Chuck Norris vs Communism (Ilinca Calugareanu)

Sin duda el título del documental invita a adentrarse en él sin tener mucha idea previa de lo que trata. De todas formas, el reclamo de Chuck Norris acaba siendo engañoso; no es él nuestro protagonista, si no Irina Nistor, la voz más famosa de la Rumanía de los años 80 sólo por detrás del dictador Nicolae Ceausescu, uno de los tipejos más oscuros al otro lado del telón de acero.

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En un país que sólo disfrutaba dos horas al día de películas propagandísticas y donde cada día millones de personas se veían asfixiadas por una represión estatal que penetraba en cada rincón gracias a la temida policia secreta, Irina fue la voz de la esperanza, y las películas que dobabla, la única ventana exterior.

El documental se sustenta gracias a su persona, pero sobre todo, a su particular voz. Media Rumanía soñaba con esa voz y se preguntaban quién podría estar detrás. Lo que casi nadie sabía es que esa voz salía del mismísimo ministerio rumano encargado de la censura. Pero vayamos por partes.

Chuck Norris vs Communism se sitúa en las nuevas propuestas documentales que intentan recuperar la figura de la serie B de los años 70 y 80, a la estela de Alex Stapleton y su Corman’s World: Exploits of a Hollywood Rebel (2011) o la más reciente Electric Boogaloo: La loca historia de Cannon Films, de Mark Hartley. En esta ocasión la mirada se detiene en el mercado de VHS piratas que inundaron el país balcánico y que escapaban al control del estado y de cómo esta manera de cultura no sólo sobrevivió a la dictadura, si no que puede ser entendido como la chispa que encendió la revolución del 89 que supuso la caída del infame Ceausescu, la última dictadura comunista en caer y la única que intentó en vano, con sangre de por medio, perpetuarse en el poder.

El documental está lleno de entrevistas y de recreaciones. Y aunque en las entrevistas se nos informa de la situación de la población respecto a los VHS, es en las recreaciones donde el documental consigue imprimir cierto sello personal y mayor conexión con el espectador. Las entrevistas nos ponen en situación y la parte ficcionada se adentra en el thriller. Y luego tenemos la voz de Irina, que nos va explicando lo sucedido. Mención especial para la actriz Ana Maria Moldovan, encargada de dar vida a nuestra protagonista y que consigue ponerle su misma voz. Un gran trabajo, sin duda.

De todas formas el documental peca de ciertas ideas algo estancadas y no todo se muestra con la fluidez necesaria. En este aspecto se aleja de los documentales de Mark Hartley o Alex Stapleton y su templo endiablado. Ilinca Calugareanu imprime el tempo y el ritmo acorde a la época oscura, siempre más cercana de la película de espías que del homenaje desenfrenado de los dos anteriores mencionados.

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Tal vez el mayor problema sea personal, con esa idea que el cine comercial o de serie B que se veía a escondidas en Rumania era sinónimo de libertad. O la figura del político que introducía el material en el país. La cosa queda clara; era un negocio donde unos pocos se forraron gracias a la censura y nunca lucharon verdaderamente contra ella. Incluso podría verse su actuación como la de un capitalista que necesita a la censura para prosperar en el negocio. Este aspecto de la historia es tocado mínimamente por su responsable. Sin duda en la oscuridad del hogar el visionado de estas cintas suponía un aire fresco, pero el país balcánico ha abrazado un capitalismo y consumismo salvaje confundiéndolo con la democracia, en un aspecto que ha sido investigado por buena parte de los nuevos cineastas.

De todas formas, problemas personales a parte, el documental funciona a la perfección y rara vez decae el interés por lo narrado. Su factura técnica se asemeja a muchas de las películas de espías con el telón de acero de fondo, y acierta en apuntalar esa idea. Las entrevistas, por contra, van perdiendo interés poco a poco. No obstante la propuesta sale airosa y se posiciona como una rareza a descubrir.

¿Quién no amaba los VHS?

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