Forest of the Hanged (Liviu Ciulei)

Por más cine que veas siempre habrá alguna joya oculta esperando a ser descubierta. Es por ello que soy de los que creen que el cinéfilo petulante y pretencioso está totalmente pasado de moda. Haber visto la filmografía de algún maestro o las obras más aclamadas de cierta geografía, simplemente denota el gusto del cinéfilo en cuestión. Pero ello no otorga a su poseedor ni la verdad suprema ni mucho menos esos ramalazos de superioridad con la que se creen tocados algunos. Y es que el cine, como la vida, es un trayecto de largo recorrido labrado por diversas etapas y ciclos que tejen el futuro con inciertos designios que restregarán sus influjos en nuestra conciencia vital o cinéfila. Cuantas más películas veo, más seguro estoy de que esa obra maestra que aún no he visto fue labrada bajo una bandera ajena a las proclamas de la popularidad. Así, el cine húngaro, polaco, soviético, yugoslavo y por último el rumano, son claras muestras de geografías de rotundos resultados cinematográficos cuyas obras han permanecido ocultas a los ojos del espectador occidental debido al aislamiento que sufrió el arte soviético en la Europa Occidental durante buena parte del siglo XX.

Gracias a la labor desinteresada de un reducido grupo de investigadores de la arqueología del séptimo arte, las grandes obras producidas en estos países durante la oscura etapa de administración comunista están saliendo a la luz para goce y deleite de los que amamos el cine disidente de los círculos de elaboración clásica. Ese cine impregnado de una filosofía existencialista que para sí quisieran buena parte de escritos inspirados en las ancestrales doctrinas filosóficas. Un cine que empapa el alma y el corazón con sus poderosos planos y fascinantes imágenes representadas con una grafía totalmente alejada de los elegantes escenarios forjados en el cine americano clásico o de los académicos —si bien calificados como rupturistas— montajes surgidos del cine francés e italiano, sin duda las dos cinematografías europeas de mayor divulgación popular.

Forest of the Hanged

En este sentido, he tenido la suerte de poder contemplar una de las mayores obras maestras esculpidas en la historia del séptimo arte. La inolvidable cinta rumana Pâdurea spânzuratilor, dirigida a mediados de los años sesenta por uno de esos maestros pioneros de la cultura cinematográfica en el país de los Cárpatos: Liviu Ciulei. Me resulta complicado abordar esta reseña. He de decir que a pesar que tras finalizar el visionado de esta obra cumbre del cine tuve la sensación de haber visto algo muy grande, es decir, una obra que marcó una época en el cine de la Europa Oriental tanto en su vestido exterior como sobre todo en su simiente interior, me asaltaron muchas duchas acerca de su análisis en Cine Maldito. Y es que los demoledores efectos que cada uno de los fotogramas de esta portentosa obra de arte causaron en mi alma me hicieron titubear. Puesto que sé de antemano que resulta imposible transcribir en el frío papel cibernético las profundas sensaciones que una obra de este calibre azota en los mecanismos innatos del subconsciente humano. No obstante, creo que a pesar de que mis palabras no estén a la altura de semejante monumento, la ausencia de textos y reivindicación de esta joya me ha instado a osar escribir un breve comentario a modo de introducción al posible lector de una cinta que seguramente marcará un antes y un después en lo que respecta a la inquietud cinematográfica.

Podríamos calificar Pâdurea spânzuratilor como una película bélica que muy bien podría haber sido dirigida por Andrei Tarkovsky o igualmente por la ucraniana Larisa Shepitko. Porque a Liviu Ciulei, como a estos dos maestros del cine hondo y penetrante, no le interesa para nada el conflicto bélico. Y es que el mismo será fotografiado con esa lámpara trascendente que desata las principales miserias y bondades del alma humana. En este sentido, la guerra —la patriótica y honorable Gran Guerra será en este caso el contexto que servirá de escenario a la fábula hilada por el maestro Ciulei, a diferencia de la mayoría de producciones soviéticas que centraban la sinopsis alrededor de las aberraciones acontecidas en la II Guerra Mundial— se manifestará como una especie de teatro dantesco colmado de espacios sucios, aterradores y taciturnos ideales para hacer aflorar las malezas que contaminan de perversión e inmoralidad la condición humana. Por consiguiente la cinta carece de esa épica aventurera que adorna las cintas bélicas esculpidas en el cine americano, siendo la única batalla inyectada en el metraje del film una mera excusa para incrustar un punto de inflexión en el desarrollo de la trama a modo de una gloriosa elipsis que permitirá intercambiar las trincheras del frente donde se desarrollaba la historia por los obstáculos invisibles que la convivencia en paz lejos de las balas y los alambres de espino golpeará en las emociones experimentadas por el sufrido protagonista de la epopeya.

