Au nom du fils (Vincent Lannoo)

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Hoy un hijo es mártir. Mañana los padres serán verdugos.

Por lo que conozco sobre directores belgas, no son ellos los más dispuestos a coger el buen camino para solucionar sus tramas. La vida es sucia y hay que tomarla con el humor que la suciedad propone. Vincent Lannoo está claro que sabe mucho de esto.

A él le conocimos en una trasnochada sesión made in Sitges con sus inadaptados chupasangres en una especie de relato social/falso documental con el que nos divertimos en exceso. Vampires tenía toda la frescura que el terrorífico mundo de la comedia negra nos puede aportar, con belgas francófonos, inmigración y desesperación adolescente. Aquí es donde comenzamos con aquello de: los belgas están locos.

Pasados unos años es Au nom du fils la que llega con el cuchillo afilado dispuesto a aferrarse a los crucifijos que tanto estigmatizan a los vampiros y que tan bien representan el sacrificio que los oradores no saben mantener. La crítica social no se escuda en esta ocasión en muertos vivientes, pero sí tiene forma de cuervos de sotana y religiosidad efímera.

Lannoo se atreve con uno de esos temas vetados por altos miembros de la iglesia y que tanto daño pueden hacer a la sociedad, y lo manipula hasta ironizar con el significado del hombre ante la institución sectaria. Digamos que si a la Virgen María le ponen una venda, no se entera de los sufrimientos de su hijo, pero si por descuido esa venda no es lo suficientemente fuerte, el perdón y la benevolencia se van al carajo.

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La película no intenta hilar fino con algo tan controvertido como la pederastia perpetrada por respetables representantes eclesiásticos, pero no necesita ser explícito en ningún momento para dar donde más duele. Para ello utiliza una familia, no una cualquiera, una aferrada a su fe y convertida en un sacrificio en el altar de alguna secta, por alguna de esas peculiares pruebas que Dios pone a los abnegados. La muerte aparece en el momento más inesperado (su escena inicial es totalmente indómita e inesperada, una especie de regalo convertido en chiste) para que, desde la contrición, una madre supere todo obstáculo hasta llegar a su verdadera paz interior.

Para eso siempre hay que estallar en algún momento.

Como si fuesen capítulos de una nueva escritura de testamentos, los hechos llegan para manipular la fe, para intentar destruirla a base de hachazos, a cada cual más doloroso, como un acto de amor a la imbecilidad supina de hijo pródigo que se tropieza y sin tiempo de limpiarse el polvo, permite que alguien le empuje desde atrás, para luego dar las gracias.

Pero la fe es persistente, y es así como descubrimos en algún momento la extravagancia de aquellos que luchan por la fe y deciden que tienen en su mano la verdad. De una historia de resignación nos encontramos con una desnortada vendetta, en el nombre del hijo, como el propio título indica, consiguiendo desdibujar del todo los estamentos religiosos, el perdón y el respeto al prójimo al ofrecernos el lado oscuro de los que nos ofrecen la absolución bajo sus vestidos opacos.

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¿Qué Dios loco aprueba eso de tomar la venganza de la mano para restablecer la paz? En este caso es Lannoo que se salta cualquier facilidad y rodea a la figura materna de todo tipo de personajes que intentan sacarla de su regio lugar, y detalles que se disfrutan a través de la magia cinematográfica, esos ocasos de ironía que delatan un mensaje, no el de restablecer la moral ante un mundo de mentiras que indicaban a la protagonista cómo vivir y cuánto perdonar, es el hecho en sí de convivir con esas mentiras que han enajenado al mundo hasta enturbiar incluso el fundido a negro. Nos volvimos a divertir con tanto exceso.

Vincent Lannoo quiere demostrar que no hay tema exento de crítica, y por tanto mofa. En Au nom du fils el terror se transforma en una especie de broma divina bajo un pulso en el que se interponen el amor y las creencias, que cada uno adapta a voluntad. Y aunque hable de humor, es en realidad ese punto en el que ya nada tiene sentido a lo que me refiero, ese en el que lo real se vuelve tan inverosímil que no ubicas un lugar donde posicionarlo. Y te ríes, por no llorar.

Si todo esto no sirve para mover vuestra curiosidad, siempre nos queda Philippe Nahon con sotana.

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