Gabrielle (Louise Archambault)

En ocasiones, solemos pensar en la gente que posee algún tipo de discapacidad psíquica como seres que están completamente absortos de la realidad que les rodea. Pareciera que son entes que circulan a un ritmo distinto del de la gente mal llamada “normal”, que sienten y padecen sólo en la misma esfera que los niños y no pueden pensar más allá de lo verdaderamente infantil. Así, muchas personas, comenzando por los familiares (qué mérito suelen tener éstos, por otra parte), los acogen bajo una sobreprotección que puede llegar a ser contraproducente.

Algo así es lo que sucede con la protagonista de Gabrielle, cuyo nombre coincide con el título de la película que dirige y escribe la canadiense (natural de Quebec, para más señas) Louise Archambault en su segundo largometraje tras Familia, que data de 2005. Gabrielle es una joven que arrastra una deficiencia psíquica llamada síndrome de Williams que comparte muchas semejanzas y también diferencias con, por ejemplo, el síndrome de Down (aunque los rasgos faciales no están tan pronunciados como en éste), pero que en cualquier caso resulta igual de problemático para alguien que quiere manejarse con una cierta autonomía, sobre todo si como en el caso de Gabrielle este defecto se une a otro como la diabetes.

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Aquí llegamos al quid de la película: Gabrielle arde en deseos de ser verdaderamente libre e independiente. Quiere estar todo el rato al lado de su novio Martin (también discapacitado), con quien comparte diversos ratos libres ensayando en un coro, y con vistas al futuro también le gustaría formar una familia. Pero las cosas no van tan bien si no está al lado su hermana Sophie, que es quien la controla permanentemente. En los pocos momentos que tiene de libertad, acaba teniendo algún problema. Para colmo, a la madre de Martin no le termina de gustar la pasión sexual que se ha despertado entre ambos.

Una primera cosa que llama la atención es la actriz Gabrielle Marion-Rivard, que desempeña su papel protagonista de una manera sublime teniendo en cuenta la dificultad que lleva aparejado un trastorno genético como el mencionado síndrome de Williams. Por supuesto, buena parte del mérito también hay que atribuírselo a la directora Archambault, porque realmente parece cosa de magia el ver tanta naturalidad y desparpajo en la actriz (y cantante) canadiense. Tampoco olvidemos que Gabrielle no es la única persona discapacitada en el reparto, sino que hay aproximadamente una decena más, por lo que más valor hay que dar todavía a la dirección de actores.

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El problema que afronta la película es que en ningún momento termina de perfilarse. Sí, plantea una interesante historia que trasciende el plano de la discapacidad para llegar realmente a los deseos humanos, pero nunca explota todo lo que podía haber dado de sí. No hay mejor indicio de tal afirmación que el sentimiento de “¿y eso es todo?” cuando llega el fundido en negro. Disponiendo de 104 minutos de metraje, más aún teniendo en cuenta que no se dedica tiempo alguno (por fortuna) a repasar lo que implica el síndrome de Williams, la cosa podía haber ido bastante más rápida.

En cualquier caso, hay que mirar el lado positivo de esta clase de películas que reivindican a un grupo de seres humanos concretos, principalmente cuando éstos corren riesgo de exclusión social como sucede en esta ocasión. Gabrielle termina destilando un puntito de decepción por hacer gala de una mezcolanza demasiado alargada sobre distintas dificultades que arrastran tanto la protagonista como los que están a su alrededor y deja de lado la construcción dramática de los hechos, pero en cambio resulta complicado olvidar el mensaje que quiere transmitir, una virtud de alto valor porque al fin y al cabo es seguramente la máxima pretensión a la que aspiraba.

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