C’est la vie (Olivier Nakache, Eric Toledano)

Sexo azaroso dionisíaco castizo
vs
Amor ceremonioso apolíneo

El Desencanto

Salimos del antro,

Malasaña se hace eterna y el Sol me destroza los ojos y yo digo: ¡jo-der-mis-o-jos!

Y empezamos a caminar en penitencia, serenos, y hablamos pero a ti que más te da de qué,

¿Qué casa estará más cerca? Me pregunto.

No, te pregunto porque me contestas.

La mía, dices.

La tuya, te digo.

¿Vamos?

Andas con esa cara ojerosa, espectro decadente Francoise Lebrun

Tía es que eres igualita a Francoise Lebrun

Me dices que sí y te digo ¿Ves? Tengo razón y son las 7 de la mañana. Todavía pienso.

Pero también pienso si seré yo Jean Eustache y apareceré ahorcado en tu cuarto

en algún momento en el que tú vuelvas del baño.

— Es aquí, dices así como que súper-bajo y yo digo que qué dices porque voy volado y

te veo entrando entonces ya en

tu

portal

y me sujetas la puerta del ascensor

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Abriendo puertas.

Me pones música y yo te digo «pues yo no uso Mac»,

Y nos encendemos un cigarro cada uno

— A mí me parece que

Nacho Vegas

y

Andrea Levi

no hacen tan mala pareja.

Nos encendemos un cigarro cada uno

— Me encanta la parte de El desencanto del fin de la raza.

Dices.

(y te miramos durante cinco minutos Michi Panero)

Nos encendemos un cigarro cada uno,

— ¡Joder!

Grito porque te he tirado sin querer toda la cerveza encima de ese Mac que yo no uso.

Y tú, sin preocuparte, te enciendes un cigarro y me das dos caladas,

— …

Ya no nos decimos nada y entonces dejo de ver la mancha de vino de tu camisa porque ahora me dejas ver la mancha

de nacimiento que tienes al lado del ombligo. Y te terminas de quitar la ropa y yo te ayudo.

.Y mientras tanto otros se están casando.

 

La náusea

C’est la vie es una película sobre una boda
absolutamente desagradable y estúpida.

Pienso mientras voy en el Metro a la vuelta de ver la película.

Es ahora que empiezan los premios-masa y los premios-espectáculo que toda película burda, sin sentido y carente de inteligencia e ingenio comienza a salir a la superficie para tener su presencia en estas galas de la estupidez. Y de ello no se escapan los franceses, quedando su imagen prototípica de finura y de elegancia manchada por productos enlatados y edulcorados como por ejemplo esta C’est la vie. «¡Oh! Que risa me hace» «Qué buena es… me he divertido» «Te la recomiendo, entretiene» «Está nominada a los Goya a mejor película extranjera, habrá que verla», serán los comentarios típicos que suelte la gente anestesiada o revistas como Sensacine (en fin, Sensacine, jaja, me meo Dios). Y yo solo puedo decir, así como que con voz en medio susurro y con la mano izquierda abierta ahí tapándome media cara por la locura incipiente: La gente que quiere divertirse a toda costa me ABURRE. Y es esa ausencia de ponerse-en-desfasaje respecto a vuestro tiempo y a vuestra situación la que me produce la náusea cuando os observo, me explico, e intentad imaginar ¿acaso vosotros, aunque comprendiesen su función, diríais que los pasajeros del Titanic deberían quedarse encandilados con los violinistas como gilipollas y mantenerlos como referentes (—¡eh tío, deja el salvavidas y ven a la cubierta, que la orquesta está versionando I will survive! —Pero…si nos llega el agua por las rodillas. —Pero son divertidos y muy normis —Vale, voy.), o pensáis que deberían montarse la película en su cabeza y salir de sí mismos para ver la situación desde fuera y así tener una visión más amplia de todas las posibilidades y a partir de ahí moverse con más eficacia? En otras palabras: sois los putos pasajeros que tenéis como “lo bueno” mirar a la orquesta en lugar de mirar todo desde fuera para después comprender mejor cuando volváis dentro, pero manteniendo ese regusto de haber estado en desfasaje, vuestro tiempo o vuestro barco porque preferís divertiros a salvar vuestras vidas insulsas y programadas. Pero ahora que miro todas estas palabras encuentro que una me llama especialmente la atención: Goya. Y entonces me pregunto y os pregunto: ¿si la Academia piensa que ésta es la mejor película francesa del año, o la que mejor los representa, no pensáis que quizá habría que destruir la Academia para erigirla de nuevo en forma de Antiacademia intentando olvidar su historia plagada de errores?

C’est la vie va de una boda que sale mal, lo típico. Recurriendo, desde el punto de vista de aquellos que organizan el evento, a una sobredosis de chistes llanos que te hacen esquivar la risa natural para producirte la risa amarga del desconcierto (es decir, que va más allá del típico «jaja reírse con» para llegar y quedarse en ese «jaja, pero tío, ¿en serio habéis pensado seriamente esta jartada de gilipolleces? ¿quién os finanza? ¿cómo le habéis engañado? ¿qué hora es?»), la última película de Olivier Nakache y Eric Toledano se parece más de lo debido a la sobremesa de una cena de amigos que hace mucho que no se ven y que ya se han empapado todo el vino, pero con una diferencia: estos no son tus amigos y lo que cuentan te la termina soplando a los cinco minutos, es decir, que pasan de ser unos “colegas graciosetes borrachos” a unos “borrachos desconocidos cuya gracia empalaga chao no seáis pesados tronco”. Solo hay una escena que tiene cierta gracia y es cuando mandan al hiperestereotipado gallito prepotente que se acaba de casar por los cielos volando y todo se convierte en una secuencia surrealista y onírica que he de reconocer que me hizo mucha gracia.

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