del cine, un rebelde de una modernidad cristalina que quizás debido a una sensibilidad a flor de piel ligada a su innato gusto por la vanguardia más naturalista nunca encontró un sitio estable en el cual asentarse dentro de esa sociedad plena de hipocresía, codicia y actos despiadados que le tocó vivir en todos y cada uno de los países que sirvieron de morada a este maestro en hacer aflorar en pantalla las emociones mas crueles y fascinantes adscritas al fatal destino del ser humano. Y es que Ophüls fue uno de esos autores independientes que huían de todo signo que oliese a moda fugaz y evaporadora, por ello sin duda un buscador de la eternidad a través de su romanticismo exacerbado pese a ser conocedor que su mirada exenta de la contaminación presente en las influyentes corrientes que habitaron su carrera cinematográfica, así como de esa rutina que imponían los grandes estudios de Hollywood a sus trabajadores, le postergarían a un destierro seguro en cuanto a la popularidad presente. Si bien el maestro renunció de manera consciente a esa comodidad inscrita en la fama en aras de obtener un premio solo reservado a las grandes figuras del arte en cualquiera de sus disciplinas: la inmortalidad.

Divine

Así, el autor de El placer inició sus pasos en el complejo mundo del arte en el mundo del teatro en los primeros años de la década de los veinte del siglo pasado, convirtiéndose al final de la misma en uno de los más prestigiosos dramaturgos y directores de la escena germana. Arropado por su paso triunfal por las tablas, Ophüls comenzó a trabajar en la legendaria UFA inicialmente como guionista para en pocos años promocionar a director, en un primer momento con esas populares operetas de tono prusiano que tanto gustaban al público alemán de la época para poco a poco ir derivando su inclinación artística hacia el cine que lo convertiría en una leyenda del séptimo arte, ese cine arriesgado, elegante en cuanto a puesta en escena, exento de clichés, ambiguo, cruel y pesimista dotado de unos personajes atrapados en una espiral de amores imposibles y hastío existencial. De este modo, en 1933 se estrenaría la primera obra cumbre del alemán, la imprescindible Amoríos, quizás la primera cinta en la que el europeo pudo verter toda su genialidad sin prebendas ni obstáculos invisibles. Sin embargo, la ascensión al poder del partido Nazi incitó a que el genio se exiliara en Francia, país en el que desarrolló una carrera que fue de menos a más —resulta bastante sorprendente que la mejor película de esta época rodada por el maestro lleve la bandera italiana (La mujer de todos) en lugar de la de nuestro país vecino—, de modo que no fue hasta finales de los años treinta cuando Ophüls empezó a encontrar su lugar en la industria cinematográfica gala rodando cintas tan atractivas como la genial Suprema decisión. 

Pero el destino, una de las temáticas que más obsesionaban al bueno de Ophüls en sus mejores películas, no me cabe duda que debido a su infortunio personal, volvería a deparar una jugarreta al director de La ronda, puesto que la caída de Francia en manos de los nazis obligó de nuevo al germano a buscar el exilio en Suiza en el momento de su mayor esplendor artístico en Francia, para posteriormente emigrar como buena parte de sus compañeros de generación a los Estados Unidos. A pesar de contar con la ayuda de directores de la talla de Robert Siodmark, Fritz Lang o Billy Wilder, Ophüls tardaría cinco años en volver a rodar una película. A pesar de este ostracismo incomprensible, el alemán terminaría filmando en esos años cuarenta algunas de las obras más complejas y atractivas de la historia del cine americano. Ya convertido en un autor de reconocido prestigio en Hollywood, el carácter indomable e inestable de Ophüls le llevó a decidir abandonar el desahogo que representaba trabajar en América para retornar a Francia. Y el riesgo obtuvo sus frutos, ya que de sobra es conocido que estos últimos años del genio en Francia forman parte por méritos propios de las letras de oro de la historia del cine.

Divine

Entre las obras que Ophüls rodó en sus primeros años de emigración en Francia, destaco de forma rotunda la fascinante Divine (Traficantes de opio). Sí, es cierto que nos hallamos con una película de tono ciertamente menor en la filmografía del autor de Madame de…, en la que quizás no se atisban con claridad aquellos paradigmas que marcarían esa forma de concebir el cine punteada con gotas de derrota, amor enfermizo, decorados suntuosos plenos de pulcritud escénica y esos movimientos de cámara tan sugestivos en los que el espectador adopta la imagen de un espía que contempla los tristes avatares de los personajes oculto bajo las ramas de unos arbustos sitos en la orilla de un río, o mirando a través de los cristales de fríos ventanales. Pero aunque Divine sea una cinta en la que ciertamente se atisba aún ese carácter de autor primerizo que conserva pues ciertos tics que encorsetan el desarrollo fluido de la trama, no es menos cierto que en la misma igualmente aflora esa capacidad que ostentaba Ophüls para burlar lo convencionalmente establecido insertando de este modo en la trama del film una serie de tabús silenciados por los grandes autores de la época de modo muy inteligente y subliminal, hilando una trama amorosa de tintes melodramáticos, quizás algo convencional, con una aguja impregnada de aberración, sexo, prostitución y tráfico de drogas; temas, en definitiva, que difícilmente podremos encontrar en cualquier obra filmada a mediados de los años treinta con la intención vanguardista y naturalista derramada por un Ophüls deseoso de incluir cierto desgarro a la hora de narrar una epopeya que no dejaba de ser la típica historia de amor y desamor protagonizada por una ingenua protagonista que descubre la realidad de la vida tras desembarazarse de la máscara del engaño en su arribo desde el campo a la gran ciudad.

