Entrevista a Toni Comas, director de Indiana

El pasado jueves, tuvimos un encuentro en Soho House, donde pudimos mantener una distendida conversación con el director de Indiana, que llega hoy a salas, Toni Comas, con el que hablamos tanto de los pormenores del proyecto como de los distintos matices de un film que sigue mostrando que hay talento patrio más allá de nuestras fronteras.

Rubén Collazos: La película comienza con el documento gráfico de diversas personas hablando de sus experiencias, y luego se establece un contraste con la ficción que armas, ¿dónde está la barrera entre esa realidad y la ficción, si es que la hay?

Toni Comas: Bueno, has empezado fuerte. A mí lo que más me interesa del cine es la barrera entre el documental y la ficción. Hay un director que tal vez no parezca tener que ver con esto que se llama Kiarostami que es un iraní que siempre juega con lo mismo. Yo no soy tan fino como él, así que lo que he hecho ha sido yuxtaponerlo. Yo hice un documental y del documental salió la ficción. Entonces esas primeras imágenes vienen de un documental que yo grabé en Indiana sobre lo paranormal. Con lo que recopilé pude escribir la ficción y acabé utilizando el material —que no estaba al principio planeado— del documental como introducción, como diciendo «de esto voy a hablar». Es un poco como el vestíbulo: ves el tipo de decoración y demás elementos, ya sabes cómo va a ser el edificio y  confirmas que de esto va el edificio que vas a ver.

R.C.: Normalmente este tipo de género se sitúa en grandes ciudades. El hecho de orientarlo en la América profunda, ¿a qué se debe?

T.C.: A mí personalmente me gusta que tenga cierta relación con la realidad el cine que hago. La realidad es que en Nueva York la gente no tiene tiempo para fantasmas. Pero en el Medio Oeste todo el mundo ve fantasmas y todo el mundo tiene experiencias paranormales porque a la realidad le falta algo. Es una zona de campos de maíz, la gente vive desconectada, no se hablan entre ellos… esa es la receta para que tú oigas un ruido por la noche y ya pienses en ello. Además allí la vida es muy cruel, la América profunda tiene muchos problemas sociales de drogas y, entonces, se proyectan muchos terrores de la vida normal en lo paranormal, y para mí ese es el escenario perfecto. De hecho, la serie Stranger Things sucede en Indiana, que es un lugar donde nadie quiere ir a filmar, no puedes descontar impuestos, no hay facilidades, pero es el sitio perfecto para que te venga un OVNI o un espíritu, algo que no tenga que ver con este mundo. Si algo le falta a la realidad, lo buscas.

R.C.: Sin dejar de ser una película de género, por el tema sobrenatural, hay una ruptura con los estímulos habituales del mismo. ¿Cómo surge ese contraste entre lo sobrenatural y el drama personal?

T.C.: Es que de eso va la película, de qué me puede enseñar a mí lo «paranormal» sobre «lo normal», lo «sobrenatural» sobre la «realidad». A mí me interesa el síntoma. Nos vamos a morir, nuestros padres van a morir, nuestros hijos van a morir: la realidad, en definitiva, es una mierda. Nos hacemos viejos, cada vez más feos, es normal buscar en otros sitios, especialmente en zonas así. Y finalmente ese es el drama, lo que relaciona ambos temas, creer en algo que no está aquí es el drama principal para mí. Me resulta muy interesante, y aunque igual para otros es el fantasma, para mí lo es que tú creas en ello. A mí me parece alucinante, que seamos capaces de creer y que tenga un efecto tan fuerte en nuestra realidad. Forma parte de lo real aunque no exista ninguna evidencia hasta la actualidad de que haya habido un fantasma, a excepción de videos trucados de Youtube. Entonces eso es para mí lo interesante, no el fantasma.