Forest of the Hanged

Así, Liviu Ciulei se encargará de no salirse del guión trazado desde los primeros compases del film, construyendo pues una película rocosa moldeada a través de un ritmo tedioso donde las profundas conversaciones dialogadas entre los diversos personajes que salpican el recorrido de la fábula serán los puntos en los que se apoyará la narrativa concebida por el autor rumano en detrimento de esa dialéctica que pivota alrededor de los aspectos más físicos. Pero esta inclinación hacia componer un relato versado sobre diálogos profundos acerca de los misterios del hombre enfrentado consigo mismo en un entorno hostil, no será óbice igualmente para que la película ostente un poderoso disfraz visual repleto de planos complejos donde la cámara se moverá nerviosa en unos enigmáticos picados, travellings o primerísimos planos que sin duda impresionan por su vigor. Y es que Ciulei incluye ciertas gotas de experimentación narrativa entremezclando una osada fotografía de corte hiperrealista con otras tomas de tono vanguardista, inyectando de este modo escenas de tonalidad pesadillesca fundamentalmente en el angustioso tramo final de la cinta.

El argumento de la obra brota como una epopeya de inspiración homérica donde el protagonismo recaerá sobre un ingenuo teniente rumano enrolado en el decadente ejército Austro-húngaro en los últimos compases de la I Guerra Mundial. Sin embargo, la escena con la que arranca el film ya indica que nos vamos a topar con una cinta diferente. Así, la cámara en grúa empleada por Ciulei para abrir su obra mostrará el torcido caminar de un batallón a través de los arenosos terrenos de las montañas rumanas. Esta clásica escena de transición bélica será interrumpida de forma abrupta cuando un soldado desconocido echará la vista atrás para mirar fijamente a la cámara con cara descompuesta. Ciulei congelará la imagen en esta mirada repleta de resignación, derrota y pasividad. Sin duda la imagen deshumanizada que inunda los ojos de todo soldado que haya padecido los efectos de cualquier conflicto armado.

Acto seguido la cámara se desplazará de forma frenética por un descampado coronado por una funesta horca que se hace acompañar por unos soldados que se hallan cavando una tumba en los embarrados terrenos de la colina. A este inhóspito lugar llegará el capitán Klapka (interpretado por el director Liviu Ciulei), un oficial checoslovaco que ha arribado al frente rumano procedente del sanguinario frente italiano. El teatro será adornado para conmemorar el ahorcamiento de otro capitán checoslovaco acusado de deserción. La gallardía y templanza de Klapka llamará la atención del teniente rumano Apostol Bologa, un joven idealista y culto que decidió enrolarse en el ejército Austro-húngaro como instrumento para alcanzar esa utopía multinacional que representaba la decadencia imperialista.

Forest of the Hanged

El oficial checo acusado de deserción será ajusticiado bajo la estricta mirada de sus compañeros —dirigidos por un amanerado y sádico mariscal de campo— que no mostrarán ningún símbolo de compasión con el supuesto traidor. A partir de este momento, la cámara se situará a la espalda de Bologa siguiendo todos y cada uno de los pasos del joven teniente a través de las trincheras y refugios edificados en el frente. De este modo, conoceremos a un mujeriego y escéptico capitán al que la guerra ha convertido en un oficial descreído y frívolo que sencillamente disfruta cada día de la vida en espera de su segura muerte. Igualmente descubriremos al soldado alemán Müller, un fiel amigo de Bologa así como selecto interlocutor de acalorados debates culturales y filosóficos acerca de la inutilidad de la guerra. O finalmente un veterano y melancólico suboficial que llora su mala suerte derivada de la llamada al frente de su único hijo, motivo por el cual será capaz de violar su esencia humana con el único fin de proteger la vida de su imberbe vástago.

