Bajo la bandera del sol naciente (Kinji Fukasaku)

Con el discurrir de los años nuestra memoria se hace cada vez más vaga y selectiva, venciéndose sin oponer resistencia con el fin de desvanecer aquellos recuerdos que nos hirieron profundamente sin posibilidad de cura alguna. Entramos en el terreno de esa manida frase que indica que debemos olvidar lo que fuimos para poder prosperar y vivir en paz, enterrando pues esas lacras y miserias aún no juzgadas que quebrantan nuestro ser interior, descomponiendo el mismo en dos mitades separadas por un muro inexpugnable.

En el Japón de los años setenta esa muralla permanecía robusta y exenta de kamikazes dispuestos a intentar transgredir los arquetipos establecidos por una nación que avanzaba a toda velocidad en medio de un progreso incontrolado, aún habitada por una serie de sobrevivientes a los horrores y miserias de la más cruel y devastadora de las guerras (si se me permite emplear este término para adornar un nombre ya de por sí horrible), pero defenestrando a aquellos que fueron marcados por la señal de la traición que suponía haber desertado de los dictados pronunciados por el Emperador y sus secuaces más cercanos, estos son, los altos mandos del Ejército Japonés que con mano de hierro impartían los dogmas de las viejas tradiciones samuráis a unos hombres que tuvieron que luchar contra las inclemencias y la inferioridad numérica y tecnológica en el cruento frente de Nueva Guinea, sin duda uno de los parajes más dantescos y crueles exhibidos durante el transcurso de la sanguinaria II Guerra Mundial en Asia Pacífico.

De este modo, en el año 1972 Kinji Fukasaku, un imberbe realizador iniciado en el universo cinematográfico a principios de los años sesenta fundamentalmente especializado en el cine de acción protagonizado por ‹yakuzas› y demás mafias surgidas de entre las cenizas de la posguerra, hecho que propiciaba que sus películas emplearan un lenguaje aguerrido, nervioso, frenético, agitado y furioso en combinación con un cierto halo de denuncia respecto a los peajes que tuvieron que pagar los más débiles náufragos de guerra en medio de un ambiente atroz e inhumano, decidió dar un paso al frente para encarar los resortes de la memoria desde una óptica muy personal y distinta, mostrando los paradigmas que ya habían sido sacados a relucir en sus primerizas obras criminales (con ese peculiar tono agresivo de una cámara en continuo movimiento ornamentada con zooms, imágenes congeladas y diversos juegos cromáticos pasando del color rojo sangre a los tonos grises y el blanco y negro como medio de expresión poética para enfatizar pequeños saltos en el tiempo vertebrados por los recuerdos pasados evocados por sus personajes), pero otorgando el testigo de su historia a las mentiras (y también supuestas heroicidades) brotadas del ambiente bélico, construyendo un puzzle diseñado a través de una epopeya de la memoria que trataba de dar luz a la desgraciada crónica de un soldado ejecutado por sus superiores acusado de traición, pero cuyo pasado se observaba incierto, bebiendo para ello de las doctrinas de la obra maestra dirigida en 1950 por Akira Kurosawa titulada Rashomon.

En este sentido Bajo la bandera del sol naciente se eleva como una de las obras más desgarradoras, demoledoras y brutales de la historia del cine japonés. La misma se etiqueta como una película bélica, pero en mi opinión nada más lejos de la realidad se halla esta afirmación. Puesto que la misma resulta fundamentalmente la narración de una lucha por la defensa de la dignidad y la búsqueda de la verdad emprendida por una humilde viuda de guerra quien no ha perdido la fe por recuperar la memoria de su marido, acusado de haber desertado y por tanto condenado con la mancha del deshonor, emprendiendo así una batalla ardua y seguro perdida tras 26 años soportando habladurías y rumores entre sus vecinos. Así, la Sra. Sakie Togashi (Sachiko Hidari) aprovechará la celebración de la conmemoración del 26 aniversario del fin de rendición de Japón, para recuperar su expediente, enterada del nombramiento de un nuevo jefe de sección dispuesto al menos a escucharla. De este modo, nuestra heroína conocerá que cuatro compañeros de pelotón de su marido, el sargento Togashi quien fue ejecutado en una playa por mandato de sus superiores, no remitieron la carta que en su momento les fue enviada por el gobierno para conocer de primera mano su testimonio sobre los hechos acaecidos en torno a la acusación de traición del sargento Togashi.

