Bangkok Nites (Katsuya Tomita)

Locarno hace honor en su 69ª edición a su gusto por la narrativa libre y los juegos formales incluyendo en su sección oficial Bangkok Nites (Japón, 2016), la última obra de Katsuya Tomita. No es la primera vez que el director japonés pasa por el festival suizo, pues en 2011 su película Saudade (Japón, 2011) llamó la atención de los programadores, siendo incluida en la Competición Internacional. En ninguna de las dos ocasiones tuvo éxito, pero el poso de la singularidad del realizador es seguro que permaneció entre los asistentes durante un largo tiempo.

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Con Bangkok Nites el director japonés aborda la noche de la capital tailandesa. Tal como es conocido por los occidentales, la vida nocturna de esta gran ciudad está condicionada por el negocio de una prostitución cada vez más demandada por el incremento del turismo en el país oriental. Son muchas las imágenes que nos llegan sobre esos barrios rojos como los populares Soi Cowboy o Patpong en los que una multitud anónima se mueve por sus calles entre luces de neón y relaciones públicas que ofrecen mujeres a la carta. Katsuya Tomita fijará el objetivo de su cámara en este ambiente ocioso para erigir sobre él una historia que nos hablará de lo que en esta región suponen el amor y la ambición. Durante sus tres horas de metraje, el director nos mostrará la vida de Luck, una popular prostituta obcecada en ganar dinero, tanto por su carácter materialista como por satisfacer las demandas económicas de su familia. La manera en la que Luck es presentada por el cineasta ya da muestras de las consecuencias de esta vida tornada en mercado desde el primer plano del film. En él, Katsuya Tomita nos muestra el reflejo de la protagonista en el cristal de una ventana cuyo trasfondo son las luces de la metrópolis, algo que parece intentar transmitirnos esa pérdida del cuerpo dentro de la urbe asiática. Un cuerpo que será mostrado como tal al espectador segundos después tras un lento desplazamiento de la cámara desde el cristal hasta el interior de la habitación hasta que unas palabras no nos harán solamente conscientes de la fisicidad de la protagonista, sino también de la materia corrompida y sucia de los espacios por los que ella se mueve: «Bangkok…mierda».

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Esta expresión encontrará su contrario en las proclamas que los turistas japoneses, clientes habituales de estos locales y que el director no tarda en descubrirnos, articularán en varias ocasiones. Frases como «Tailandia es una utopía» o «mientras en mi país hacía una fiesta aquí tengo 20» harán intuir al espectador esas dos visiones que de Bangkok (como de cualquier otro lugar, al fin y al cabo) se pueden tener según la posición que uno ocupe. Una narrativa basada en esta oposición entre agrado y rechazo que devendrá en un juego complejo mediante la introducción de un personaje que no se corresponde con ninguno de estos dos grupos (prostitutas y clientes adinerados). Ozawa es un ex soldado del Ejército de Defensa japonés que, decadente y pobre, se cruza con Luck (a quien conoció en una ocasión pero con quien no había vuelto a tener contacto en cinco años) en el club nocturno en el que ella trabaja. Este acontecimiento será el motor sobre el que pivotará el resto de una historia que nos habla de la limitación de posibilidades a las que conducen las circunstancias. Ambos, aunque por motivos diferentes, verán en el otro el apoyo para salir de aquella ciudad que no satisface sus aspiraciones, fijando su destino en Laos. A partir de este momento los planos cerrados y claustrofóbicos de la gran ciudad, aquellos que también huyen constantemente de la luz del día de Bangkok, darán paso a unos planos amplios de Laos que permiten respirar al espectador y donde la presencia de la luz del sol tendrá más cabida.

Katsuya Tomita consigue con Bangkok Nites reflejar esa parcela de la vida tailandesa que se orquesta en torno al turismo del sexo sin caer en tópicos moralistas, todo ello enfrascado dentro de un despliegue formal que parece buscar el encuadre perfecto en todo momento. La última película de este particular director japonés deposita en Locarno un cóctel de aspiraciones realistas plasmadas bajo un ritmo entrecortado y extravagante que pone las cartas sobre la mesa diciéndole a Europa que el cine asiático es, hoy por hoy, uno de los más resueltos y arrojados.

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