Entrevista a Antonella Sudasassi, directora de El despertar de las hormigas

Una de las coproducciones españolas presentes en la pasada edición 69ª del Festival de Berlín fue la costarricense El despertar de las hormigas (Antonella Sudasassi), incluida dentro de la sección Forum. El largometraje es la segunda parte de un proyecto más ambicioso que ya cuenta con un cortometraje anterior y que se completará con un documental. Sudasassi lleva su relato construido minuciosamente a través de elementos, gestos y detalles mínimos mientras sigue a la protagonista de su historia. Partiendo de su negativa a tener más hijos, Isabel (Daniella Valenciano) se enfrenta a las imposiciones sociales que todavía perduran respecto a las mujeres en la maternidad y las responsabilidades domésticas. Desde una mirada naturalista y estableciendo unos límites rigurosos en el tratamiento de la psicología de su personaje principal, la directora lleva la narración con un profundo sentido de realismo que emerge de un tratamiento de la imagen meticuloso e incluye profusamente recursos simbólicos que potencian su autenticidad emocional y elevan su discurso a una dimensión social muy reconocible por su vigencia crítica. Con Antonella Sudasassi (San José, 1986) hablé de la concepción del proyecto transmedia en el que se integra la película, de la inclusión de elementos oníricos, de la importancia narrativa del pelo de su protagonista y de las distintas violencias y machismos cotidianos que se señalan en su metraje.

Ramón Rey: Tengo entendido que El despertar de las hormigas forma parte de un proyecto más amplio, transmedia, en el que está incluido también un corto anterior (El despertar de las hormigas: La niñez, 2016)

Antonella Sudasassi: Hace cinco años empezamos este proyecto que buscaba retratar el papel de la mujer y hablar sobre la sexualidad femenina. Son temas que siguen siendo muy tabú. Cuando empecé con el largometraje estaba contando la historia sobre una madre que tiene que enfrentarse con la maternidad. Si ya es madre, por qué va a ser tan difícil ser madre de nuevo. De eso trata la peli. El cortometraje surgió ante la necesidad de mi productora y yo de trabajar juntas, de intentar hacer algo. Ahí fue cuando rehice el proyecto y se pensó justamente como este proyecto transmedia. La idea era contar diferentes etapas de la mujer en tres proyectos audiovisuales: el cortometraje sobre la niñez, el largometraje sobre la juventud y el documental sobre la adultez. Y paralelamente invitar a artistas de todo el mundo a intervenir sobre los temas que les interesaban, pero siempre desde la perspectiva de ellas, de su arte. Así hemos recopilado poesía, fotografía, videos, escritura… y ha sido muy bonito. Y la idea es terminar ahora con el documental.

R. R.: Un símbolo muy recurrente durante la película es el pelo de la protagonista. Vemos cómo se lo cuida y dedica tanto tiempo en un momento único que se dedica a sí misma, pero luego descubrimos que lo mantiene porque le gusta a su marido así.

A. S.: La primera idea fue que quiero contar una historia que trate sobre los micromachismos, que están tan presentes y que son muy violentos. Aunque no se vean como tal, porque están muy naturalizados. Se ven como normales. Quería hablar sobre eso y cuando estaba haciendo investigación me encontré con una noticia —que creo que era de Brasil— de una historia de la mujer que tenía el pelo más largo en el pueblo. La entrevistaban a ella, decía muy poquitas cosas y después salía el marido diciendo «A mí me encanta que lleve el pelo largo. La hace muy femenina, la hace muy bella… lo único malo es que cuesta muy caro el champú». Eso para mí fue como que tengo que usar este elemento. Y además es también un tipo de micromachismo, de violencia, de pensar que la mujer tiene que estar ahí como trofeo para que le gusta al hombre. No te vistas así, por qué no te cambias, por qué no te haces eso, por qué no te dejas el pelo largo que a mí me encanta. Y claro, hay cosas que uno en la relación de pareja las hace para complacer al otro porque quieras quedarle bien, pero hay otras que hay que empezar a cuestionar. Realmente tienes que cuestionarte ¿lo estoy haciendo porque yo quiero o porque el otro me lo está exigiendo?

R. R.: En relación con sus hijas hay una transmisión de esa tradición con el pelo en esa escena en que están trenzándoselo, que trasciende la dimensión del relato de esa familia en concreto.

A. S.: La idea era que a través de los pequeñitos detalles, de puros detallitos y cosas que pasan en el día a día tratar de transmitir una historia, una idea, un desarrollo, un arco narrativo de un personaje que se tiene que dar cuenta que la única forma que puede cambiar las cosas es a través de cambiando ella por dentro.

R. R.: Y se exterioriza esto a través de esos momentos de fugas de la realidad, visiones que van ganando en intensidad hasta tener consecuencias tangibles. Secuencias que además añaden autenticidad al aspecto realista de la película a pesar de su naturaleza onírica.

A. S.: Todo el mundo se queda la duda de si son verdad o no son verdad, pero realmente la idea era como que fuera una progresión y que al final fuera que se quemaba el pelo en serio. Se me hizo muy natural el meter esos elementos. Creo que también porque me acompañan un poco. Es un poco extraño decirlo, pero digamos que hay muchas de las cosas que le pasaron a Isabel que a mí me han pasado en la vida real. Una vez estaba en un parque y de repente lo que me salió del sueño eran pelos incrustados en la tierra y yo dije que me muero, vomito, qué asco. Pero realmente fue como que esto tenía que estar en la película. Y cosas así que me fueron pasando que eran realidad, pero que de repente en el contexto de la película se sienten superoníricas. Quería jugar con la realidad ¿qué tanto se lo está imaginando ella esta presión? Jugar con la realidad y ficción del personaje. Esos momentos oníricos eran una forma de dibujar que el personaje también estaba pasando por una presión que tal vez hasta se estaba inventando ella. Porque no era tan difícil decirle al marido. Al final el marido no es que explota, sino que más bien tal vez mucho se la estaba poniendo a sí misma esa presión de tengo que cumplir con los demás. También venía de ella, que se sentía mala persona si no cumplía con los demás. Es como cuando dicen que nosotros nos inventamos por lo que somos, por lo que creemos que somos, por lo que los otros creen que nosotros somos y por lo que nosotros creemos que los demás creen de nosotros. Son todos los elementos que entran a jugar en nuestra formación de identidad.