A partir de esta revelación, Sakie visitará a los cuatro supervivientes, los cuales contarán a su visitante su particular verdad versada a partir de sus frágiles recuerdos. Unas verdades cada una de ellas tan diferente a las otras como los propios caminos vitales tomados por estos personajes. Quizás porque estos antiguos soldados tienen algo que esconder que los avergüenza frente a la situación respetable que aparentan en el presente. Quizás porque la guerra es un pozo de mentiras donde la indignidad, los miedos y la crueldad inhumana campa a sus anchas. Quizás porque la memoria es un resorte que cuesta poner en marcha, pues nos posiciona en una situación incómoda que tratamos de dejar atrás con objeto de continuar adelante con nuestra vida, pues el retorno al pasado podría suponer una explosión de emociones y vivencias tan molestas como desagradables, hecho que alberga esos mecanismos de protección con los que el ser humano se defiende, engañándose a sí mismo.

Acompañando a Sakie en su viaje, la cámara de Fukasaku aterrizará en primer lugar en el vertedero que sirve de hogar al soldado de primera clase Terajima, un paria cuya estabilidad mental parece haberse resquebrajado que malvive entre ratas, cerdos y basura en un campo fétido sito en las afueras de Tokio. Terajima contará a Sakie que su marido, el sargento Togashi, fue un mando ejemplar que salvó la vida de su batallón en contra de las indicaciones de sus superiores, guiando a sus hombres con sabiduría por las angostas junglas de Nueva Guinea, muriendo en batalla heroicamente, hecho éste ocultado por los mandos en virtud de algún interés oculto.

Alentada por esta reconstrucción de los hechos, Sakie se citará con su siguiente testigo, el cabo Akiba, un antiguo militar que malvive ejerciendo de actor en pequeños sainetes que parodian la derrota japonesa en la Guerra ante un público entregado a los nuevos vientos de progreso y capitalismo, y por tanto, avergonzado de su ancestral pasado. Sin embargo, el bufón Akiba relatará unos acontecimientos totalmente opuestos a los vertidos por el vagabundo Terajima, indicando a la viuda que Togashi podría albergar la personalidad de un sargento que fue ejecutado tras ser descubierto robando patatas del huerto del ejército. Una plantación que asimismo resultaba insuficiente para atender las necesidades alimenticias de unos militares japoneses enfermos de hambruna y atrapados en una jungla inhóspita y hostil acechada por las tropas americanas y australianas.

No dándose por vencida, Sakie llegará a la casa del ex-sargento de la policía militar Nobuyuki Ochi, un ex oficial acusado de crímenes de guerra que ha perdido la vista, y atormentado no solo por su ceguera sino por las continuas infidelidades de su esposa. Ochi corroborará la historia de Akiba pero desde un enfoque distinto. Indicando a Sakie que su marido fue ajusticiado por el estado mayor, acusado de haber traficado con carne humana y practicado el canibalismo.

Destrozada por esta exposición de los hechos, nuestra protagonista se presentará en el colegio donde imparte clases de poesía el último sobreviviente, el teniente segundo Tadahiko Ohashi, un prestigioso profesor atormentado por su pasado y los recuerdos de guerra. Ohashi narrará una inquietante historia. La de la captura de un piloto americano ajusticiado por un cruento teniente, así como la posterior trama ideada por Togashi y sus colegas para exterminar a este despiadado mando del ejército nipón. Ohashi describirá como por acción de un Mayor nacionalista llamado Takeo Senda, el sargento y tres de sus compañeros fueron fusilados en la playa culpados por asesinar a su superior.

Finalmente Sakie visitará al mayor Senda, ese sanguinario y desalmado mando del ejército quien ha mutado en un respetable hombre de negocios, olvidándose de su careta nacionalista para abrazar el nuevo orden exigido por el socio americano. Un pretérito contrincante convertido ahora en amigo en lugar de enemigo al que aniquilar. Sin embargo, ¿Cuál será la verdad que se esconde detrás de las miserias de la guerra?

Kinji Fukasaku desplegó todo su arsenal y sabiduría para edificar una cinta tan cruel como terriblemente bella. Tan enfermiza como sanadora. Tan artificial como realista. Tan sanguinaria como pacifista. Una obra que transgrede los límites del ámbito puramente cinematográfico, para convertirse en una especie de ensayo filosofal alrededor de los resortes de la memoria, la derrota y la no aceptación de aquello que nos han hecho creer desde las altas instancias, es decir, de la lucha por la dignidad y el honor enterrado en las trincheras del combate.