R.C.: Normalmente estas películas se enfocan hacia las consecuencias, lo que provoca lo sobrenatural en las personas a las que rodea. Tú en cambio vas hacia las causas, el punto de partida, hacia cómo todo eso va construyendo el relato…

T.C.: Es muy interesante lo que dices, que no va encarado a dónde se resuelve ni las consecuencias que va a tener, sino que vuelve al origen. Debe ser porque, con todo el respeto del mundo, vuelvo a que a mí me gusta que lo que hago tenga cierta relación con la realidad, y en la realidad tu día no acaba con la catarsis, salvando al mundo, tu día acabó como empezó. Cuando llega la mañana siguiente te levantas como el día anterior pero un poco más viejo. Entonces puedes utilizar la fórmula del héroe que nos explican en cada clase de cine, pero ya hay doscientasmil películas así, no pasa nada si haces una en la que simplemente uno vuelve a preguntarse a sí mismo sobre lo que vive, siendo como una especie de pescadilla que se muerde la cola. Ahí está el misterio de lo que es la vida, al menos es lo que creo.

R.C.: Hablamos de una película de fantasmas sin fantasmas, de cómo se trata de aliviar ese duelo más que de solucionar esas presencias. ¿Cómo llegas a decidir tratar así el tema?

T. C.: Al final, viendo cómo todo sucede, piensas que lo que necesitan algunos personajes es un poco de cariño, nada más, y hay unos tíos que a través de su universo paranormal son capaces de meterse ahí y darles cariño. El impacto que tienen sobre la realidad los protagonistas (inspirados por los verdaderos Spirit Doctors [n.d.r]) es muy fuerte, porque el científico y el médico que está en el hospital le hubieran dado tres pastillas y el cura un consejo vacío, al contrario que ellos. Estos tíos al final hacen un servicio que para mí es muy digno, por eso les dedico la película a ellos. Lo paranormal es el dispositivo para en el fondo sanar a alguien simplemente escuchándole y hablando su lenguaje. Lo único que hacen es decir «yo tengo cuatro espíritus» y ellos te responden «no, tienes ocho» y entonces, a través de esto consiguen sanar a la gente. Pero el otro no lo consigue, entonces ¿quién es más tonto aquí?

R.C.: Sí, porque de hecho, en algún momento de la película incluso se rompe la barrera entre lo que se podría denominar unos vendedores de teletienda y lo que es una experiencia más humana o dramática, como subrayando que no va sobre lo que parece, sino de algo totalmente contrario…

T.C.: Bueno, yo me imagino que si ves a un tío con chándal Puma y otro tío vestido de heavy metal cazando fantasmas por Indiana, te debe provocar cierta risa. Pero es que a mí me provoca cierta risa que en ese pueblo exista una iglesia donde la gente va el domingo. Y me provoca cierta risa que esta gente se ría de ellos dos, porque yo no veo la diferencia. Hay un par de escenas donde te puedes reír de ellos y surgen porque esta es la tendencia. Pero luego dices «cuidado con estos tíos». Yo intento romper un poco, diciendo «estos losers son los que van a ayudar a que el padre pueda hablar con su hija». Tú fíjate que cosa tan sencilla, que una hija consiga que su padre le escuche. De ahí que utilice esas dos escenas.

R.C.: Indiana es una película muy pausada, y sin embargo hay un momento, cuando uno de los protagonistas recibe un mensaje avisándole que tienen un nuevo caso, que presenta una ruptura a través de la música y el montaje. Sin embargo, vuelves a retomar el tono del film. ¿Cuál es la intención de esta ruptura?

T.C.: ¿Recuerdas cuando eras pequeño e ibas a la casa encantada? Es una cosa de la que no me puedo olvidar en la película, ibas súper ilusionado, iba a ser la leche, iba a salir de todo y luego, te encuentras con la realidad. Es el concepto de la casa encantada, que se puede encontrar detrás de ella algo tremendo, y eso es lo que les motiva en el fondo, al final son dos niños. Es realmente algo muy divertido y fascinante.

R.C.: Tienes una característica forma de unir estos dos relatos independientes: está el relato de ellos dos, los ‹Spirit Doctors› y por otra parte del padre, que vas viendo pero no acabas en ningún momento de atisbar hasta el final qué es lo que realmente les hará encontrarse…

T.C.: Es más una cuestión de estilo. Yo creo más en la yuxtaposición que en la coordinación. Yo creo que la audiencia es suficientemente inteligente para que les des dos ideas y ellos creen la tercera. Me parece que tiene más fuerza. Obviamente te pierdes un poco más y no sabes dónde vas durante parte de la película porque los dos relatos parecen no conectarse nunca, pero sí que es verdad que hay uno que va a por faena mientras los otros dos van más relajados, por eso también me interesaba ese contraste. Pero al final todos conviven en un mismo plano.

