El león y la canción (Bretislav Pojar)

Camuflado por la animación más popular llegada tanto del lejano oriente como de las grandes majors estadounidenses (Disney o Pixar mediante), el cine de animación clásico originario de la Europa del Este constituye sin duda una de esas perlas enterradas en las arenas del malditismo cinematográfico que poco a poco va emergiendo para deleite de todos los fanáticos del cine de animación conquistado más por el talento y la artesanía tradicional que por la insípida tecnología que parece haber invadido los terrenos destinados al lápiz y el papel. Dentro de este grupo de países situados tras las líneas del Pacto de Varsovia, el principal foco de ingenio y dominio de las técnicas animadas surgió en la extinta Checoslovaquia gracias a las aportaciones de luminarias incontestables como Karel Zeman o el bigotudo Jirí Trnka que marcarían lo que se denominó el estilo checo de animación diferenciado de sus homólogos americanos y japoneses en un empeño por plasmar desde la animación historias no necesariamente dirigidas al público infantil reflejando asimismo una artesanía expresiva colindante con la poesía romántica europea con un marcado contenido político y trágico.

El león y la canción

De este modo, un joven titiritero y cineasta llamado Bretislav Pojar, tomando como referencia la dramaturgia del cine de marionetas del legendario Jirí Trnka, indudablemente el tutor que formaría la concepción artística que recorrería toda la trayectoria de Pojar, filmó en 1960 esta maravilla titulada El león y la canción, para un servidor uno de los más bellos y emocionantes cuentos animados adscritos al cortometraje checoslovaco de los sesenta, ganador del prestigioso Festival de Annecy de ese mismo año y que aún pasados más de 50 años desde su realización sigue manteniendo vigente y fresca la emocionante y sencilla historia que propone.

La película plantea desde la simplicidad tanto técnica como escénica una conmovedora historia vital que supone todo un homenaje al ciclo y el sentido de la vida que ha venido alimentando la cadena biológica del planeta desde los primerizos años en los que el ser humano no era más que un proyecto de ameba unicelular. Y es que si en un momento de nuestras vidas, nuestros curiosos hijos nos preguntaran “¿qué es la vida? ¿qué sentido tiene la muerte? ¿por qué nacemos y morimos?”, estoy seguro que la visualización de esta joya del séptimo arte podrá dar someramente una respuesta abierta a tan trascendentales preguntas. La película en sus minúsculos quince minutos de duración circula por las diferentes fases que nacen en algún momento de nuestra existencia: La felicidad, el misterio, la diversión displicente, el arte, la tranquilidad, el peligro y… la muerte. Todo ello sin buscar ningún giro pretencioso ni peliagudo, sino lanzando este complicado enigma a una audiencia infantil con mentalidad adulta.

El león y la canción

El cortometraje arranca mostrando a un relajado músico caminando por las solitarias dunas de un desierto tocando una alegre melodía con su acordeón. El diseño de este personaje es ya una obra de arte; un vagabundo vestido con una capa medieval que calza unas botas abiertas cuyo hueco se mueve de arriba y abajo como una boca hambrienta de alimentos que se encumbra con un rostro de ojos cubistas picassianos que carecen de cualquier signo de emoción. Sin embargo, los ágiles movimientos de la marioneta provocan que el espectador detecte la alegría o la tristeza del personaje sin necesidad de impostar sonrisas ni lloros. Tras tocar sin fin la magnética melodía de tradición centroeuropea que exhala su acordeón, el músico arribará a una especie de oasis adornado por unas bellas columnas greco-romanas. El sosiego que reina en este ambiente inducirá a creer al músico que se halla ante un escenario teatral en el que representar un pequeño entremés romántico actuando así como un actor multifuncional en un monólogo que relata una pequeña historia de amor entre un joven y una bella mujer oriental. La farsa atraerá al lugar a un inocente cervatillo y a un fisgón perro del desierto que contemplarán hipnotizados el arte desplegado por el joven músico. Sin embargo, también empujará al lugar a un feroz león, que hambriento devorará al músico junto a su acordeón. Pero el pecado cometido por el Rey del Desierto acarreará un problema de consecuencias vitales al inductor de la muerte: el acordeón no digerido en su estómago provocará que el ruido incontrolable del instrumento avise a sus víctimas de su presencia, alertándolas pues de cualquier intento de ataque por sorpresa. El ciclo de la vida se cierra, la muerte que da la vida de otros, provoca igualmente la muerte del asesino y la resurección con ello de la felicidad representada por el acordeón que retornará a unas jóvenes manos de un aprendiz de músico.

El león y la canción 3

Al igual que el sentido místico que posee el film, también se puede extraer del film una lectura política crítica en el sentido de expulsar un grito en contra de los totalitarismos devoradores de libertades y felicidad individual que reinaban en los países del Este de Europa en aquellas fechas, demostrando que a pesar de las medidas coercitivas, las coacciones y torturas infringidas por los más fuertes en contra del arte y de los ciudadanos, esos esfuerzos serán vanos mientras exista en la sociedad un único “músico” que continúe tocando la canción que el león trató de callar. Independientemente de las lecturas que queráis sacar de esta pieza de arte manufacturado checoslovaco, estoy seguro que disfrutaréis con esta pequeña obra maestra de la animación europea que espero que gracias a su capacidad para hechizar a las nuevas generaciones de amantes del cine, se convierta en breve en un cortometraje de consulta indispensable para todo aquel que desee estudiar el oficio de animador emanado de la Vieja Europa.

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