Pero un hecho romperá la quietud del ambiente. El nombramiento de Bologa por parte de su mitificado capitán Klapka para desempeñar una misión tan temeraria como estúpida: la destrucción de un proyector empleado por el enemigo para iluminar cada noche las angostas trincheras que habita el decrépito batallón del que es miembro el teniente rumano. Dicha designación desenmascará a Klapka como un cobarde incapaz de hacer frente a su miedo a la muerte, y a la vez desatará en Bologa dudas acerca de la honorabilidad de su alistamiento en el Ejército enemigo de su pueblo: el rumano. Un pueblo, el rumano, que ha decidido combatir con su sangre al Imperio Austro-húngaro al otro lado de las trincheras, creando pues problemas de conciencia en un Bologa al que los remordimientos que le causa luchar contra su propio pueblo le ha conducido a una frontera cercana a la autodestrucción.

La misión será llevada a cabo con éxito, sin embargo un bombardeo enemigo provocará heridas de gravedad en Bologa,siendo éste trasladado a un hospital para su curación. En este momento la película cambiará de tonalidad, prosiguiendo los pasos de Bologa en su merecido permiso. Así, Bologa viajará por terrenos de paz hacia su casa donde se sentirá un extraño ante la presencia de su padre, prometida y familiares, y con la ausencia de su querida madre que marchó del hogar en busca de su hijo herido. A continuación Bologa abandonará saturado su residencia familiar para dirigirse de nuevo al frente encontrándose en el camino con la hija del tabernero que albergaba a los oficiales en el frente. Este encuentro culminará con la boda de ambos jóvenes así como la llegada de Bologa de nuevo a las trincheras de guerra. Sin embargo, en su ausencia, los amigos de Bologa han sido acusados de deserción. Punto que acarreará funestas consecuencias en la existencia de un teniente para el que la vida ya no conoce momentos de paz ni de guerra, sino que la misma ha derrotado hacia un contexto de lucha continua contra los elementos y la inhumanidad mostrada por el mal llamado ser humano.

Forest of the Hanged

La película se mueve como pez en el agua en los farragosos terrenos del cine filosofal sin que ello desemboque en una ridícula manifestación de teorías filosóficas sin sentido. Al contrario, la cinta opta por retratar la pérdida de inocencia del teniente Bologa, que adoptará el perfil de ese Dante protagonista de La Divina Comedia como representación de esa humanidad en disputa por no caer en las trampas que el Infierno (representado por la guerra) instala en su camino. Desde el punto de vista narrativo la cinta es un portento. Las magnéticas imágenes en blanco y negro captadas por Ciulei se acompañan de una puesta en escena parsimoniosa que hace descansar el discurrir de la trama mediante conversaciones sazonadas de profunda filosofía. Sin duda unas conversaciones que hielan el corazón y colman el alma de inspiradoras reflexiones. Hay que destacar también el dibujo de ambientes y atmósferas, ya que Ciulei tiñó el cosmos de la cinta con una paleta de tonalidad sucia, embarrada, colmada de sombras no solo externas sino que principalmente internas. Así, inolvidable para un servidor resulta esa escena en la que el cruel general de campo decidirá sentenciar al contestatario soldado Müller a una muerte retirada de los ojos inquisidores de sus compañeros. Pero el verdugo elegido (ese padre que a cambio de la promesa del traslado de su hijo a un frente menos peligroso que al que ha sido designado aceptará la misión de matar a sangre fría a un compañero) cederá finalmente mostrando un minúsculo símbolo de humanidad dejando que su víctima huya hacia territorio enemigo, incapaz por tanto de segar el aliento de un camarada de tertulias taciturnas.

Sin duda Pâdurea spânzuratilor se destapa como una película oscura, adornada por una fotografía doliente y brumosa, pero a la vez brillante en virtud de un inspirador ropaje filosófico que invita al espectador a reflexionar acerca de la inutilidad de la guerra, pero también de la mezquindad de un ser humano inepto e incompetente que no sabe vivir en paz en tiempos de guerra, pero tampoco en los de paz. Y es que Pâdurea spânzuratilor forma parte por méritos propios de ese grupo de obras maestras imperecederas filmadas más allá del Telón de Acero que merecen un reconocimiento unánime por parte de la cinefilia mundial no solo por su excepcional bordado visual y narrativo, sino que del mismo modo por su estimulante debate conceptual acerca de los límites que separan al hombre racional de la irracionalidad absoluta. A destacar su abrupto, seco y contundente final. Sin duda una conclusión que fue homenajeada por la maestra Larisa Shepitko en la igualmente inolvidable terminación de su obra maestra La ascensión.

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