R.C.: Indiana como película de género no evita jugar con las formas, con la atmósfera, con los elementos más triviales (el armario, el espejo) pero no hay un miedo a romper con ello. ¿Cómo lo has afrontado?

T.C.: Los directores somos eso, mentirosos profesionales. Estamos tomando el pelo toda la película y jugando con tus expectativas, y yo también lo hago. Cuando crees que puede suceder una cosa, de repente sucede otra con el acecho de los fantasmas. En el psicoanálisis el fantasma es lo que llevas dentro, lo que está oculto. Le llaman fantasma a aquello que te define en tu interior pero tú desconoces. En ocasiones puedo cargar la escena para descargar en otro sentido.

R.C.: Me ha parecido muy interesante la historia en la que el protagonista convive con ese drama que ellos van tratando, con la historia de la que suponemos que es su mujer.

T.C.: La idea del fantasma tiene muchos niveles y todos tenemos nuestro fantasma, todo el mundo arrastra el suyo propio. Al tío le encantaría llegar a una casa y encontrar cuatro fantasmas como dios manda y poder verlos. Le encantaría, pero el tío siempre cae en esa especie de… Ella por lo que sea no está, no se sabe si se murió o se fue o lo que sea. Parece que a él le gustaría estar con ella de alguna forma, que ella existiese donde él existe y eso no pasa. Es lo mismo que pasa con los fantasmas, convives en un espacio imaginario pero no convives físicamente, entonces encontramos otra definición de fantasma.

R.C.: Que además está también la idea de este bucle que decías tú en el que el día no acaba como si fueses un héroe sino que acaba como otro día más, y recordando la película, en ocasiones está viendo la tv y parece que está viendo de nuevo lo mismo, como una repetición…

T.C.: Bueno, él está atrapado en una casa de la hostia, atrapado en su realidad.

R.C.: Últimamente llega desde Estados Unidos mucho cine dirigido por cineastas españoles. Por ejemplo Carles Torres que ganó en Málaga con Callback o Ana Asensio que ganó en el SXSW con Most Beautiful Island. Existe la sensación de que el talento de este país, que quiere hacer cine aquí, al final tiene que acabar emigrando y buscando otras alternativas porque aquí, más allá de los pesos pesados es muy difícil. ¿Cómo se ve esto desde el otro lado?

T.C.: Yo te diré una cosa, Estados Unidos tiene cosas horribles pero es una sociedad muy meritoria. Si tú curras mucho y curras bien, se te va a recompensar. En España a quién conoces es muy importante y yo soy un Don Nadie, no conozco a nadie aquí, no me conoce ni el vecino, así que aquí no funciono. Pero tengo ganas de trabajar, y me imagino que a esos otros directores les debe pasar algo parecido. Tienes ganas de trabajar, aquí es imposible porque parece ser que si no conoces a alguien ni siquiera se te escucha cuando quieres hacer un proyecto, y acabas yéndote a otro lado donde no hay jamón y el Rioja es muy caro, pero al menos puedes trabajar. Porque yo si no hago películas me muero, en algún sitio tendré que hacerlas y allí donde me dejen voy a rodar.

R.C.: Ya para terminar ¿nos podrías recomendar alguna película maldita?

T.C.: Pues recomiendo 24 Frames, el documental póstumo de Abbas Kiarostami, que el director no pudo ver estrenado. La película la terminó su hijo, al que pude conocer. Es una peli muy rara pero la considero una obra maestra.

R.C.: Vale, pues muchas gracias.

T.C.: Me lo he pasado muy bien. Muchas gracias.

Preguntas: Rubén Collazos
Cristina Ejarque
Entrevista: Rubén Collazos
Transcripción: Cristina Ejarque

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