Función de noche (Josefina Molina)

Lola Herrera representa en el escenario una versión de la novela Cinco horas con Mario, escrita por Miguel Delibes. Son ya varias temporadas con el mismo monólogo sobre las tablas, tantas noches asumiendo la misma función. Su ex marido, Daniel Dicenta, la visita en el camerino después de mucho tiempo sin verse, cerca de un año, catorce después de romper su matrimonio. Pero en esta ocasión hay que cerrar las viejas heridas.

El argumento para Función de noche, el segundo largometraje dirigido por Josefina Molina, tal vez partiera de su protagonista, toda una dama de la escena como es la actriz Lola Herrera. La realizadora y guionista ya debutó durante la década de los setenta con Vera, un cuento cruel. En su breve filmografía quedaban por conocer otros tres filmes posteriores. Dos encargos comerciales de los años noventa, para mayor gloria u olvido de Charo López junto a Miguel Bosé —Lo más natural— y de la famosísima Rocío Jurado con la segunda versión de La Lola se va a los puertos. También había estrenado antes el interesante drama histórico Esquilache, premiado y digno de alguna revisión. Pero es Función de noche la película que marcó estilo, la obra por la que se recuerda tanto a la cineasta como a su entregada protagonista.

Se puede aludir el caso de Pilar Miró como directora contemporánea, fogueada también en dramáticos y series de televisión, cuyos trabajos se daban a conocer por un punto de vista diferente al de la mayoría masculina de directores del cine español. Esta perspectiva dependía en gran parte de la fuerza de los personajes femeninos en algunos films de la desaparecida Miró. Sin embargo, en el caso de Josefina Molina, su implicación, postura y proyección en pantalla resultan plenamente propias de la mujer, sin necesidad de ser combativa, sino por el acercamiento epidérmico, visceral y psicológico a la actriz más sus vivencias.

El film se articula como un documental que registra el reencuentro de Lola Herrera con Daniel Dicenta, entra en esa liza sin más prolegómenos que otros segmentos accesorios. Esos episodios intercalados son los ensayos de la representación de Cinco horas con Mario en el escenario; la lectura por parte de un sacerdote de la declaración firmada que dará paso a la nulidad del matrimonio contraído por la pareja; cruzadas estas escenas con una visita a una mujer que usa la cartomancia como si se tratase de una sesión de terapia; alternándose con las intervenciones de un médico cirujano para una reducción de pechos; sumados a las declaraciones de Natalia y Vicente, los hijos de la protagonista; y rematadas por algunos paseos de la intérprete con su amiga Juana Ginzo, también artista. Estos bloques que pueden parecer intrusiones respecto al eje principal del metraje son momentos que logran dar un respiro al público, atento a la conversación traumática de los dos implicados después de su ruptura, una sobrecogedora muestra de cine verdadero que difumina las barreras entre la vida, la ficción, la representación o la autenticidad. Los sentimientos, llantos, reproches, risas y miedos florecen en cada plano y contraplano rodado alrededor de la pareja, expuestos al registro de varias cámaras situadas tras unos cristales de protección que ellos perciben como espejos. Seguramente el intercambio de impresiones entre los dos adultos estuviera pactado de antemano, pero la intensidad de sus diálogos, la turbación al escuchar sus respuestas mutuas, todo opera para llegar al hueso como un calambre. Hay drama sin recurrir a la composiciones musicales, captando gestos, reacciones y sentimientos imposibles de recrear.

La cineasta echa mano de su larga experiencia como realizadora de televisión para usar el sistema de multicámara, un método que favorece la captación de un amplio abanico de sentimientos que no podrían rodarse con una sola. Es consciente de la fuerza que implica este intercambio de personalidades, respetando el carácter de cada uno de los dos ex-cónyuges. Mientras Lola salta sin red en su confesión a tumba abierta, Daniel trata de mantener el tipo con un respeto afectuoso, casi con cariño hacia su antigua esposa. Él intenta narrar lo sucedido como si se tratara de un guión escrito previamente, en ocasiones pendiente de las máquinas que operan los observadores tras los espejos, pero ella deja de lado la técnica actoral, ignora a los técnicos detrás de las cámaras y se implica en su búsqueda de las razones que los han llevado a ese estado.

Como espectadores asistimos al trenzado de una telaraña en la que somos atrapados como espías en un principio, hasta que comprendemos que no se trata solo de cotillear la relación emocional, sino que es el drama de toda una generación de personas criadas durante la posguerra, un grupo humano nacido en la década de los treinta que tuvo que asumir los roles de sexo impuestos por una sociedad infectada por el rencor, arrinconada en su conservadurismo. Las lágrimas que compartimos con Lola Herrera no son solo las suyas porque también las sufrieron nuestras abuelas, madres y tías. Así es como logra la autora una obra que solo es posible conseguir desde su condición de mujer, con capacidad de subyugar a espectadores de cualquier condición. Una película irrepetible aunque existiera algún precedente como El desencanto de Jaime Chávarri en su aspecto documental. No importan los encuadres tomados con teleobjetivo, el sonido directo o retocado en doblaje por breves pérdidas de la grabación o la sensación claustrofóbica del espacio. Incluso las escalas de planos se acoplan a la intimidad de las declaraciones. Así como el ritmo en el montaje en cada intervención. Josefina Molina escoge un formato similar al de Vivir cada día, programa de televisión que se emitía entonces con éxito por Televisión Española. Lo utiliza para destruirlo y renovarlo en ochenta minutos de vida y arrebato, destellos que siguen disponibles como un retrato de épica a corazón abierto, sin dejar de lado el contexto de una sociedad que resucitaba, sin falsos didacticismos, toda la sinceridad.

Solos con Daniel y Lola, en este viaje de ida pero sin vuelta. Hasta siempre.

2 comentarios en «Función de noche (Josefina Molina)»

  1. ¡Hola! Estoy haciendo un trabajo fin de carrera sobre Lola Herrera y no encuentro ningún enlace para ver esta película. ¿sabes de algún sitio donde se pueda visionar o donde se puede comprar/conseguir? Mil gracias

    1. Hola Marta
      Nosotros la vimos a través del préstamo de una biblioteca pública, en Madrid. Depende de dónde residas quizás puedas solicitarla. Suele ser una semana lo que dura el préstamo.
      También se programó el año pasado en el programa Historia de nuestro cine, en la 2, lo comento por si conoces a personas que pudieran haberla grabado.
      Un saludo.

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