Fuego en el mar (Gianfranco Rosi)

La humedad, unida al salitre que flota en el aire, puede oxidar los barcos, los muelles, las calles y edificios de la Isla de Lampedusa pero no a sus habitantes. Samuele, un chaval casi adolescente, deambula por el campo buscando un palo con el que construir un tirachinas para jugar junto a un amigo. El locutor saluda a los marineros desde la emisora mientras pincha la canción Fuocoammare, a petición de una oyente. La abuela de Samuele escucha la radio que le hace compañía en la cocina. Pietro, el médico, atiende a una mujer embarazada de gemelos mostrando el aspecto que presentan en la ecografía. La vida fluye por las corrientes mediterráneas que moldean el territorio insular de Lampedusa.

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El rumor de las olas, los trinos de las gaviotas y el viento que surca el horizonte, dotan a la pantalla en negro del espacio que rodea a las personas presentadas al inicio del documental. Gracias al uso de un sonido de fondo imperante, audible en cualquier escala de plano y espacio exterior o interior en los que se desarrolla la acción. Un océano al que nombran temerosos los pescadores, niños, ancianos, doctores, militares y náufragos. Gianfranco Rosi continúa su labor como documentalista con otra muestra de su talento para reflejar la vida cotidiana de los isleños italianos en aquel lugar, siguiendo el curso de los días, desde que amanece hasta que se pone el sol. Un retrato cotidiano que toma la parte de un grupo reducido de apenas cinco personas, para reflejar la totalidad de una población respetuosa con el mar. Habitantes de una localidad superada por los miles de viajeros que emigran huyendo de un origen aterrador. Esos emigrantes que navegan hacinados dentro de frágiles embarcaciones, destinadas a salvarlos de milagro, siempre que consigan llegar a la costa italiana o, al menos, ser rescatadas por las fuerzas de salvamento que fondean las inmediaciones marítimas.

Rosi rueda las imágenes con la fuerza que implica una mirada completa, a lo ancho, utilizando el formato de setenta milímetros que dignifica el día a día de sus pobladores, del mismo modo que la odisea vital de sus forzosos visitantes, esos refugiados provenientes de numerosos países africanos. El director no carga con la cámara al hombro ni dispara sus fotogramas a pulso, sino que usa las armas de la contemplación logradas por la grabación de planos fijos, así como el uso de panorámicas horizontales descriptivas, realizadas con giros de noventa hasta ciento ochenta grados. Una puesta en escena elaborada por planos secuencia sencillos, armónicos con el conjunto de planos fijos, extensos y expresionistas que recorren el metraje. El cineasta interviene como invitado a los juegos, estudios, relaciones familiares de Samuele. Como oyente atento a las disertaciones acerca de la experiencia profesional de Pietro, el galeno, un conocimiento tan unido a sus reflexiones tal vez filosóficas, sobre la vida, la muerte, la necesidad de seguir siendo humano y no autómata ante tanta devastación que llega del otro lado del océano.

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Por supuesto no podemos olvidar que la comunidad retratada es una población, ya extenuada, por la recepción permanente de personas que son como ellos, aunque  sean supervivientes de naciones míseras o países en guerra. Unos habitantes que demuestran una generosidad que debería ser ejemplo para el resto de los europeos, en lugar de ser solo un motivo de admiración. Sin embargo el autor, que también ejerce de fotógrafo, coguionista y director, no recurre a melodías musicales tristes que puedan dictar el sentimiento de las imágenes. Tampoco habla de buenos u malos en este éxodo fatal. Su mayor intromisión en el asunto que relata es la elección de los momentos que se proyectan en la sala. Quizás también, haya intervenido en la preparación de las personas que aparecen en escena, son ese Samuele que como parece nacido para comportarse con naturalidad ante las cámaras, frente a las intervenciones más ensayadas de los adultos que lo acompañan. Un largometraje con grandes secuencias como aquella en la que varios emigrados entonan una letanía que relata su viaje, cautiverio en Libia y posterior huída, sin atajos emocionales, con la autenticidad de cantar a gritos su sufrimiento. Una canción que por su magnitud e inmediatez tira por la borda más de cincuenta años de cantautores, canciones protesta y raps. Además llega a otra cima cuando capta el rostro en primer plano de varios sobrevivientes, sobre todo el de un joven que mira directamente a cámara, reforzando su existencia y cuestionando todo lo demás sin cerrar los ojos. Y culmina con secuencias más duras, mostradas con el objetivismo mudo, sin necesidad de usar el zoom o mecanismos técnicos agresores, planos de los hombres que llegan deshidratados, tan cerca de fallecer como de resucitar -afortunadamente-. O la breve vista fúnebre de algunos cadáveres amontonados en el sótano de una barcaza, una imagen que seguramente se censurará en cualquier informativo por su capacidad de abrir los ojos al espectador, sin recurrir al efectismo de otras más icónicas e impactantes durante poco tiempo, que sí se han difundido en televisiones, periódicos y demás medios. Para redondear este análisis conviene aclarar que el cartel explicativo al comienzo del film, referido a la situación geográfica y coyuntural de Lampedusa, con miles de muertos en las últimas décadas, no resulta imprescindible para el buen desarrollo posterior.

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Resulta interesante que en 1994 se estrenara Lamerica, la enorme película en la cual se narraba, en clave de drama y aventuras, la tragedia de los millares de refugiados albaneses que llegaban a las costas de Italia. Más de veinte años después, esa ficción se queda corta para relatar lo que sigue sucediendo frente a Italia, aunque en un mundo tan globalizado deberíamos decir frente a Europa u occidente. Gianfranco Rosi recoge el testigo de Gianni Amelio. Pero lo retoma trazando un apasionante fresco acerca de seres humanos que habitan una isla que, bien podría ser cualquier otra cercana a fronteras con varios países. Con esa mirada curiosa a unas fuerzas de vigilancia, seguridad y rescate tan resolutivas como efectivas; tan entregadas como mecánicas. Con ese vistazo poético a los sueños de un buzo que busca calamares en sus inmersiones. Y sobre todo con un acercamiento justo, humanitario, a uno de las mayores crisis que tenemos pendientes de resolución en la actualidad. Una aproximación veraz que siempre se regatea al público con las tertulias de opinión, los noticiarios o el resto de propaganda emitida por corporaciones informativas de canales multimedia y prensa.

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