Divine

Así, la cinta nos cuenta la historia de Ludivine Jarisse, una humilde campesina que tras la muerte de su padre deberá asumir las cargas laborales que impone el trabajo en el campo junto a su responsable madre. Sin embargo la llegada a la granja de Roberta, una antigua amiga de Ludivine que abandonó el pueblo para trabajar como bailarina y actriz de teatro en la ciudad, colmará de sueños de gloria y aventuras a la joven campesina, fascinada por los ropajes, la aparente felicidad y los lujos que parece ostentar Roberta. Los cantos de sirena, las joyas y la diversión desenfrenada que parece habitar en París, inducirán a Ludivine a abandonar el trabajo en el campo para probar suerte en la gran ciudad en busca de esa gloria y riquezas prometidas por su compañera de la infancia. Pero la cruda realidad será muy distinta a las ensoñaciones deseadas por la ingenua granjera. Y es que Ludivine terminará atrapada en una espiral de delincuencia, prostitución y drogas en el decadente y depravado local en el que entrará a trabajar como artista de variedades bajo el nombre artístico de Divine y la protección de un artista que en realidad es un chulo de putas que igualmente emplea el local como tapadera de sus negocios de tráfico de sustancias estupefacientes, conviviendo con toda una galería de personajes deprimentes, derrotados totalmente en sus sueños de progreso y fama así como en su búsqueda desesperada de encontrar ese último refugio de vida que asoma bajo la forma de amor, que venden su dignidad y pasión para poder subsistir en una sociedad donde el sexo y la total falta de escrúpulos campa a sus anchas sin que nadie pueda poner freno a la corrupción existente. En paralelo seremos testigos de las sospechas que despierta en la policía la actividad opiacea en el local, así como la virginal relación amorosa que la bella y fría Divine empezará a cimentar con un joven y bondadoso tendero. Sin duda el amor será la única vía de escape hacia la felicidad de esta pobre desgraciada consumida por la tristeza, la decrepitud instaurada en unos compañeros de trabajo que desperdician su talento por el dinero fácil ligado al vicio y al sexo y la segura capitulación policial que la delincuencia trae consigo.

Divine

En unos escasos setenta minutos de metraje, moldeados mediante las técnicas instauradas en los vetustos años treinta, es decir, a través del empleo de elipsis homéricas, bonitos fundidos que representan un claro guiño melancólico al cine mudo y un ritmo trepidante que sirve para narrar una trama en la que acontecen muchas cosas en un muy corto espacio de tiempo, Ophüls tejió una película fascinante, extraña y más compleja de lo que su a priori argumento melodramático podría hacer pensar. Y es que ya desde esos primeros planos en los que la sirena Roberta acude a toda velocidad en su moderno coche en busca de su Ulises con el rostro angelical de Ludivine, muestran el saber hacer de un cineasta que lejos de montar estos primeros compases de forma convencional, optó por situar la cámara en zonas recónditas —como esa maravillosa toma en movimiento en la que la cámara se sitúa a la altura del guardabarros del automóvil— e igualmente en imprimir dinamismo a la puesta en escena mediante la introducción de fascinantes angulares y unos primeros planos detrás de los arbustos, pintados a distancia tal como el maestro perfeccionaría más adelante en sus obras mayores, que dan fe del carácter de cine de autor que adquiere la obra. Del mismo modo resultan increíbles por su atrevimiento las fantásticas escenas rodadas en el interior del recinto teatral de variedades en las que el maestro puso toda la carne en el asador para retratar de manera muy realista (con desnudos incluidos) el hábitat marchito, corrompido y degenerado imperante entre los bastidores y moradores del espectáculo de variedades que escenifica la trama. Si bien son las escenas más intimistas rodadas en los camerinos y escaleras del local las más poderosas del film, mostrando las mismas la capacidad de Ophüls para sacar a la luz las miserias de sus personajes con muy escasos mimbres narrativos, no es menos cierto que el autor de Carta de una desconocida demostró también su pericia adquirida en sus primeras obras rodadas en Alemania para rodar magníficas escenas musicales de cabaret perfectamente coreografiadas y adornadas con esos brillantes y escasos ropajes de los actores exhiben en su ejecución, que lejos de ser un relleno para el reclamo de un público ávido de contemplar bellos y apetecibles cuerpos desnudos, se destapan como un complemento que no entorpece para nada el normal desarrollo de la trama amorosa y de intriga que acompaña el normal recorrido del film.

Y es que Divine, con sus defectos y torpezas, no deja de ser una obra magnífica de rocosos resultados, que conserva ese poder magnético de fascinación modernista que esa puesta en escena desgarrada, atrevida y brillante innata en un director maldito por su mala suerte cuyo desgraciado destino vital fue la mejor simiente para sembrar el campo cinematográfico mundial de toda una serie de obras maestras que permanecerán indelebles en los anales de la historia del cine.

Divine

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