Después de la generación feliz (Miguel Ángel Blanca)

Después de la generación feliz

Podríamos considerar la primera obra cinematográfica (en solitario) de Miguel Ángel Blanca como la prolongación natural de su proyecto común con Alejandro Marzoa, YourLostMemories (2012), cinta documental que tomando como base el hallazgo de una serie de películas en 8mm (las homemovies ochenteras que acumulan polvo en el fondo de nuestros armarios) se erigía en un ejercicio de investigación del que se desprendía una reflexión sobre cómo la memoria nos configura como personas y sobre el poder de la imagen como vehículo de la imaginación.

En esta ocasión, Miguel Ángel Blanca explora los resortes narrativos del «found footage» para adentrarnos en un viaje inclasificable, dónde lo desconcertante y lo inquietante se dan la mano. Después de la generación feliz se nos muestra como una reinterpretación terrorífica del ideario familiar, a la par que reflexiona en torno a la nostalgia de un tiempo que avanzó con demasiadas prisas, sin apenas tenernos en cuenta, y que nos sumergió en un presente del que queremos escapar a toda costa. Es por ello que una figura infantil actúa como narradora de este cuento siniestro y pesimista, que nos retrotrae inevitablemente a remembranzas de un pasado mejor.

 Pero sigamos desgranando ésta homemovie musical en tres actos, como bien lo autodefinen sus creadores. La obra de Miguel Ángel Blanca tiene una marcada influencia (aunque sea únicamente tonal y de inquietud estético-narrativa) de aquella Escuela de Barcelona de los sesenta, con Pere Portabella y Jacinto Esteva como cabezas más visibles de un entramado de personalidades que querían refrescar el panorama cinematográfico nacional, transpirando en todas sus obras un notorio carácter experimental.

Después de la generación feliz

Así pues, que nadie espere un film al uso, con una historia, con una narración convencional, con un desenlace catártico. El cineasta barcelonés, para crear un engendro aún más insólito, se recrea insertando canciones en directo marcadamente bizarras y escalofriantes (de hecho, la película se abre con una cita de Wilhelm Grimm, que reza «La mayoría de las canciones populares infantiles esconden, tras esos inofensivos versos, macabros episodios de nuestra historia»). Se trata, de nuevo, de una reinvención, en este caso musical, de todo un cancionero folclórico infantil, pasado por un filtro que es inevitable desligar del grupo indie Manos de Topo. Sí, intentábamos no ceñirnos al recurso referencial obvio y sacar a la palestra que Miguel Ángel Blanca, además de cineasta de nueva hornada, es el vocalista de voz quejumbrosa y lacrimal del mencionado grupo musical. Pero no es menos cierto que si el espectador acude al visionado de Después de la generación feliz con esta información complementaria, comprenderá y se hermanará con mayor facilidad en esta causa perdida que a ratos parece la cinta de Miguel Ángel Blanca.

 A lo largo y ancho de los escasos sesenta minutos que dura esta rareza, tendremos tiempo para asistir a esa relectura del cancionero infantil en forma de media docena de composiciones musicales que flirtean entre el más generoso de los ridículos y la más inquietante genialidad. Entre medias, vemos decenas de videos caseros, mientras una voz infantil narra sucesos fragmentados de una historia de abandono y de fracaso. El joven cineasta reflexiona sobre los miedos que atormentan la memoria, sobre la fugacidad de la vida, sobre el poder de la imagen filmada y aprovecha para abofetear las convenciones cinematográficas y la narrativa que con tanto mimo acuñó Griffith. Miguel Ángel Blanca se ha abierto a nosotros con toda la transparencia y honestidad posibles, no pretende engañar a nadie con su cine. O lo tachas de inane pretenciosidad o entras en comunión con su terrorífico mensaje discursivo y formal. El término medio, en este caso, es cosa de niños.

Después de la generación feliz

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