Bertrand Tavernier… a examen

Este fin de semana llega a las carteleras españolas la última película de uno de esos cineastas a los que siempre es un gusto seguir re-descubriendo, me refiero al maravilloso, cinéfilo y genial Bertrand Tavernier que estrena la sátira Crónicas diplomáticas, cinta que espero con devoción tras su exitoso paso por San Sebastián y Gijón. Soy muy fan del cine de Tavernier. Creo que el francés es uno de los últimos mohicanos que quedan en activo de esos cineastas cinéfilos que surgieron en la década de los setenta para gusto y goce de los aficionados al puro cine de autor no exento de cierto grado de entretenimiento y espectacularidad. Por ello me ha resultado muy, pero que muy, difícil elegir una de sus películas para incluir en la sección El director de la semana de la web, ya que son muchas las cintas de Tavernier que me fascinan profundamente. Desde su magistral ópera prima en el largometraje en solitario El relojero de Saint-Paul donde ya contaba con su actor fetiche Philippe Noiret, pasando por obras tan contundentes y clarividentes como La muerte en directo o La vida y nada más, o la magnética La carnaza sin dejar pasar esa obra combativa de supina sensibilidad que es Hoy empieza todo. Y sobre todo, como amante del jazz que soy y me enorgullezco de proclamar, la mejor película de la historia del jazz: Alrededor de la medianoche, película que sencillamente me fascina y emociona profundamente que es todo un placer para la vista y los oídos, con un Dexter Gordon simplemente hipnótico en un papel sin duda memorable para la historia del cine.

La pasión de Beatrice

Pero como esta es una web que tiene como objetivo dar a conocer y recordar cintas injustamente perdidas en la memoria he apostado por ello por una de las películas de Tavernier que más me gustan y que sin embargo no cuenta ni con el favor de la crítica (es una de las obras menos alabadas del galo) ni del público, ya que es quizás la cinta clásica de Tavernier menos vista por los aficionados al cine. Estoy hablando de La pasión de Beatrice, vigorosa, visceral, cruel y demoledora descripción realizada por el viejo maestro Bertrand de la Baja Edad Media de nuestro país vecino filmada con un pulso y pasión excelsa y realista.

La pasión de Beatrice es puro Bertrand Tavernier, por lo que si os apasiona el cine de este maestro es imposible que no os sintáis atraídos por la magnética puesta en escena y narración vertida en la cinta. Como buena película de Tavernier, Beatrice es un lienzo que retrata un pequeño lapso temporal de la historia de Francia, signo imprescindible de este trovador de las miserias y caricaturas existentes en la sociedad francesa tanto en la época pretérita como en la contemporánea. Y el maestro no se anda con paños calientes ni medias tintas en el intento, sino que al contrario se aventuró a formalizar una obra rocosa de atmósfera sucia y depravada en la que apenas se advierten luces dentro de la opresora oscuridad que conquista el ambiente del film.

Lejos del carácter romántico que ostentaban las películas de la Edad Media producidas en Hollywood (Los caballeros del Rey Arturo, Robin Hood, El halcón y la flecha, Ivanhoe, El cid, El príncipe valiente… que básicamente eran cintas de aventuras en las que estaba inserto el lenguaje del western americano), Tavernier optó por dotar a su obra un tono desmitificador y sombrío emparentado con cintas menos escapistas ambientadas en escenarios medievales como por ejemplo Cuerno de cabra, El señor de la guerra o las checoslovacas Marketa Lazarová y El valle de las abejas cintas con las que Beatrice comparte ese cosmos deprimente y escabroso en el cual la brutalidad animal fomentada por la inconsciente sumisión interesada a la religión más inquisitoria sustituía a la racionalidad imperante en épocas de mayores luces y progreso.

La pasión de Beatrice

La representación de la época medieval no puede ser más verídica y sugestiva en la cinta: los ropajes deshilachados y rotos por el uso, los fríos castillos de paredes carcomidas por el efecto del tiempo y la guerra, el miedo a lo desconocido que no es otro espacio que todo aquello que escapa a la fe y a la explicación mística de la ordenación vital, el salvajismo dominante incluso dentro de los miembros de una misma familia (sin omisión a relaciones incestuosas y pedófilas) y la violencia, violencia sin freno de tintes tanto bélicos como intrínsecamente presente en los sentimientos característicos del ser humano plasman un escenario que desprende verdad por los cuatro costados. Y es que esta es la Edad Media que imagino cuando leo escritos ambientados en esa época en lugar de esos alegres y limpios escenarios salidos del imaginario de los grandes estudios de la época dorada de Hollywood, ya que la inhumanidad y la barbarie eran claros ganadores frente al romanticismo y la visión poética y positivista de esta opaca era de la humanidad.

