Conclusiones del Festival de Cannes 2018

Contra los prejuicios, desprecios y pronósticos agoreros de los detractores de la programación de la edición de 2018 del Festival de Cannes, los resultados han hablado por si mismos desde la Costa Azul francesa. La supuesta debacle, la falta de relevancia anunciada por Variety en una editorial tremendista publicada previamente —para luego aparecer con veinte periodistas acreditados en el certamen, algo no carente de cierta ironía— ha sido contrarrestada por el buen nivel de los títulos incluidos en la competición de la Sección Oficial del evento. Se han podido ver tres líneas que han confluido temática, estética y discursivamente entre las propuestas más sólidas. La importante presencia de cinematografías asiáticas con sus narrativas comprometidas explícitamente con el punto de vista y el manejo del tiempo de Burning (Lee Chang-dong), Ash is Purest White (Jia Zhang-ke), The Wild Pear Tree (Nuri Bilge Ceylan) y Shoplifters (Hirokazu Kore-eda); lo metacinematográfico y autorreferencial a partir de los aproximaciones muy diferentes de tres cineastas como Jafar Panahi (3 Faces), Jean-Luc Godard (Le livre d’image) y Lars von Trier (The House that Jack Built), cuyas vidas llevan mucho tiempo confundiéndose con su obra por distintos motivos; sin olvidar un cine social europeo basado en lo alegórico y simbólico del costumbrismo con una directa perspectiva moral como en Lazzaro felice (Alice Rohrwacher), Dogman (Matteo Garrone) y Plaire, aimer et courir vite (Christophe Honoré).

Dos grandes decepciones ha traído esta edición entre la deriva manipuladora y superficial de Nadine Labaki en Capharnaüm y la ambición pop de narración caótica, deslavazada y de discurso contradictorio en sus formas de Under the Silver Lake de David Robert Mitchell. La sección Un certain regard ha salido —con y sin comparación— muy mal parada en general aunque estimulara cierto interés la fuerte presencia de óperas primas. Aquí Cannes parece que quiere hacer sombra a las secciones paralelas de un festival como el de Berlín en cuanto a su línea de programación definida por la representación de cuestiones sociales hasta el punto de poner ese aspecto como prioridad por encima del cinematográfico. Sólo así se puede explicar la inclusión de obras como Sextape (Antoine Desrosières), Manto (Nandita Das), Rafiki (Wanuri Kahiu) o Sofia (Meryem Bemm’Barek).

El palmarés de este año ha podido crear cierto consenso entre prensa y jurado hasta cierto punto. El mayor premio concedido al film de Kore-eda —ese cineasta japonés que parece lleva toda su vida tratando los mismos temas y rodando sus películas con el mismo estilo—, al que muchos parecen descartar por su reiteración y extraordinaria sencillez. Precisamente en esta ocasión parece que su refinamiento visual ha elevado Shoplifters a otro nivel, llevando a la dimensión social sus recurrentes obsesiones sobre la naturaleza de los lazos familiares y los vínculos afectivos con un giro muy ingenioso que propone cuestionarse el relato desde el primer momento una vez se descubre sus implicaciones. Por otro lado, debo confesar que fue divertido ver celebrar en la zona de prensa del Palais el premio del jurado a Labaki como si fuera un gol en la final de la Champions League. El terror por parte de cierto sector de la prensa española a que Capharnaüm ganase el premio principal y legitimara el tipo de cine que para ellos representa todo lo que odian a nivel moral provocó una reacción incomprensible según parece para los representante de los medios internacionales, pero que supuso cierto antagonismo con los que sí apreciaban cierta justicia en destacar sus supuestos méritos como cine social que mueve al público desde una posición ostensiblemente manipuladora e hipócrita, ya sin entrar en las cuestionables vicisitudes de su proceso de producción y el paradójico destino de sus niños protagonistas.

