El abuelo que saltó por la ventana y se largó (Felix Herngren)

Pocos títulos parecen hacer tanto honor a su contenido como El abuelo que saltó por la ventana y se largó. Primero porque es cien por cien verídico, de hecho sucede en una de las primeras escenas de la película. Pero en segundo lugar, y principalmente, porque es un título tan cómico como la película que representa. Una película que a su vez está basada en la conocida novela del sueco Jonas Jonasson, que publicó en 2009 y fue todo un récord de ventas en su país, por lo que la adaptación cinematográfica que lleva a cabo Felix Herngren tiene ante sí la habitual reválida de aquellos amantes del libro que no ven con buenos ojos su paso al séptimo arte. Una situación a la que uno es ajeno al no haberse leído la obra original, por lo que nos centraremos exclusivamente en hablar de la película en sí.

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Estamos ante la típica película del hombre tan afortunado como habilidoso que ha vivido mil y una aventuras y que las va contando en flash-back a algún ser cercano. En esta ocasión es Allan Karlsson (magníficamente caracterizado por Robert Gustafsson) el que, mientras acontece la historia principal, elabora una narración en paralelo en la que va describiendo poco a poco todo lo que le ha pasado en la vida, una vida que vio la luz a comienzos del Siglo XX, por lo que es fácil imaginar el gran número de acontecimientos históricos por los que ha atravesado. Como decimos, es una línea argumental que se ha usado bastante en el cine (todos recordamos Big Fish, por ejemplo), pero en esta ocasión se pasa del tono épico y propiamente aventurero a lo cómico, por lo que no llegamos a sentir que estemos ante una historia ya trillada. También ayuda a que no es el principal vector de la obra, como sí lo es la trama que se desarrolla en tiempo presente, todavía más repleta de situaciones estrambóticas en las que es inevitable soltar una carcajada.

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Uno de los problemas que a menudo puede tener este tipo de películas es que acaben resultando algo cargantes o, directamente, que se pase de la risa al bostezo. Tratándose además de una cinta de 114 minutos, un metraje cuantioso para una comedia que se presupone ligera, no era difícil adivinar que ese podía ser un obstáculo insalvable para la calidad final del producto. Sin embargo, y pese a que es inevitable que la película pierda fuelle en algún momento, en ningún momento llega a cortar el ritmo como para devaluar su interés. Los típicos momentos dramático-sensibleros que usualmente se introducen en las comedias a modo de descanso o pausa narrativa se pueden contar en la obra de Felix Herngren con los dedos de una mano, y además no da la sensación de que éstos sean prescindibles. Al entrar en la media hora final, hay unos minutos en los que parece que la película definitivamente se va a encaminar por un mal sendero, pero con un par de escenas graciosas logra remontar el vuelo y desde ahí hasta el final (pelín pasteloso, todo hay que decirlo) se logra rematar la película de manera satisfactoria.

Quizá si valoramos El abuelo que saltó por la ventana y se largó desde un punto de vista más amplio podamos decir que tampoco es para tanto, que no deja de ser una película para echarse unas risas, que funciona simplemente como elemento de evasión. Pero pensándolo con detenimiento, hay que preguntarse acerca de la dificultad de llevar a cabo esta película de manera satisfactoria. Y la respuesta es que hubiera sido fácil caer en alguno de los errores que hemos mencionado antes, además de que alguna de las escenas que ahora nos parecen buenas podrían haber dado vergüenza ajena de no haber acertado con el casting o de haber caído en la tentación de una vuelta de tuerca más a la comicidad hasta llegar a lo grotesco (como pasó con cierta serie que terminó con el despertar de Resines, por ejemplo). Así que en este sentido no hay que quitar ningún mérito a la película de Felix Herngren, que logra mantener casi dos horas de comedia con una buena realización (también en el apartado de efectos visuales, por cierto) y que cumple a las mil maravillas con su cometido de hacer reír al público.

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