La cinta narra la historia de Beatrice, una adolescente interpretada por una jovencísima y valiente Julie Delpy en uno de sus primeros papeles en el cine que debe hacerse cargo de las tierras y el castillo de su familia tras la partida de su padre (François) a la guerra, el cual ha caído como prisionero del enemigo tras una cruenta batalla. Por tanto la bella Beatrice se encargará de desempeñar las funciones de cabeza de familia dado el carácter desprendido tanto de su madre como de su aniñado y amado hermano. François es un hombre atormentado que en su niñez mató al amante de su madre cuando descubrió a ambos en pleno acto carnal a espaldas de su totalitario y salvaje padre, hecho éste que le provocó una profunda misoginia y aversión hacia su propia madre. Tras varios años de ausencia forzosa, François retornará una fría noche a sus posesiones gobernadas con bondad y racionalidad sensata por su hija Beatrice.

La pasión de Beatrice

Sin embargo, la añorada presencia de François tornará en una pesadilla puesto que éste retornará absolutamente embrutecido y repleto de odio motivado por el cautiverio sufrido en tierras inglesas. François blasfemará renunciando a Dios, tratará de tomar a su propia hija Beatrice por la que empezará a sentir una enfermiza pulsión sexual, mancillará y ridiculizará a su hijo al que considera un amanerado carente de la hombría propia de su estirpe, e implantará una dictadura en sus tierras en las que la depravación, la degeneración y la tortura indiscriminada se apoderará de cada rincón del castillo que sirve de refugio hogareño a su familia siendo Beatrice el único reducto que parece enfrentarse de frente y sin miedo al monstruo emanado del horizonte con el rostro de François.

Como comentaba en párrafos anteriores, Tavernier no hace ascos a mostrar en primer plano la violencia más descarnada y envilecida, dibujando un lienzo en el que el vicio más lascivo y grotesco campa a sus anchas. Así la película parece adquirir tras la llegada de François al castillo en un cuento de atmósfera tenebrosa emparentada con el cine de terror de tintes inmorales producido en los años sesenta y setenta en Italia o Alemania. De este modo Tavernier hace gala de un crudo juego de luces y sombras que reviste la atmósfera de un halo donde la claustrofobia, los instintos más primarios y el ambiente enfermizo fulminan cualquier intento de pureza y bondad. Un punto insuperable de la cinta es la sensación de asfixia y mezquindad trazado por Tavernier a través de los perversos mecanismos con los que François atormentará a sus familiares (su hijo y esposa principalmente a los que humilla sin piedad así como a la luchadora Beatrice a la que tratará como una concubina en lugar de como lo que realmente es, su vástago).

Si bien la sordidez y obscenidad abrazada por Tavernier a la hora de forjar su obra podría hacer pensar que la obra cae en el ridículo y la gratuita provocación en ciertos tramos de la misma, ello está lejos de manifestarse gracias a la mano poética del maestro el cual se aprovecha de la inmundicia y mezquindad habida en esta época para lanzar una ácida y profunda crítica en contra de los miedos y traumas provocados tanto por el mal uso de la religión como del carácter opresor y dictatorial de unos progenitores irresponsables y fundamentalmente de la guerra y la violencia, marcos éstos que solo pueden fabricar monstruos desalmados ajenos al control social que no dudarán en dar rienda suelta a sus inmorales pensamientos para calmar el dolor y la muerte observada en primera persona. Como nos hace ver Tavernier, la violencia es por desgracia el motor que alimenta la mentalidad del hombre mayoritariamente y ésta lejos de ser un mal que hayamos arrinconado sigue tan presente en nuestra sociedad actual como lo estaba hace más de siete siglos devorando a almas cándidas como Beatrice. Como siempre, el maestro Tavernier nos da una lección de cine, de historia y de vida.

La pasión de Beatrice

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