Culpable sin rostro (Michael Anderson)

El pasado 25 de abril de 2018 nos dejaba sin hacer mucho ruido uno de esos artesanos de la vieja escuela de dilatada carrera cinematográfica: Michael Anderson. El fallecimiento del británico pilló a más de uno de sorpresa, primero porque muchos pensaban que el autor de La fuga de Logan ya había fallecido hace bastante tiempo y otros porque ya se habían olvidado de un nombre cuyo éxito se vinculó con tres o cuatro películas muy conocidas (de hecho Anderson fue galardonado con el Oscar al mejor director en 1956 por La vuelta al mundo en 80 días), ostentando en su mayoría una filmografía bastante oculta para el gran público. El destierro de Anderson de reposiciones y reivindicaciones varias por parte de las nuevas generaciones de cinéfilos se debe en buena parte a que no fue nunca un autor capaz de llamar la atención por sí mismo. Y es que si de algo adolecen las producciones lideradas por este cineasta es sin duda de su falta de garra y de su excesivo academicismo, resultando productos muy interesantes y elegantes rodados con una fina pluma marca de la casa de un esteta que dominaba su trabajo, pero a su vez carentes de ese estilo y riesgo que señala la diferencia entre un obrero y un genio.

De entre sus obras más interesantes destaca esta Culpable sin rostro, una película enmarcada en la etapa de madurez de Anderson y asimismo una de sus cintas más complejas y contradictorias desde un punto de vista ideológico. En ella encontramos algunos de los puntos característicos del cine de Anderson, tales como la construcción de un potente melodrama, salpicado con esas gotas de intriga que tan buenos resultados propiciaron al británico en sus primeras incursiones en el celuloide, un magnífico envoltorio visual sustentado en una puesta en escena que bebe claramente de la escenografía teatral (motivado por el origen del texto de Barry England en el que se basa el guion), donde despuntan fundamentalmente una composición fotográfica muy sobria y absorbente que transmite una sensación inquietante, partiendo de un punto de vista calmado y riguroso y un elenco protagonista impecable que da el do de pecho cada uno en sus respectivos roles, destacando la seriedad de un Michael York que volvería a trabajar con Anderson en La fuga de Logan, unos siempre imperiales Richard Attenborough y Trevord Howard en dos papeles testimoniales pero que dan mucho jugo, un muy pulcro Stacy Keach y dos aportaciones tan fascinantes como turbadoras como las de Christopher Plummer y una Susannah York, que ofrecerá uno de esos papeles sensuales, carnales y siempre hipnóticos que con tanto brillo ejecutaba. Finalmente todos estos ingredientes fueron mezclados con mucha sapiencia y buena mano por Anderson, para lograr cocinar un plato tan entretenido como atractivo que, si bien no exhibe esos trazos provocadores que quedan marcados a fuego en la memoria del espectador, hecho que como he comentado afectó a la mayor parte de su filmografía, consigue no obstante estimular la curiosidad gracias a su estupendo acabado técnico y a su inteligente lenguaje narrativo, siempre ágil y sutil a la vez que mesurado y juicioso.

Culpable sin rostro se localiza en la India colonial británica de finales del siglo XIX, a la que llegarán para formar parte de un prestigioso destacamento militar dos jóvenes de talante muy divergente. Por un lado el apocado teniente Arthur Drake (Michael York), cuyo carácter parece ser demasiado humilde para casar con el ambiente militar y por otro el teniente Edward Millington (James Faulkner), un libertino y seductor oficial al que parece atraer más las faldas y la diversión que la disciplina. Una vez asentados en el regimiento, ambos serán testigos de ese ambiente sosegado, rígido y subordinado anexo a la sumisión militar, pero también de ciertas conductas sorprendentes, como por ejemplo la crueldad con la que los más veteranos tratan a los recién llegados y fundamentalmente la galantería y juegos de seducción que los cadetes mantienen con la viuda de un antiguo capitán y héroe de guerra muerto en combate, que parece tener una actitud excesivamente cariñosa con algunos jóvenes con total consentimiento de los mandos superiores.

Así Millington coqueteará con la viuda Scarlett (Susannah York) una noche en la que se celebra una gala, y si bien en un principio ésta rechazará el ofrecimiento amoroso del joven teniente, él mostrará cierta insistencia a encontrarse con ella una noche. Todo este juego se complicará esa misma jornada puesto que en el salón donde se celebra la recepción, Scarlett aparecerá ensangrentada por varios cortes provocados por un sable y con las ropas rasgadas, señal inequívoca de haber sufrido una violación. La viuda culpará del forzamiento al joven Millington, quien se verá obligado a defender su honor en un tribunal militar contando para ello con la defensa de su compañero Drake, único miembro del grupo militar que cree en la inocencia de su colega.

La película discurrirá a partir de este hecho por los derroteros de la intriga judicial, mostrando no solo el desarrollo de diversos interrogatorios protagonizados por el médico militar como por los altos mandos responsables de mantener el orden en el pelotón y también de los propios afectados, rodados todos ellos con la maestría e hipnosis propia de un autor como Anderson. Todos estos capítulos serán espolvoreados por una serie de flashback que explicarán ciertos acontecimientos muy relevantes para encontrar un sentido al incidente, siendo muy importante el dibujo de ese Capitán Scarlett que fue abatido y martirizado por una tribu enemiga dejando atormentados a todos los testigos que contemplaron su cadáver mutilado en el campo de batalla, lance que quizás incitó a los superiores militares a ocultar vicios que se estaban llevando a cabo en el interior del pelotón.

En este sentido Culpable sin rostro se eleva como una pieza muy interesante y cautivadora de ese género de cine judicial que tantos éxitos cosechó a lo largo de las décadas de los sesenta, setenta y ochenta, desmarcándose del resto merced a su combinación de relato judicial, con sus típicos achaques de suspense e intriga ligados al avance de la investigación, con ciertos toques de denuncia social, en este caso asociado a esa estricta mirada que esconde bajo una estampa de honor, orgullo y respetabilidad a toda una galería de sombras sin escrúpulos, a unas almas mentirosas e indignas de llevar colgadas un sinfín de medallas que denotan su sentido artificioso y aparente. Soldados que confunden la infamia y la depravación con la gallardía y la caballerosidad, gente a la que le importa más la reputación superficial que el decoro y que no guarda ningún tipo de respeto a los códigos de conducta y honradez.

Nos hallamos por tanto ante una obra tan agradable y apetitosa como olvidable y en este sentido con una cinta que se ajusta a la perfección con ese temperamento austero de un Michael Anderson que con Culpable sin rostro alcanzó una de sus cotas dentro de una filmografía tan sólida como aseada que desgraciadamente ha caído en un olvido para nada merecido en los últimos años y que precisa por ello ser rescatada. Y esta obra que he elegido para recordar su carrera creo puede ser un buen acicate para que aquellos espectadores que quieran aproximarse al cine de Anderson puedan profundizar en su mirada a través de un film ameno, muy bien trabajado en su estructura cinematográfica y siempre filmado con esa exquisitez propia de los viejos oradores del cine.

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