Y es que Bajo la bandera del sol naciente se alza como una película hipnótica, visceral y perfecta que congela el corazón a través de la mirada que desprende Sachiko Hidari, pero que también lo acelera gracias a la reconstrucción de los recuerdos de los diferentes testigos, rodadas en un blanco y negro frío, casi azulado. Unas escenas empapadas de pasión, sangre y vísceras por un Fukasaku que no dejó nada a la zaga, narrando en primer plano y sin cortes los horrores de la guerra. Los cuerpos desnutridos y contagiados de enfermedad de un ejército derrotado por la escasez. El canibalismo que emerge como última oportunidad de supervivencia. La crueldad de unos mandos inhumanos a quienes para nada le importa el bienestar de sus discípulos. Las atrocidades que explotan en medio de una guerra espantosa, monstruosa, ajena a toda condición humana. Atrocidades como la mentira vertida para mitigar la vergüenza de la derrota. Unas mentiras que muestran la delgada línea que separa el honor de la indignidad, lo blanco de lo negro, la valentía de la cobardía, la humillación de la honradez. Pues en tiempos de paz, aquello que fue catalogado como ofensa, ahora es fruto de beneficio y reconocimiento. Y aquellos que fueron manchados con el designio de la traición, quizás fueron los únicos héroes que lucharon sin desfallecer con el único objetivo de volverse a encontrar con sus familias y seres queridos, sin importarles si su enemigo era americano o japonés.

Rodada con el personalísimo estilo que permite identificar las señas de identidad del maestro Fukasaku, Bajo la bandera del sol naciente deleitará a los admiradores del cine del creador de Batallas sin honor ni humanidad. Puesto que si bien la cinta objeto de la presente reseña fue rodada un año antes de la pentalogía que convertiría en leyenda del cine a Fukasaku, en la misma se observan los patrones seguidos con fidelidad por el maestro: un montaje trepidante, una cámara en continuo movimiento —si bien aquí más apaciguada que en sus cintas de ‹yakuza›—, esos planos congelados que resaltan el estallido de sangre y adrenalina, el acompañamiento de fotografías documentales marca de la casa que acreditan los acontecimientos históricos narrados —algunas de ellas ciertamente estremecedoras como los de los efectos de los bombardeos sobre Hiroshima o la de los cuerpos famélicos de los cadáveres de los soldados japoneses en los campos de Nueva Guinea—, increíbles escenas filmadas al ralentí que embellecen el estallido de violencia mostrado en pantalla, el otorgar el protagonismo a unos personajes atormentados y castigados por un auténtico calvario que los sumirá en la más profunda de las desgracias, las salpicaduras de sangre y finalmente los desmembramientos que rubrican la esencia del universo de Fukasaku. A todo ello hay que unir la esencial aportación de Kaneto Shindô en el robusto guión de la cinta, sin duda una contribución que ayudó a potenciar si cabe aún más el resultado final de esta soberbia obra.

Por todo ello, Bajo la bandera del sol naciente no solo forma parte de la leyenda del cine japonés de todos los tiempos, sino que igualmente confirmó a Fukasaku como un autor poseedor de una caligrafía muy particular y honesta, que trataba de desenterrar los enigmas y mezquindades habitantes del Japón de posguerra y que aún permanecían vigentes a pesar del desarrollo económico, partiendo de protagonistas siempre dotados de un halo de inconformismo y rebeldía en contra de los estamentos convencionales que atestiguaban las bajezas y penurias que acompañan a la condición humana. Sin duda nos hallamos ante una película que no dejará a nadie indiferente, no apta para estómagos sensibles, y que encierra una hermosa reivindicación en favor de la memoria histórica y la lucha de los humildes en defensa de la dignidad de los que fueron condenados sin motivo lastrados por las mentiras que brotan de las entrañas de la guerra.

Un comentario en «Bajo la bandera del sol naciente (Kinji Fukasaku)»

  1. Hermosos e inigualables mensajes sobre el poder que decide sobre la vida y la muerte de los ciudadanos del mundo. Gran director, gran humanista. Un ejemplo de artista. Marisa Muguerza

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