R. R.: En un entorno tan opresivo y de bajos recursos económicos, Isabel decide por sí misma tomar anticonceptivos. Lo que supone ese primer paso de emancipación al apropiarse del control de su cuerpo.

A. S.: Incluso el saber disfrutarse, el conocerse, el autoplacer. El entender qué le gusta y qué no le gusta. El poder determinar qué posiciones durante las relaciones sexuales usar que le convienen más y que le gustan más. Todas esas cosas son cosas que tal vez no se las cuestionó y que dentro de la narrativa se meten porque sí era importante hablar sobre esa sexualidad plena para ser una mujer plena.

R. R.: Su suegra y su esposo cuestionan cada decisión suya cuando directamente no la escuchan. Además señalan de forma constante esa idea de que debe atenerse al rol marcado por la sociedad de cierto tipo de madre, esposa y ama de casa.

A. S.: Hay una escena que a mí me gusta mucho por la lógica de la conversación. Cuando ella le está reclamando a él que la suegra se llevó a las hijas e ella quería dejarlas donde la amiga. Y el hombre le dice que lo va a hablar con ella, que ella es así pero hay que entender que es una abuela sobreprotectora. Perfecto, ya están arreglados y de repente le dice ¿pero por qué no le dijiste a mi mamá y las dejaste con cualquiera? Eso es. No es una mala intención, simplemente que la costumbre los atrapa y lo repiten una y otra y otra vez.

R. R.: En su entorno aparecen otras mujeres —amigas, clientas— que representan otros modelos de mujer, que al final en la película provocan conflicto en Isabel por su incapacidad de ser de otra manera diferente. Tal como ocurre en la escena del club nocturno.

A. S.: En esa escena quería lograr cuestionar… no es que una sea bien y otra mal, simplemente es que hay diferentes realidades. Y en todas de alguna forma existen esos hilos que nos jalan a estar ahí para los demás. La amiga se ve muy libre y muy emancipada, pero de repente también está al servicio de otros.

R. R.: Introduces por un lado esa violencia económica que ejerce el marido al controlar el gasto y hacer uso de sus ahorros en la cajita. Por otro, ese contraste entre las aspiraciones de él de tener un hogar y una familia más grandes y las de ella —como persona que no se ha realizado fuera de su casa— de tener un taller de costura.

A. S.: Lo de la violencia económica, lo primero, a veces no se habla de esas cosas. Es cierto, se sigue dando. Incluso en este caso la mujer genera dinero y él administra el dinero mismo de ella. Y esto tal vez está llevado al extremo para hacerlo notar, pero se sigue dando de muchas formas. Incluso hasta cuando hay mucha plata. Cuando hay mucho dinero en una pareja y quién es el que maneja las cuentas. Mucho de la administración del hogar en general se le delega a la mujer en los roles tradicionales, incluso simplemente porque a la mujer le va mejor en eso. Pero siguen habiendo violencias ahí por el control de justamente el recurso que necesita uno para vivir bien. Eso era lo que quería, llevarlo un poquito extra. Ella lo está ganando y él lo está cogiendo y está haciendo lo que él quiere. Y además ella le tiene que pedir plata para comprar el pan. Era un poco exagerarlo para que se notara, para que se pudiera sentir.

Lo de la casa y el taller de costura también era una forma de salirse del estereotipo. Normalmente se asocia que la mujer es la familiar, la que quiere siempre hijos y casarse… pero obviamente esos roles dejan de existir y más bien quería que el hombre fuera el que quisiera tener más hijos. Que el hombre quisiera agrandar su casa y tener a su mamá ahí.

R. R.: La base de la narración es el seguimiento de la rutina, lo que hace que cualquier mínimo cambio llame mucho la atención. Pero al mismo tiempo se hace presente cierta ambigüedad en tu tratamiento respecto a las cosas que puede cambiar o no Isabel y si ella acepta algunas más por resignación, por sentido del sacrificio, que por deseo propio.

A. S.: En la vida normal nosotros no cambiamos de un día para otro. Quiero dejar de fumar… y dura tres años tratando de dejar de fumar. Los comportamientos son todavía más difíciles. Uno no cambia de un día para otro. La película es sobre una transformación silenciosa y paulatina. Como las hormiguitas, que van poco a poco. Que se va gestando muy de a poquito. No es que ella fuera a hacer un cambio drástico de un día para otro y decir “me voy de la familia, me quiero divorciar, me voy a emancipar sexualmente, voy a ser una mujer liberada” de un día para otro. Las cosas se dan de a poquitos. Así como se dio toda en la película contando a través de los detalles, pues el final también tenía que ser coherente en algún sentido, sentía yo por lo menos. Que tenía que respetar ese universo de todo pasa muy chiquitito, muy sutilmente. El cambio de ella es profundo. Dentro de ella, ella sabe que las cosas van a ser diferentes. Y ella va a asegurarse de que para sus hijas la vida sea otra.

(Entrevista realizada el 13 de febrero de 2019)

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