Absent (Matthew Mishory)

Absent es una de las propuestas más estimulantes de la temporada pasada, que se pudo ver entre otros festivales, en el Festival de Cine Europeo de Sevilla. Una joya oculta que no debería perderse nadie.

El documental comienza cuando el nieto de un habitante del pueblo moldavo de Marculesti, regresa al hogar paterno para seguir las huellas de su familia que tuvo que huir por su condición de judío en la Segunda Guerra Mundial. La población pasa por ser un humilde lugar donde el tiempo se ha detenido y donde conviven los desechos del comunismo con la inquietante presencia de unos fantasmas que todos se empeñan en no ver.

Matthew Mishory, su cineasta, cuenta menos que lo que sospecha. Él ya debe saber, al menos en parte, la terrible verdad que se esconde en cada rincón de esas majestuosas casas venidas a menos y que hace más de 50 años que ya no están pobladas por sus originarios propietarios. Esto puedo crear cierta controversia ¿Es sincero su director?

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En cierta forma podría considerarse que está mintiendo al espectador con el objetivo de manipular las reflexiones e incluso las emociones del espectador. Sin duda, él no es ese inocente extranjero que dice ser. Ahora bien, ¿Podría haber llevado a buen puerto su tarea de otra manera? Creo que el cineasta busca unas maneras en el documental de ir descubriendo poco a poco la verdad que explican su manera de actuar. Por otro lado resulta provechoso para las ricas reflexiones que se sacan de la película. Mishory tiene que lidiar con dos frentes, los lugareños del pueblo y los propios espectadores. Los primeros tienen un percepción de la realidad distorsionada (por decirlo de manera amable) mientras que nosotros, los segundos, desconocemos qué diablos sucedió y nos quedamos horrorizados con la supuesta falta de información de los primeros, porque a diferencia de ellos, intuimos lo que se cuece en esa tierra olvidada en mitad de Moldavia.

Dejemos las cosas claras. Pronto sabremos que en el pueblo acontecieron unas terribles matanzas de judíos, por el mero hecho de ser judíos, a manos de las tropas alemanas establecidas en el territorio y como la comunidad, empobrecida, no consigue dimensionar dicho acontecimiento. Tienen un monumento a los judíos asesinados y no comprenden quienes fueron ni porque se les asesinó o siquiera cuales fueron sus verdugos (un entrevistado dice que fueron los turcos, expulsados de Moldavia casi 100 años antes de la Segunda Guerra Mundial. Ese es el nivel).

En esta primera parte el espectador queda horrorizado ante la falta de conocimiento de un pasado no tan lejano. Pero esto sólo es el principio, nada es lo que parecía ser. Pasamos del clásico «quién no conoce su pasado está condenado a repetirlo» a algo más tenebroso.

El pueblo es presentado casi como si fuera un lugar maldito, donde nadie parece percatarse de los fantasmas que habitan por doquier. Un pueblo que bien podría estar en el periodo soviético, con sus eslóganes de Lenin, Stalin, martillos y hoces en cada pared. Y es que el tiempo se ha detenido. No fluye. Y a la vez se ha olvidado el pasado, de manera interesada en primera instancia, sin duda, y en las siguientes generaciones de manera deformada hasta destruirlo.

Porque el pasado ha sido destruido y tratar de volver la vista atrás es un ejercicio de reconstrucción a través de las ausencias, que es lo único que perdura, de ahí el título del documental.

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Es curioso, pero creo de verdad que todos los habitantes responden sinceramente cuando vienen a decir que no tienen ni idea de lo acontecido en el pasado. Su sinceridad es casi perdonable. Sólo hay una persona que sabe manejarse delante de una cámara y es el alcalde (comunista).

Su figura cuanto menos resulta curiosa. Es el único, junto con su familia, que sabe a ciencia cierta que ocurrió y se muestra amable y comprensivo cada vez que tiene la oportunidad. Sin embargo, como máxima autoridad política del pueblo, bien poco ha hecho por sacar a la luz la masacre de la población judía sucedida hace 70 años.

En Marculesti el cineasta va entrevistando a la gente para (re)descubrir que pasó. Nadie da con la tecla hasta la entrevista final con la anciana que fue testigo privilegiada. Su cineasta es muy consciente que ella tiene la respuesta, pero espera hasta el final.

Porque en última instancia Mishory está tan interesado en descubrir la verdad como en dejar al descubierto la amoralidad monstruosa de un pueblo que bien podría representar a una Europa (del este) que disconforme con su historia la ha sustituido por un relato épico contra los nazis, por mucho que que casi todos los países del este (desde Hungría a Rumanía pasando por Bulgaria) fueran aliados, y no víctimas, del opresor alemán (aunque víctimas del nazismo hubo en todas partes).

Ese es el relato oficial. Los malvados fueron los alemanes. Ellos exterminaron a los judíos. La población local disfruta de unas enormes casas que no fueron originalmente suyas por azares de la historia. La culpa fue de los otros.

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Pero Mishory debe saber desde un inicio que los alemanes no cometieron asesinatos masivos en Moldavia. Por mucho que se haga el inocente y su parte final sea mostrado como una sorprendente revelación, el ya sabía algo. Esto no modifica ni un milímetro el impacto que supone la verdad, ni echa por tierra su trabajo, donde destaca desde un inicio la importancia que le da a las enormes casas judías reconvertidas en los actuales hogares de la población moldava.

Absent termina siendo uno de los mejores documentales de la temporada. Sus aciertos no sólo destacan por descubrir la verdad, si no por la manera en que retrata el olvido de los verdugos y sus descendientes. Captura a la perfección la ausencia, el gris moral de más de uno (el historiador revisionista y “comprensible” con las matanzas, empeñado en mirar hacía delante y dejar enterrado el pasado es simplemente deleznable) y el tiempo detenido de un lugar antaño esplendoroso y ahora muerto en vida.

Por sus formas, la manera de enfocar el proyecto y las ideas que tiene en mente, Matthew Mishory supera con creces incluso los momentos donde da vueltas sobre lo mismo y la repetición de un esquema que no acaba agotando gracias a la corta duración del proyecto.

En el tan manido tema del holocausto, su mirada acaba siendo no tan sólo necesaria —¡cuántas malas películas justificadas y salvadas simplemente por el hecho de ser consideradas necesarias!—, también es reveladora, oscura, afilada y pesimista.

El tiempo lo destruye todo, que decía una peli.

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