En la Semana de la Crítica el debut de Paul Dano con Wildlife no debe dejar eclipsar ese ejercicio de terror cotidiano contado en un día de Egy nap (Zsofia Szilagyi) cimentada en la claustrofobia de largas secuencias y la atmósfera opresiva sellada con el sonido constante de niños, electrodomésticos, conversaciones telefónicas y los conflictos del matrimonio, irresolubles por la ausencia de un padre que encuentra en su trabajo su única obligación. Otra cinta que mantiene un complejo comentario sobre los roles de la mujer en la sociedad es Fuga de Agnieszka Smoczynska, creando en su protagonista una especie de versión en negativo de la supuesta perfecta amante esposa feliz mitificada que se perdió por efecto de un accidente hace años a través de su pérdida de memoria. Quizá no termine de explorar todas las posibilidades de su planteamiento en lo psicológico, pero resulta muy clarificador todo el recorrido de su entorno al intentar reintegrarla forzosamente en su lugar, una posición de la que luego se irán desvelando detalles que ponen de manifiesto la gran mentira de la construcción cultural respecto a la familia tradicional y el matrimonio en una Polonia profundamente influida por el catolicismo. Otro artefacto cinematográfico que vale la pena destacar aquí es el fascinante documental híbrido de animación y acción real Chris The Swiss (Anja Kofmel) en el que se registran los esfuerzos de su directora por desentrañar las misteriosas circunstancias de la muerte de su primo, el periodista Christian Würtenberg, durante la guerra de los Balcanes. Reconstrucciones de su periplo y sus anécdotas conocidas e imaginadas se compaginan entre declaraciones de quienes le conocieron e informaciones que poco a poco traspasan el aspecto individual para llevarlo al alcance social y político del conflicto.

Quincena de Realizadores era la sección paralela que muchos defendían como imprescindible este año para compensar la falta de criterio de la programación oficial (sic). Ni mucho menos ha sido lo que prometían. Si bien el nuevo largometraje de Ciro Guerra & Cristina Gallego (Pájaros de verano) no es del todo un fracaso, se pierde en su trama circular de venganza entre clanes que no lleva mucho más allá los clichés conocidos de este auténtico subgénero fuera de su exótica ambientación. El panfleto sobre la guerra de Indochina que es Les confins du monde (Guillaume Nicloux) parecía un flagrante recordatorio involuntario del presente neocolonialismo cinematográfico francés con su omnipresente cine coproducido internacionalmente para hablar de grandes injusticias y cuestiones sociales sin cuestionarse primero a si mismos qué hacen en esos lugares con las cámaras o ellos mismos en su historia. La típica —y denostada intelectualmente por muchos— comedia francesa estuvo presente con una Le monde est a toi de Romain Gavras ofensiva para la inteligencia y una muy inspirada interpretación de Adèle Haenel en The Trouble With You (Pierre Salvadori), que desde una idea coherente y un desarrollo a partir de gags y chistes bien construidos con diálogos escritos con gran agudeza deja claro que lo mainstream se puede mover en ciertos parámetros conocidos con un nivel mínimo de dignidad y tomando en serio al espectador. Gaspar Noé dejó la última prueba de que su aparato discursivo y su sello autoral están agotados desde hace años y su regreso a terrenos estéticos conocidos que remiten a Enter the Void (2009) puede que entusiasmen a sus fans, pero desde luego no a quienes pedimos más de esa primera media hora —que no es más que un videoclip alargado, pero al menos permite cierto gozo rítmico e inmersivo dentro de sus coordenadas tan conocidas—.

No quiero dejar de mencionar otro pequeño hito para Carla Simón desde que su Estiu 1993 consiguiera gran reconocimiento internacional, premios, prestigio crítico y el corazón del público a los que ha llegado en poco más de un año. Durante la celebración del festival y dentro de la iniciativa Women in Motion, —que ya lleva cuatro ediciones en su compromiso de destacar la contribución de las mujeres al cine— le fue concedido a la directora catalana el premio Young Talent con una dotación de 50000 € para la realización de su próxima película. El único reconocimiento que se ha llevado ningún representante español este año en las distintas actividades, eventos y secciones de Cannes y alrededores que irónicamente ni siquiera presentaba un nuevo trabajo. Perdida queda ya la oportunidad que brindaba Petra (Jaime Rosales) en la Quincena o la inaugural Todos lo saben (Asghar Farhadi) de alcanzar algún tipo de impulso para nuestro cine en Cannes, un festival que parece algo esquivo últimamente con el amplio y demostrado talento de nuestra cinematografía ya desde su criterio de programación. Una cinematografía, quiero recordar, que está presente en multitud de certámenes internacionales y cuyos cineastas son reconocidos constantemente en todo el mundo, pese a las terribles circunstancias que tienen que afrontar la mayoría de autores para sacar adelante sus proyectos con escasa ayuda institucional y un tejido industrial débil en manos de conglomerados de medios con una hoja de cálculo como único guía de sus decisiones artísticas.

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